Un modo
factible de abordar el problema suscitado por la voluntad para cerrar las
heridas es el interrogarse, en primer término, por aquello que no suele ser
cuestionado. Así en lugar de focalizar alguno de los dos componentes: sufrimiento
y poder para cerrar las heridas (salvarse); nos ocuparemos en estas breves
líneas de la mente.
En cuanto al
poder de la mente mucho es lo que en las últimas décadas se ha dicho.
Todo lo que
existe de un modo u otro pasó por nuestra mente. Sólo aceptamos aquello que
nuestra mente dice que existe. Pero cuando dormimos nuestra conciencia duerme
junto a nosotros y no es capaz de percibir las cosas que suceden a nuestro
alrededor aunque sean terribles y horrorosas. Para quien está dormido nada
sucede. Nada nos hiere ni nos perturba.
¿Pero qué es
la mente? La marcación más elemental nos dice que es aquel concepto que nos
dice que hacer y cómo hacerlo. Su modo de acción inconsciente o consciente
–podemos pensarlos como formas de manifestación harto descriptas por los
teóricos, en un primer momento-, se convierten en relativos para lo que ahora
queremos abordar. Vale decir que si bien uno se encuentra en referencia al
otro, es preciso prestar especial atención para eludir las tramas filosóficas
en juego, ya sean de cualquier orden.
El planteo es
desafiar el poder de nuestra propia mente para provocar mayor sufrimiento: si
adquirimos cierto poder sobre ella, tal vez para interrumpir a voluntad su
funcionamiento nocivo, cuando ésta nos inunda de recuerdos dolorosos y memorias
lúgubres, con el propósito de seguir avanzando y sin sufrimiento, bien habremos
logrado un cierto avance.
La gran tarea: Desterrar
el temor de estar vivos:
Sin duda, el
mal existe en nuestra sociedad de hoy. Ha existido siempre.
Muchas veces
las concepciones morales de distintas civilizaciones –como por ejemplo la
egípcia-, se hallaron fundamentalmente orientadas hacia el más allá que se
alcanza por la práctica del bien. Los
conceptos morales de los antiguos egipcios consideraban que sólo la conciencia
individual puede salvar a los seres humanos, revelándoles los valores
universales que la sabiduría divina les ha inculcado en el manantial de la
vida. Cuando un alma era pura, perduraría eternamente, es decir su
personalidad, subsistiría en la gloria, junto a lo divino, pero si se hubiera
dejado corromper por la materia impura ese mismo ser desaparecerá.
Hemos tomado
arbitrariamente uno de los ejemplos de las tantas civilizaciones de la
antigüedad para plantearnos la cuestión del bien y del mal en nuestros días.
La educación
de un pueblo determinado, siempre estará condicionada por el grado de
civilización del mismo. En nuestra cultura desde el Iluminismo en adelante, se
ha dicho que el librepensamiento, la ciencia con todo su progreso, y el hombre
con el dominio que ejerce sobre la naturaleza, por medio de los nuevos avances
científicos y tecnológicos obtenidos cada día, repetimos se ha dicho que de
este modo el hombre de nuestros días se libra de modo gradual del yugo de la
religión, de las creencias supersticiosas, del fanatismo acerca de conceptos de
la vida espiritual, y del juicio de condena o de premio en una vida más allá de
la propia muerte. Este euforia maníaca
que nos presenta el Iluminismo, seguido sin pudores por el Positivismo y luego
por el Evolucionismo entre otras corrientes de pensamiento simplemente quedó en
una verdadera fiesta de entusiastas y maníacos que disfrutaron de una breve
orgía en la historia del pensamiento humano. Es necesario, para comprender el
objetivo y el desarrollo del proceso social de un pueblo que sufre, ante todo,
analizar aquellos factores y teorías esenciales que los determinan. ¿Qué queda
en nuestros días de aquel optimismo? La respuesta es un tanto absurda y oscura:
por un lado queda la ruina, la desconfianza en la razón, la pérdida de los
valores espirituales, lo “nilo”de la condición humana; y por otra parte nos
quedó por décadas el fanatismo comunista –un tanto desdibujado hoy día-, que
pretendió liberar al hombre del supuesto fanatismo de la Cristiandad, posicionándolo
en el “paraíso comunista” que no resultó ser otra cosa que un sitio que cayó
por su propio peso como lo fue la caía del Comunismo Soviético, que solo logró
en sus décadas de existencia lograr entre su población un nivel de mayor
esclavitud y degradación.
Desde el
momento en que estas corrientes de pensamiento, por cierto, a veces antitéticas
pero, en otros casos substancialmente idénticas, a saber: el idealismo moderno
y el positivismo; el marxismo y el freudismo, el behaviorismo y el neopositivismo,
etc. quisieron liberar a la humanidad de la religión, en especial de la
religión cristiana y de la autoridad clerical, de la dependencia de un Dios
Omnipotente, sólo lograron que la humanidad perdiera el gusto por la vida. El
hombre que conlleva esa flama de la fe –sea cual sea su creencia-, algo ha
perdido. Algo le ha sido arrebatado. Es un hombre que ríe sin alegría. Ya no
porta la dignidad de ser el rey de la creación. Es prisionero de un dios de su
misma especie: el Estado, los conocimientos humanos, -tan cambiantes y
efímeros-. El hombre perdió su dignidad.
Para
finalizar, querría detenerme en un punto, dentro de la concepción naturalista
del hombre y de su entorno, y teniendo en cuneta tanto al materialismo como al
determinismo el cual ocupó también un lugar preponderante en los últimos
tiempos, en todo el acontecer humano, en todo lo que acontece fatalmente como
el desarrollo de un mecanismo nos preguntamos ¿cuál es el sentido de las
palabras libertad y responsabilidad en los tiempos que nos tocan vivir dónde
solo escuchamos hablar de los derechos de los humanos? ¿Qué significado tiene
la iniciativa de una persona? ¿Qué se entiende por concepto de bien y del
mal? Dejé deliberadamente estos puntos
para el final de mi exposición, por lo mismo creo oportuno, abundar luego en
las conocidas postulaciones y en abundar en los conocimientos que las diversas
disciplinas nos aportan para continuar nuestro camino respecto del sufrimiento
humano.
Para los
románticos, la libertad es aquello que es espontáneo, y por lo tanto aquello
que es libre es natural, es un continuo acontecer. En cambio, para Hegel, la
dialéctica marcha a las ordenes de una férrea necesidad de la que no escapan si
siquiera nuestros propios sueños. En el pensamiento de Marx, encontramos que la
dialéctica marca un ritmo invencible que gobierna la estructura económica que
condiciona e impera como destino duro e inflexible sobre toda la historia
global y sobre toda la humanidad. En el pensamiento freudiano, encontramos que
la conciencia pierde su valor, lo inconsciente todo lo domina en su vasta
teoría, éste determina, sin saberlo su dueño, los pensamientos, sus acciones
todo. Para algunos de los seguidores de Freud como por ejemplo la señora
Melanie Klein y toda la escuela que sigue sus teorías, lo inconsciente es un
continuo coextensivo que participa de todo la conducta humana. Lo inconsciente
para esta teoría acompaña al sujeto en todas sus actividades hasta en las más
triviales como por ejemplo comer, trabajar, etc., de allí es deducible que
“todo es interpretable” para los analistas seguidores de esta teoría. No sucede
lo mismo con los analistas lacanianos, que consideran que lo inconsciente es
puntual, y operan en sus análisis sobre sus formaciones. La aparición súbita e
inesperada de estas formaciones, produce un intervalo, un desconcierto. Ante un
lapsus, por ejemplo el hablante se desarma, afirmará seguramente que se
equivocó, que en realidad quería decir otra cosa, pero en realidad, dijo
aquello que no quería decir, aquello que no puede explicar. Lo inconsciente
solo se deja ver pos sus formaciones, por medio de ellas simplemente se deja
advertir, por medio de ellas puede ser interpretado, esto es lo que analizan
los seguidores de Lacan.
Las
características discursivas propias de estas concepciones y de otras semejantes
presentan para el hombre de hoy En estas concepciones y en otras semejante, el
hombre de hoy una posición frente a lo siniestro de su propia existencia: el
hombre actual se siente pavorosamente solo frente a lo desconocido, frente a
aquello que de su propia persona no conoce ni comprender, se siente solo frente
a lo absurdo de una existencia que no contempla más que como espectador, lo
incomprensible de la existencia propia es algo intolerable, ante la inmensa
fatalidad de su existencia; está solo frente a lo absurdo, es más, en lo cotidiano puede apreciarse esta
emergencia de aquello que aparece abruptamente desde lo oculto y que el hombre
no puede gobernar y lo deja consternado, que le plantea una pregunta, que a su
vez abre la posibilidad a una respuesta. Muchas veces esa pregunta, crea la
posibilidad de abrir un camino terapéutico para quien la plantea, otras tantas
veces, la culpa que pesa sobre el hombre y que pesa sobre él y, ante la cual se
siente extraño. El peligro es porque se siente que no es responsable de un
“pecado sin Dios, por lo tanto no hay que esperar ni premio, ni castigo: no hay
algo condenable ni algo rescatable en la conducta humana.
El peligro de
esta forma de ver la vida por sí misma, es que se presenta como una condena
absurda. Lo inconsciente, siempre trabaja por detrás, el hombre sabe que le es
extraño y la debe aceptar como una fatalidad cruel y burlona. Y el
Psicoanálisis trabaja con la Psicopatología de la vida cotidiana, aquella que
se produce en cualquier momento, detectando estas formaciones, por un lado, y
la posibilidad operatoria para intervenir sobre ellas por el otro. Mientras que
el materialismo marxista hace de la “conciencia” una determinación, la teoría
de Freud, dice que el yo, no es el dueño de casa, lo desaloja de la conciencia,
el verdadero dueño de casa esta en lo inconsciente, verdadero motor de todo
comportamiento humano. Muchas otras teorías como por ejemplo el behaviorismo
reduce a la psicología al estudio de los comportamientos humanos; los aportes
de la sociología nos ayudan a comprender al hombre y sus comportamientos dentro
de los grupos humanos en correlación los unos con los otros, evitando todo
juicio de valor y sin considerar el concepto de responsabilidad, sin normas
reguladoras y por consiguiente careciendo de orden espiritual.
El punto
crucial, entonces, es que a este ha llevado, el llamado progreso de la ciencia
y el llamado dominio del hombre sobre la naturaleza –los que defendemos como un
bien tantas veces no lo suficientemente reconocidos por nuestros congéneres-,
pero cuando están desarraigados de su indispensable e insubstituible fundamento
espiritual, religioso y moral. ¿Por qué las disciplinas modernas insisten en
que el hombre nuevo librado del peso de la superstición de la religión, que
implica a pastores que con astucia dominan a los hombres ignorantes para
impedir que realicen su verdadera conciencia de “hombres libres”; esta
concepción dejó al hombre moderno en manos de la tecnología y de la ciencia, convirtiendo
al hombre moderno, en dependiente y en
víctima a la vez del Estado, de las nuevas tecnologías, de los partidos
políticos y de sus variadas formas de “clientelismo”, de las dependencias de
las nuevas maquinarias y de los empleos “basura”, útiles en algunos momentos y
en otros absolutamente descartables como lo son ciento de miles de seres
humanos bajo esta nueva estructura monstruosa y anónima, donde nadie es el
auténtico responsable, dónde no se detecta a un único tirano que mata a diario
a ciento de miles de inocentes, que bajo las variables macro económicas
justificadas bajo fríos números eliminan a centenares de hombres y mujeres del
mercado laboral y los arrojan a la indigencia, dónde la vocación es solo una
quimera, donde los vendedores de veneno matan y con total impunidad gozan de la
tempestad y se aplacan sus conciencias bajo el bello sol caribeño.
Podría
creerse que de ahí y de tantos otros lugares que aquí omitimos, proviene para
muchos el terror de estar vivos, de sentirse vivos, ese terror que se produce
en cualquier momento y lugar en la vida del hombre y bajo el peso de un
tremendo desconocido sentido, sin inteligencia y sin amor, que no es
Providencia y no concede Gracia.
Como en el
conocido “mito del Superhombre”, bajo el
empuje de la mecanización y tecnificación
de la vida, del prevalecer de la cibernética y las nuevas formas de
comunicación y del momento científico que vivimos, sobre el momento social y
espiritual que se respira en las últimas décadas del fin del milenio, se ha transformado
en el otro mito de una fuerza ciega, necesaria, tiránica incontrolable, que
desplaza al hombre a ser un simple engranaje dentro de una nueva y siniestra
maquinaria aún desconocida.
El hombre
actual, víctima del terror que lo aniquila, lo aísla, lo somete, ya no se
rebela: soporta el terror de sentirse vivo, sin saber bien cuál es su lugar en
el mundo, cual es bien su deseo, tiene miedo de la libertad, no osa pensar,
simplemente consume todo lo que la misma maquinaria a la que pertenece le
ofrece, paralizado, no puede tomar una iniciativa, pues teme irritar a lo que
lo rodea sin saber bien a quien, convencido que contra lo incomprensible de su
propia existencia de nada vale la lógica y la supuesta libertad de ya no estar
bajo el yugo de los pastores religiosos.
Este hombre
nuevo, librado del peso de la religión; el optimismo evolucionista y
“progresivo” se ha transformado, lógicamente, en terror de lo no conocido. En
cualquier momento puede perder todo aquello que el materialismo le prometió. El
hombre, privado de Dios, es el esclavo impotente del miedo esencial, de lo
incomprensible absurdo, la víctima de una monstruosa omnipotente cosa, es un
simple objeto, no sabe qué clase de objeto es, en qué se ha convertido, pero
bien sabe que solo le queda el terror por estar vivo...
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