jueves, 5 de septiembre de 2019

Asumir la responsabilidad: III Virtud y caridad



Asumir la responsabilidad: III

Virtud y caridad

Este tema de la Virtud surgió a partir de una simple cuestión planteada tras uno de esos peculiares sueños que se tienen en algún momento singular de nuestra existencia.
Resultado de imagen para VIRTUD Y CARIDAD imagenesEn el afán de revisar el concepto de la virtud, y realizar un breve recorrido, redescubro cuestiones que ya daba por sabidas: si bien la virtud por sí mismo no es buena –aun siendo un bien, -decimos que se puede ser virtuosos aun sin ser buenos-, pues el que es bueno, lo es en toda acción que comete y es virtuoso en bondad.
Hay una condición humana, despiadada, sentenciosa que siempre condena y nunca absuelve, es una virtud odiosa inhumana y despiadada que juzga con toda severidad y sólo se preocupa de cultivar en su perfeccionamiento y de poder ser señalado como ejemplo monumental de virtud, siempre desprecia a los demás y es un monumento de soberbia: es el virtuoso sin bondad. La virtud, la buena virtud en cambio, no condena, comprende, practica y, en especial practica la bondad, ayuda y socorre a quien lo necesita, camina humilde por el mundo tiende su mano a quien lo necesita. Si reflexionamos bien Aristóteles propone una virtud  diciendo que “es aquel estado de una cosa que constituye su excelencia peculiar y le capacita para realizar adecuadamente su función: particularmente, en el hombre, la actividad de la razón y de los hábitos ordenados racionalmente.” En la filosofía romana, la virtud se asoció con la virilidad y la fortaleza de carácter. En el renacimiento italiano, por ejemplo, en Maquiavelo esta palabra significaba prudencia sagaz.”[1]

La virtud sin bondad, es aquella en la cual todo gira en torna a su yo. No conoce ímpetus ni entusiasmos, es puro egoísmo, y es la llamada virtud satánica, si reflexionamos un poco Satanás era virtuosísimo, peor carecía de bondad. Es  Santa Catalina quien lo define con extrema agudeza diciendo de él: “la criatura sin amor”.
En cambio, la bondad es virtuosa, pero no solamente es virtuosa. Por ser bondad también sufre y llora, ríe, es humana, se expone. El virtuoso piensa en su bien y es mesurado, es individualista, en cambio el bondadoso piensa en el bien de los demás, es social, es decir, el bueno emplea como medida el amor cuya medida es no tener medida alguna.


En cada momento histórico se destaca una virtud que parece ser propia de la época, que está “a la moda”. En nuestros gobiernos del tercer mundo se alardea mucho de “cuidar y ayudar a los pobres”, sin embargo cada día hay más pobres a quienes cuidar. Los pobres resultan un bien útil para muchas instituciones sociales, gubernamentales y virtuosas que no han interpretado sin embargo el concepto del la verdadera caridad, se han quedado simplemente aferrados a la cegada y cómoda concepción de la beneficencia pública. De este modo muchos apoltronados silencias sus conciencias y sus narcisismos están contentos y tranquilos por la tarea cumplida. El alarde de la beneficencia, enmascara el egoísmo que quiere comprar una conciencia limpia. Por el contrario, cuando nos dejamos caer en brazos de la caridad, ésta no deja a nuestra conciencia en paz, pues la guerra contra las injusticias y los sufrimientos de nuestros hermanos están siempre llamándonos, la caridad nos convoca a una guerra perenne y por amor, por todo el bien que aun no se ha llevado a cabo, por aquel acto de donación, de darnos a nosotros mismos en cada uno de nuestros hermanos. Lejos está la caridad de ser una simple ayuda material, por el contrario, la caridad implica el complejo término de Misericordia espiritual: se da, da donándose. Por el contrario la beneficencia solo da algo material y se envanece por dar, siempre espera ser vista por la mayor cantidad de espectadores posibles y, en la mayoría de los casos lo hace con una gran e higiénica distancia con aquel que lo necesita, el puente entre el benefactor y el necesitado está bien custodiado por gendarmes e intermediarios que acentúan aun más esta distancia. Si alguna vez se acercan al necesitado, simplemente lo hacen para que su rostro  bien retratado ilustre los principales medios de comunicación masivos y así obtener mayor rédito del acto de beneficencia. Es una máscara más de la hipocresía que, como todo lo desagradable, necesita de una buena capa de maquillaje para cubrir su rostro. La caridad en cambio se humilla ante quien se da, la caridad atrae, sostiene sus brazos abiertos.
La caridad hace su trabajo: no se preocupa por la beneficencia, camina y repara amorosamente las ofensas que ésta hace, se ocupa de la dignidad del prójimo ya ofendido por la miseria y el descuido de las instituciones que deberías contenerlo. La caridad camina por el mundo en silencio, no es arrogante es inocente y por consiguiente casi siempre martirizada en el mundo en que vivimos en donde la beneficencia camina triunfante de la mano de algún poderoso, sostenida por funcionarios, medios de comunicación, artistas, gobiernos, empresas, se vanagloria de su trabajo, mide su potencia por la cantidad de poderosos que convoca y espera que todos la alaben y la recompensen, la beneficencia es amiga de hacer intrigas palaciegas, trampas políticas, canjes con el poder, y casi siempre lo menos importante es a quien se ayuda. En cambio, la caridad ama, santamente, bellamente, porque tiene en sí misma ese fin.  La cariad no necesita discutir ni tener opiniones, porque ella misma posee el verdadero concepto del hombre y el recto amor de la persona. La caridad no es poseedora de opiniones, pues ella es poseedora del verdadero concepto del hombre y de su recto amor. La caridad no es un simple entretenimiento ni un eventos social, la caridad implica un sacrificio, es una irrupción, es una batalla de amor. Si bien tanto la caridad como la beneficencia tienen su lado humando, la beneficencia puede ser tan solo social, mientras que la caridad, se dirige al hombre como miembro de una sociedad. La caridad es ese aposento amoroso que hace el bien el único lugar que puede hacer humanamente hablando “buena política”.




[1] Runes Dagobert D. Diccionaro de Filosofía, tratados y manuales grijalbo. Editorial Grijalbo 1981


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