sábado, 29 de abril de 2017

La ética y las costumbres





Es importante, teniendo en cuenta lo temas abordados en los anteriores artículos, vemos la necesidad de reflexionar acerca de la importancia del abordaje educativo, las propuestas de una nueva concepción del hombre de nuestro tiempo surgen en el reflexionar algunas puntuaciones: Mientras, por un lado, el hombre contemporáneo es irremediablemente conformista, ya sea por inercia, por debilidad, cobardía, por conformismo, o por pura hipocresía; por el otro lado encontramos, que es audazmente innovador; se postula como defensor de  una costumbre vieja y útil y rechaza un principio fundamental o un valor; de ahí la desorientación y también la subversión: por un lado se conserva lo viejo o lo accidental, y se destruye lo antiguo y lo esencial.
La ética de la costumbre reacciona con la de la de lo excepcional. El hombre de nuestros días lucha en dos frentes al mismo tiempo.
Esta nueva manera de concebir el proceso de su existencia, no es sin embargo el producto de una mente enferma, que finalmente colapsó en un punto de su propia historia. Es el modo, es la moda copiada hoy por ciento de miles de hombres y mujeres que quieren ganar un lugar, trascender el anonimato, de cualquier modo, en lo posible con comodidad.
Su objeto es el éxito; su ley, hacer algo distinto a lo que los demás han hecho o hacen, distinguirse a cualquier costo.

Si bien decimos que la ética de la costumbre tiende a la uniformidad y a la nivelación, la de lo excepcional, a la distinción y a la diferenciación: la primera ordena no hacerse notar, la otra, sobresalir, hacer “número por sí, ser notados alabados, aplaudidos. Al hombre de hoy, en cambio, le es más fácil substraerse a la ética de la costumbre que a la de lo excepcional; el distinguirse de la grey, el exceder a la norma y a cualquier otra norma seduce y exalta. Parece como si el hombre contemporáneo, desde el escritor hasta la dactilógrafa, desde el político al ladronzuelo, poseyese una sola aspiración: ser “lanzado a la fama”, aunque sólo sea durante un día, como un rayo. Esto explica de alguna manera, por qué la ética de la excepción tiene una gama infinita de grados y de matices: desde la frivolidad de la moda, desde el gusto y la manía de lo bizarro, de lo “original” y de lo excéntrico, a la dedicación de la propia vida hasta el sacrificio.
Los adjetivos “permanente” y “continuo”, se refieren exclusivamente a la temporalidad del proceso de gloria que vive el hombre de hoy y que tiene valor mientras el poder allí lo sostiene.
La idea de la continuidad temporal para toda la vida no puede decirse que hoy sea algo posible. Las modas cambian minuto a minuto. Los protagonistas tienen solo un instante fugaz de gloria. Muchas veces lo nuevo podría ser, la preocupación por su instrumentación efectiva. Reciclarse, reinventarse a sí mismo, son palabras y frases frecuentes que hoy día escuchamos de personalidades que pretenden no caer como estrellas fugaces y hacen valer el talento más allá de la voracidad de las modas o muchas de las figuras carentes de todo talento se sostienen vorazmente por medio de estos reciclados constantes en el candelero de la feria de vanidades. A este punto engendra al “héroe” y a la retórica del heroísmo, que se identifica con la retórica de la idea y del ideal: muchos llegan a “morir por la idea”, o “morir por el ideal”, otros en cambio pueden “morir también por nada”, pero siempre se trata de una muerte exaltante y exaltada. Todo tiene que ser deslumbrante en la sociedad en la cual vivimos.
¿No es un espectáculo terrible encontrar en estos niveles que el prurito de lo excepcional se torna altamente peligroso, ya sea porque se hace destructivo y muchas veces sanguinario, ya sea por la sugestión que ejercita y también porque presenta los signos aparentes del heroísmo auténtico? Así, la ética de lo heroico comporta una carga potente de fanatismo, pues no hay fanático más enardecido y más fuerte que el que tiene quien se identifica a sí mismo con la idea y absolutiza su propio yo, aquí encontramos un sentido de falsa abnegación; su voluntad aparece violenta, fría, siempre lúcida y obsesionada: emerger a cualquier costo, imponerse con un éxito sin precedentes, ser la voluntad “única”. La línea de lo excepcional no se distingue ya de lo monstruoso. Muchos de los grandes políticos, guerreros, conquistadores y dictadores obedecen a esta ética militar. A quien disponga del poder no le es fácil resistir a la tentación de la potencia absoluta, es decir del abuso.
Hay que decidirse a aceptar tal, y como es un mundo donde la muerte es la inseparable compañera de la vida. Pero si nos resignamos a admitir que el plano sobre el cual se ejerce la actividad de los hombre es el de la brutalidad que por todas partes, en torno nuestro, se manifiesta en la naturaleza, y cuya superación constituye el objetivo preciso de la civilización, es preciso también agregar que en plena noche también apareció con aquella brutalidad, la caridad y la noción de la solidaridad humana. Sobre estos fundamentos han florecido las grandes civilizaciones hasta llegar por último al Cristianismo.
Para encararla vamos a comenzar por la revisión de algunas de las respectivas opiniones más comunes, tan difundidas. Ciertamente, la ética de lo excepcional y de lo heroico es simple y compleja a la vez. Su procedimiento es lineal: absolutiza el valor, sea positivo o negativo para “absolutizar” al sujeto que lo encarna; su fanatismo se alimenta necesariamente de ideales.
Los hombres así absolutizados son la negación de sí mismos. De este modo, la voluntad de poderío se potencia y se sublimiza en la destrucción de todo y de sí mismo; la ceniza de una gigantesca hoguera universal es su ansiado reposo, el inmenso sepulcro señalado con la inscripción “yo” anónimo, ya que cualquier nombre le otorgaría el estatuto de “humano”, le impondría un límite, le haría perder su “unicidad”.  La sustitución del yo a la idea es siempre una amenaza que se halla presente en toda forma de heroísmo, el hombre siempre tiende a distinguirse y a absolutizarse. Esta condición, denuncia la tendencia de la voluntad de sobresalir y autoerigirse sirviéndose de una idea o de un ideal que se torna instrumento y no fin de poderío.
Quizás hay allí una fantasía en juego que nos permita explicar qué envuelve este goce que consigue el hombre con los grandes gestos heroicos.

En la llamada “ética de los grandes gestos” y de las “grandes acciones” sin grandes sentimientos, por lo que el hombre es capaz de todo, excepto de algo que valga moralmente. Es el heroísmo homicida de los hombres que “viven y mueren por una idea” y no saben ni sufrir ni gozar, ni vivir ni morir por un amor verdadero hacia alguien. Muchos simplemente juegan a ser el héroe.
“Jugar a ser héroe” es una de las seducciones más irresistibles del hombre y que siempre ha tenido gran número de secuaces y de ensalzadores del poder. La retórica del heroísmo ha ensangrentado la historia de la humanidad: en todo tiempo lo heroico ha exorbitado en lo excepcional, ya sea en lo individual, llámese el guerrero, el político, el genio, el científico, el músico, el artista; ya sea en lo colectivo: la narración, la raza privilegiada, una ideología, un partido, una secta; transformados en ídolos para ser adorados. Todas las épocas han tenido “elegidos por los dioses”. Pero tal vez ninguna época como la nuestra ha sufrido tanto a causa de las “grandes acciones” y de los “gestos heroicos”; ninguna ha sido tan desgarrada por la retórica del heroísmo, o ha tenido tantos héroes de cartulina, ensalzadora de la locura “técnica “y milidicial del “único” y del exterminio colectivo de los muchos; ninguna ha sido tan inhumana por la falta de humildes y de sencillos, con gran corazón y grandes sentimientos. Bajo cada “gran acción” hay un cúmulo de muertos a menudo inocentes, matados tan sólo para que un “héroe”, un “jefe, un “conductor” cumpliese una “gran acción”, un “gran gesto, naturalmente por un ideal, por la libertad, por la patria, por el bien de la humanidad,  de los niños, de los pueblos, de los desprotegidos, del planeta, etc. Son las pequeñas acciones, faltas de aparatosidad, que expresan los grandes sentimientos, y son ellas las acciones verdaderamente grandes. Tal vez parezcan mezquinas y ridículas y el vulgo se burle de ellas, pero son beneficiosas y no matan. Su grandeza pasa a menudo en silencio, inadvertida; y por lo mismo es más grande la humanidad desilusionada y aparentemente vencida que ellas encierran.


sábado, 22 de abril de 2017

La libertad de nuestros actos




I
Lo que impacta en cada acto libre es que estos siempre comportan algo nuevo; en este sentido es creador de algo que antes no era.
Los actos libres nunca dejan las cosas tal y como están, por el contrario:  modifica a quien lo cumple y a quien lo recibe, enriquece, tiene infinitas repercusiones dentro y fuera de nosotros. De esta comprobación partiremos para advertir que aun cuando se repite el acto libre, aun así, siempre es nuevo, pues dicha repetición es una nueva participación activa. Prosigamos ahora con lo que es importante señalar, con otros de los conceptos fundamentales: el acto moral. El acto moral no se consume con el uso y no se desgasta. La moral nada tiene que ver con las costumbres y sus usos constantes, la moral no es en seguir lo que ya ha sido hecho.
Una de las más vigorosas expresiones respecto de la moral, no es imitar o copiar, sino adherir, participar. Por lo tanto, hacer lo que ya he hecho, -según esta concepción-,  y lo que otros han hecho, significa renovar en un nuevo acto, en cada nuevo acto, y, mediante un nuevo empeño, aquello que ya he hecho o que otros han hecho, no implica más que la adhesión pasiva, la resistencia para llevar a cabo el esfuerzo mínimo, que bien puede ser válida desde el punto de vista de la economía psíquica del sujeto, pero que no es aplicable a la vida espiritual del mismo hombre. 
Según esto, fuera del ambiente psíquico humano, el hombre que nace como tal, no llega a realizarse efectivamente si descarta el acto espiritual. Sin embargo está capacitado para ello, en cuanto tiene todo cuanto necesita para crecer como hombre, sólo que no lo incorpora en su sistema conceptual.
El acto espiritual, en efecto, como tal, no es económico: no responde simplemente a la economía psíquica del sujeto. No es un cálculo ni un mecanismo; no tiene “una técnica determinada”; Es económicamente incómodo y políticamente incorrecto.
Si bien sabemos que el hombre nace “completo físicamente, pero inacabado”, nace dependiente pero persona jurídica al fin, se va haciendo “personalidad” y se va haciendo un ser “plausible de ser educado”. Pasa el útero materno al útero social.
Pasa de la naturaleza esencial a la psicosocial y ambas naturalezas hacen a su existencia enriquecedora y carente.
La educación cumple su rol fundante. Las “buenas usanzas”, como actos exteriormente sociales, deben, sin duda, ser practicadas, mas no son, como tales morales: la moral es mucho más que la “buena educación” y no pocas veces está en contra de todas las buenas usanzas.
Se hace necesario recordar, en este punto, que cuando los sentimientos más verdaderos se traducen en las palabras comunes y usuales, la moral cede el lugar a la ética del convencionalismo y de la etiqueta. Las situaciones más complejas son pasibles de ser trabajadas con comodidad y cordialidad ciudadana, muchas veces con el frío y rutinario escrito monocorde comprado con prisa y sin cariño. El sentimiento del dolor se apaga en la indiferencia de una tarjeta de pésame; el sentimiento de la alegría se amengua en la fórmula de un telegrama de felicitaciones. Tanta comodidad resulta tentadora, entre otras cosas, por dos motivos: porque requiere el mínimo esfuerzo y porque da la ilusión de que, con muy poco, se arreglan todas las cuentas con nosotros mismos y con el prójimo, y el hombre contemporáneo se deja tentar, él, el “revolucionario” y el “progresista”, pero también el “conformista”.
De este modo, el hombre moderno evita el riesgo de que el dolor o la alegría propia o ajena, se vean comprometidas en forma verdadera.
Las buenas costumbres, se presentan como un escudo contra nosotros mismos. Ellas nos ayudan a sentirnos cómodos y a estar menos complicados desde que empezamos a transcurrir nuestra jornada. Esto dista mucho de ser “moral”.
A muchas “personas de bien” les falta solamente el ser “personas morales”.
Las acciones morales y libres han de escribirlas cada uno por sí mismo; por ende, nadie puede leerlas en ningún manual, ni aprenderlas por medio de la pomposidad cautivante de la imagen infatuada de parientes distinguidos.
Pero esto “cuesta” mucho esfuerzo; y el hombre de hoy día es un gran economista y quiere gastar poco y tener mucho. ¿Definiremos por fina al hombre de hoy como aquel que quiere tenerlo todo sin hacer el menor esfuerzo por ello? Todavía no encontramos la respuesta.
Para contestar este interrogante –cuya respuesta por ahora es “sí y no”-, debemos continuar por nuestro camino para ver qué nos plantea la moral.
La moral es exigente. La moral, es esfuerzo y empeño de formarse una educación moral por encima y muchas veces en contra de la norma vigente, muchas veces va en contra de la educación social solidificada, convencional y utilitaria.
Atendemos aquí un nuevo pasaje: Muchas conciencias son, prisioneras pacíficas de convicciones, de costumbres, de ficciones y de prejuicios. Muchas personas viven en una actitud “conformista” con las fórmulas convencionales, a cuyo amparo consumen tranquilamente la mediocridad de su vida.
Para culminar, y en referencia a las personas que se mantienen conformistas y dicen no comprender muy bien las palabras fuertes y exigentes porque no se atreven a cambiar o a alterar sus compromisos con la sociedad que así componen. En cuanto a los efectos de la moral en sus vidas y los planteos que ésta presentan, éstos suenan molestos, incómodas, amenazadoras, revolucionarias y, por lo tanto, dignas de ser perseguidas y eliminados, juntamente a quien las pronuncia.  Cuando alguien así habla, algo distinto se dice a lo que allí algo se manifiesta en primera instancia. Pero no todo es malo en la transmisión que la sociedad y las buenas costumbres le regalan al hombre. Es más, aquí también hay algo de positivo, ya sea porque la vida social es ella misma un valor, y es conservadora y transmisora de valores; o bien porque los hábitos rutinarios, las costumbres, son un reposo necesario, un alto reparador que contribuye a recuperar nuestras energías físicas y espirituales.
En cambio la moral no ordena ponerse en contra de la sociedad en la que vivimos y subvertirla; ordena tan sólo no confundir el orden moral con el orden puramente social e insertar en la vida social la acción moral, es decir, rescatar en la moralidad todo aquello que de positivo hay en la “socialidad”, la cual, por una especie de inercia que le es propia, tiende a degradar hacia lo convencional, hacia lo conformista y lo consuetudinario.


sábado, 8 de abril de 2017

Cerrar las heridas: el despegue





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Un modo factible de abordar el problema suscitado por la voluntad para cerrar las heridas es el interrogarse, en primer término, por aquello que no suele ser cuestionado. Así en lugar de focalizar alguno de los dos componentes: sufrimiento y poder para cerrar las heridas (salvarse); nos ocuparemos en estas breves líneas de la mente.
En cuanto al poder de la mente mucho es lo que en las últimas décadas se ha dicho.
Todo lo que existe de un modo u otro pasó por nuestra mente. Sólo aceptamos aquello que nuestra mente dice que existe. Pero cuando dormimos nuestra conciencia duerme junto a nosotros y no es capaz de percibir las cosas que suceden a nuestro alrededor aunque sean terribles y horrorosas. Para quien está dormido nada sucede. Nada nos hiere ni nos perturba.
¿Pero qué es la mente? La marcación más elemental nos dice que es aquel concepto que nos dice que hacer y cómo hacerlo. Su modo de acción inconsciente o consciente –podemos pensarlos como formas de manifestación harto descriptas por los teóricos, en un primer momento-, se convierten en relativos para lo que ahora queremos abordar. Vale decir que si bien uno se encuentra en referencia al otro, es preciso prestar especial atención para eludir las tramas filosóficas en juego, ya sean de cualquier orden.
El planteo es desafiar el poder de nuestra propia mente para provocar mayor sufrimiento: si adquirimos cierto poder sobre ella, tal vez para interrumpir a voluntad su funcionamiento nocivo, cuando ésta nos inunda de recuerdos dolorosos y memorias lúgubres, con el propósito de seguir avanzando y sin sufrimiento, bien habremos logrado un cierto avance.
La gran tarea:  Desterrar el temor de estar vivos:
Sin duda, el mal existe en nuestra sociedad de hoy. Ha existido siempre.
Muchas veces las concepciones morales de distintas civilizaciones –como por ejemplo la egípcia-, se hallaron fundamentalmente orientadas hacia el más allá que se alcanza por la práctica del bien.  Los conceptos morales de los antiguos egipcios consideraban que sólo la conciencia individual puede salvar a los seres humanos, revelándoles los valores universales que la sabiduría divina les ha inculcado en el manantial de la vida. Cuando un alma era pura, perduraría eternamente, es decir su personalidad, subsistiría en la gloria, junto a lo divino, pero si se hubiera dejado corromper por la materia impura ese mismo ser desaparecerá.
Hemos tomado arbitrariamente uno de los ejemplos de las tantas civilizaciones de la antigüedad para plantearnos la cuestión del bien y del mal en nuestros días.
La educación de un pueblo determinado, siempre estará condicionada por el grado de civilización del mismo. En nuestra cultura desde el Iluminismo en adelante, se ha dicho que el librepensamiento, la ciencia con todo su progreso, y el hombre con el dominio que ejerce sobre la naturaleza, por medio de los nuevos avances científicos y tecnológicos obtenidos cada día, repetimos se ha dicho que de este modo el hombre de nuestros días se libra de modo gradual del yugo de la religión, de las creencias supersticiosas, del fanatismo acerca de conceptos de la vida espiritual, y del juicio de condena o de premio en una vida más allá de la propia muerte.  Este euforia maníaca que nos presenta el Iluminismo, seguido sin pudores por el Positivismo y luego por el Evolucionismo entre otras corrientes de pensamiento simplemente quedó en una verdadera fiesta de entusiastas y maníacos que disfrutaron de una breve orgía en la historia del pensamiento humano. Es necesario, para comprender el objetivo y el desarrollo del proceso social de un pueblo que sufre, ante todo, analizar aquellos factores y teorías esenciales que los determinan. ¿Qué queda en nuestros días de aquel optimismo? La respuesta es un tanto absurda y oscura: por un lado queda la ruina, la desconfianza en la razón, la pérdida de los valores espirituales, lo “nilo”de la condición humana; y por otra parte nos quedó por décadas el fanatismo comunista –un tanto desdibujado hoy día-, que pretendió liberar al hombre del supuesto fanatismo de la Cristiandad, posicionándolo en el “paraíso comunista” que no resultó ser otra cosa que un sitio que cayó por su propio peso como lo fue la caía del Comunismo Soviético, que solo logró en sus décadas de existencia lograr entre su población un nivel de mayor esclavitud y degradación.
Desde el momento en que estas corrientes de pensamiento, por cierto, a veces antitéticas pero, en otros casos substancialmente idénticas, a saber: el idealismo moderno y el positivismo; el marxismo y el freudismo, el behaviorismo y el neopositivismo, etc. quisieron liberar a la humanidad de la religión, en especial de la religión cristiana y de la autoridad clerical, de la dependencia de un Dios Omnipotente, sólo lograron que la humanidad perdiera el gusto por la vida. El hombre que conlleva esa flama de la fe –sea cual sea su creencia-, algo ha perdido. Algo le ha sido arrebatado. Es un hombre que ríe sin alegría. Ya no porta la dignidad de ser el rey de la creación. Es prisionero de un dios de su misma especie: el Estado, los conocimientos humanos, -tan cambiantes y efímeros-. El hombre perdió su dignidad.
Para finalizar, querría detenerme en un punto, dentro de la concepción naturalista del hombre y de su entorno, y teniendo en cuneta tanto al materialismo como al determinismo el cual ocupó también un lugar preponderante en los últimos tiempos, en todo el acontecer humano, en todo lo que acontece fatalmente como el desarrollo de un mecanismo nos preguntamos ¿cuál es el sentido de las palabras libertad y responsabilidad en los tiempos que nos tocan vivir dónde solo escuchamos hablar de los derechos de los humanos? ¿Qué significado tiene la iniciativa de una persona? ¿Qué se entiende por concepto de bien y del mal?  Dejé deliberadamente estos puntos para el final de mi exposición, por lo mismo creo oportuno, abundar luego en las conocidas postulaciones y en abundar en los conocimientos que las diversas disciplinas nos aportan para continuar nuestro camino respecto del sufrimiento humano.
Para los románticos, la libertad es aquello que es espontáneo, y por lo tanto aquello que es libre es natural, es un continuo acontecer. En cambio, para Hegel, la dialéctica marcha a las ordenes de una férrea necesidad de la que no escapan si siquiera nuestros propios sueños. En el pensamiento de Marx, encontramos que la dialéctica marca un ritmo invencible que gobierna la estructura económica que condiciona e impera como destino duro e inflexible sobre toda la historia global y sobre toda la humanidad. En el pensamiento freudiano, encontramos que la conciencia pierde su valor, lo inconsciente todo lo domina en su vasta teoría, éste determina, sin saberlo su dueño, los pensamientos, sus acciones todo. Para algunos de los seguidores de Freud como por ejemplo la señora Melanie Klein y toda la escuela que sigue sus teorías, lo inconsciente es un continuo coextensivo que participa de todo la conducta humana. Lo inconsciente para esta teoría acompaña al sujeto en todas sus actividades hasta en las más triviales como por ejemplo comer, trabajar, etc., de allí es deducible que “todo es interpretable” para los analistas seguidores de esta teoría. No sucede lo mismo con los analistas lacanianos, que consideran que lo inconsciente es puntual, y operan en sus análisis sobre sus formaciones. La aparición súbita e inesperada de estas formaciones, produce un intervalo, un desconcierto. Ante un lapsus, por ejemplo el hablante se desarma, afirmará seguramente que se equivocó, que en realidad quería decir otra cosa, pero en realidad, dijo aquello que no quería decir, aquello que no puede explicar. Lo inconsciente solo se deja ver pos sus formaciones, por medio de ellas simplemente se deja advertir, por medio de ellas puede ser interpretado, esto es lo que analizan los seguidores de Lacan.
Las características discursivas propias de estas concepciones y de otras semejantes presentan para el hombre de hoy En estas concepciones y en otras semejante, el hombre de hoy una posición frente a lo siniestro de su propia existencia: el hombre actual se siente pavorosamente solo frente a lo desconocido, frente a aquello que de su propia persona no conoce ni comprender, se siente solo frente a lo absurdo de una existencia que no contempla más que como espectador, lo incomprensible de la existencia propia es algo intolerable, ante la inmensa fatalidad de su existencia; está solo frente a lo absurdo, es más,  en lo cotidiano puede apreciarse esta emergencia de aquello que aparece abruptamente desde lo oculto y que el hombre no puede gobernar y lo deja consternado, que le plantea una pregunta, que a su vez abre la posibilidad a una respuesta. Muchas veces esa pregunta, crea la posibilidad de abrir un camino terapéutico para quien la plantea, otras tantas veces, la culpa que pesa sobre el hombre y que pesa sobre él y, ante la cual se siente extraño. El peligro es porque se siente que no es responsable de un “pecado sin Dios, por lo tanto no hay que esperar ni premio, ni castigo: no hay algo condenable ni algo rescatable en la conducta humana.
El peligro de esta forma de ver la vida por sí misma, es que se presenta como una condena absurda. Lo inconsciente, siempre trabaja por detrás, el hombre sabe que le es extraño y la debe aceptar como una fatalidad cruel y burlona. Y el Psicoanálisis trabaja con la Psicopatología de la vida cotidiana, aquella que se produce en cualquier momento, detectando estas formaciones, por un lado, y la posibilidad operatoria para intervenir sobre ellas por el otro. Mientras que el materialismo marxista hace de la “conciencia” una determinación, la teoría de Freud, dice que el yo, no es el dueño de casa, lo desaloja de la conciencia, el verdadero dueño de casa esta en lo inconsciente, verdadero motor de todo comportamiento humano. Muchas otras teorías como por ejemplo el behaviorismo reduce a la psicología al estudio de los comportamientos humanos; los aportes de la sociología nos ayudan a comprender al hombre y sus comportamientos dentro de los grupos humanos en correlación los unos con los otros, evitando todo juicio de valor y sin considerar el concepto de responsabilidad, sin normas reguladoras y por consiguiente careciendo de orden espiritual.
El punto crucial, entonces, es que a este ha llevado, el llamado progreso de la ciencia y el llamado dominio del hombre sobre la naturaleza –los que defendemos como un bien tantas veces no lo suficientemente reconocidos por nuestros congéneres-, pero cuando están desarraigados de su indispensable e insubstituible fundamento espiritual, religioso y moral. ¿Por qué las disciplinas modernas insisten en que el hombre nuevo librado del peso de la superstición de la religión, que implica a pastores que con astucia dominan a los hombres ignorantes para impedir que realicen su verdadera conciencia de “hombres libres”; esta concepción dejó al hombre moderno en manos de la tecnología y de la ciencia, convirtiendo al hombre moderno,  en dependiente y en víctima a la vez del Estado, de las nuevas tecnologías, de los partidos políticos y de sus variadas formas de “clientelismo”, de las dependencias de las nuevas maquinarias y de los empleos “basura”, útiles en algunos momentos y en otros absolutamente descartables como lo son ciento de miles de seres humanos bajo esta nueva estructura monstruosa y anónima, donde nadie es el auténtico responsable, dónde no se detecta a un único tirano que mata a diario a ciento de miles de inocentes, que bajo las variables macro económicas justificadas bajo fríos números eliminan a centenares de hombres y mujeres del mercado laboral y los arrojan a la indigencia, dónde la vocación es solo una quimera, donde los vendedores de veneno matan y con total impunidad gozan de la tempestad y se aplacan sus conciencias bajo el bello sol caribeño.
Podría creerse que de ahí y de tantos otros lugares que aquí omitimos, proviene para muchos el terror de estar vivos, de sentirse vivos, ese terror que se produce en cualquier momento y lugar en la vida del hombre y bajo el peso de un tremendo desconocido sentido, sin inteligencia y sin amor, que no es Providencia y no concede Gracia.
Como en el conocido  “mito del Superhombre”, bajo el empuje de la mecanización y tecnificación  de la vida, del prevalecer de la cibernética y las nuevas formas de comunicación y del momento científico que vivimos, sobre el momento social y espiritual que se respira en las últimas décadas del fin del milenio, se ha transformado en el otro mito de una fuerza ciega, necesaria, tiránica incontrolable, que desplaza al hombre a ser un simple engranaje dentro de una nueva y siniestra maquinaria aún desconocida.
El hombre actual, víctima del terror que lo aniquila, lo aísla, lo somete, ya no se rebela: soporta el terror de sentirse vivo, sin saber bien cuál es su lugar en el mundo, cual es bien su deseo, tiene miedo de la libertad, no osa pensar, simplemente consume todo lo que la misma maquinaria a la que pertenece le ofrece, paralizado, no puede tomar una iniciativa, pues teme irritar a lo que lo rodea sin saber bien a quien, convencido que contra lo incomprensible de su propia existencia de nada vale la lógica y la supuesta libertad de ya no estar bajo el yugo de los pastores religiosos.
Este hombre nuevo, librado del peso de la religión; el optimismo evolucionista y “progresivo” se ha transformado, lógicamente, en terror de lo no conocido. En cualquier momento puede perder todo aquello que el materialismo le prometió. El hombre, privado de Dios, es el esclavo impotente del miedo esencial, de lo incomprensible absurdo, la víctima de una monstruosa omnipotente cosa, es un simple objeto, no sabe qué clase de objeto es, en qué se ha convertido, pero bien sabe que solo le queda el terror por estar vivo...

sábado, 1 de abril de 2017

Los cambios



Los cambios
Paciencia, lucha y esfuerzo para lograr los cambios
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Los resultados de un cambio seguro y luminoso dependen de una serie de factores. En primer lugar la dedicación y el esfuerzo es un factor que motoriza todo el cambio. En segundo lugar influye la constancia y el avanzar a pesar de nuestros propios miedos e incertidumbres. Sabemos la importancia de no abandonar la ejercitación y la disciplina pues esto nos lleva a un estado de debilidad personal que desemboca en la angustia y el miedo.
Los resultados también de los objetivos y la forma de cada estructura. Tanto una persona con estructura melancólica como una sociedad con desidia e indiferencia, por ejemplo, con larga historia que han fortalecido los síntomas y sus raíces ya son profundas , necesitará un mayor esfuerzo y firmeza, para salir de la tormenta e iniciar su marcha por el camino hacia la liberación.
Desde tiempos olvidados, el ser humano trae escrita en su propia naturaleza la historia de las generaciones que lo precedieron, sus rasgos principales despiertan en cada una de sus actitudes y conductas. Efectivamente, marcas y sellos biológicos protegidos en aquella maravilla llamada genes, esconde las claves cifradas de las principales tendencias que luego van a formar parte del entramado sistema psíquico: la personalidad, los instintos, la generosidad, la nobleza, el egoísmo, la agresividad y tantos otros que forman el complejo cuadro de nuestra mente.
La estructura hereditaria es tan compleja como imposible de alterar. Somos como somos y con ese bagaje morimos. Pero podemos mejorar aquello que la naturaleza nos dio. Como también podemos empeorar. Toda estructura es posible de ser mejorada tanto para bien como para mal. Pero estos cambios no son constantes, homogéneos y libres de esfuerzo.
Los sufrimientos heredados si bien nunca desaparecen de modo total; pueden suavizarse hasta tal punto que el sujeto en cuestión -sea un organismo social o un individuo -, se sienta muy aliviado.      
Vale la pena el esfuerzo y la lucha.
Es necesario despertar y tomar conciencia de que la vida es un gran regalo, que tampoco podemos regresar a los tiempos espléndidos de la infancia y que no podemos ya cambiar nada del pasado. Los años pasados dejan sus huellas y los errores nos persiguen hasta que los enfrentemos.
La mayor tragedia de nuestro tiempo es creer que la vida se nos escurre como el agua entre las manos sin haber tenido una sola oportunidad para vivirla.  Por esto solo, vale la pena la gran aventura: alejar de nuestra vida el miedo y el sufrimiento.
No hay que temer emprender el viaje si decidimos que la paciencia sea nuestra compañera.
El hombre de fin de milenio e integrante de una sociedad altamente tecnificada y creadora del dios mercado, se acostumbró a solucionar de modo rápido y casi mágico todas sus dificultades. Envuelto en la vana ilusión de control sobre todas las cosas cae sin remedio en peligrosas dependencias. Lo menos que le sucede es perder la fe en un dios heredado y con el que no se puede comunicar por teléfono celular, acto seguido pierde confianza en sí mismo y carece de paciencia con todas las cosas, pero principalmente pierde la noción de quien es. Pero muchos están listos para iniciar la marcha hacia un arduo peregrinaje que los lleve a la liberación con coraje, paciencia y liviana el alma de oscuros equipajes.