Asumir la
responsabilidad: IV
El dolor humano
Decimos Que la vida está llena de dolor. No
conocemos momento alguno ni lugar libre de sufrimiento. Es más a veces nosotros
no sentimos dolor, pero lo provocamos a otras personas de manera consciente o
inconsciente. Esto siempre existió, es moneda corriente de todos los tiempos,
pero hoy en día el hombre modero lleva un estilo de vida más “exterior”, su
agenda está cargada de citas, excepto consigo mismo.
El hombre moderno ha perdido sus momentos
existenciales. El recogimiento, la meditación, la oración, la concentración, el
silencio, la vida interior, son cosas del pasado. En contrapartida desde el
afuera se le ofrece una múltiple y rápida oferta de mercado en terapias
alternativas de la nueva era para que conozca sus vidas pasadas, su futuro a
través de las diferentes y antiguas artes adivinatorias, para que en pocos
minutos y sin esfuerzo se contacte con su ser interior. Pero el hombre moderno
continúa cada día sintiéndose vacío, lleno de tristeza y prisionero de las
vicisitudes del diario transcurrir que lo asfixian cada vez más, en algunos
aspectos el hombre de hoy en día se parece al hombre primitivo que todo miraba
con asombro y por todo se interesaba de
lo que encontraba a su alrededor, el hombre actual se interesa más en las cosas
materiales y funcionales transformándose en un esclavo que en libertad trabaja
para alcanzarlas, se vende por un sueldo y vende sus sueños y su tiempo para
alcanzar aquellas necesidades puramente ficticias y muchas veces artificiales
que el mundo le dice que necesita. Triste camina cuando no logra su objetivo.
Triste camina cuando ve que hay cada vez más frutos artificiales que día a día
el mercado propone y él necesita para calmar ese vacío. Solo aquello que es
útil y cómodo parece calmar la úlcera que se produce en su cuerpo. El gusto por
lo bello, lo bueno, lo durable, lo permanente en el tiempo, carece de
importancia para el hombre de hoy. Y después nos asombramos si hasta la música
ha perdido su poesía. Todo es efímero, hasta el arte. Producir y consumir al
máximo parecen ser las señales que siguen la mayoría de los seres humanos
hipnotizados de este período histórico, sin pensar si agredimos a la naturaleza
y a la propia humanidad.
Nunca la
humanidad ha presenciado este modelo en el cual se modifica la naturaleza de
modo carnavalesca, pues si bien el hecho de modificar la naturaleza es
necesario para la supervivencia del hombre y es necesario para su mejoramiento
social, en nuestro tiempo con el ritmo enloquecedor, despilfarrador,
apremiante, sin compasión y desperdiciando los recursos en pos de inútiles
objetos que se deprecian a poco de salir del mercado, el modelo que estamos
viviendo es demencial, corrupto, enajenante y aleja al hombre de su verdadera
esencia. El hombre así inmerso en este
mundo vive desorientado, en continua agitación, aturdido, vacío de todo
entusiasmo, con sentimientos empobrecidos, rodeado de una eterna sensación de
aislamiento. Se encuentra alejado de su propia vida interior vacía de sentido,
y lanzado a un mundo cambiante en donde es difícil asirse por la rapidez y
falta de seguridad que ofrece. Y para completar el cuadro las relaciones con
sus congéneres no son menos dificultosas: buscar compañía es todo un problema,
muchas veces se siente solo aún estando acompañado. No hay tiempo para
escucharse, pues tiempo no hay, el tiempo es para otra cosa. En la era de la
tecnología nos comunicamos para decir: “después te llamo, ahora estoy ocupado”.
Los teléfonos nos contactan para aislarnos aún más o para decir simples
necedades que nada revelen de nuestro vacío. Solo estamos disponibles para
aquellos que entren en el limitado círculo de nuestros intereses materiales.
Muchos dicen: No tengo tiempo ni para enamorarme. Muchos ya no tienen tiempo
para el “Rey del tiempo”, sea porque lo desconocen o porque tienen que hacer
ver su presencia en lugares de moda que beneficiarán su condición económica,
buscan la evasión, la diversión, el no pensar en sí mismos, pues si buscaran
allí encontrarían las heridas por las poesías olvidadas, por las ventajas del
silencio y del recogimiento, y en especial por el amor de Aquel que todo lo
transforma.
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