sábado, 8 de abril de 2017

Cerrar las heridas: el despegue





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Un modo factible de abordar el problema suscitado por la voluntad para cerrar las heridas es el interrogarse, en primer término, por aquello que no suele ser cuestionado. Así en lugar de focalizar alguno de los dos componentes: sufrimiento y poder para cerrar las heridas (salvarse); nos ocuparemos en estas breves líneas de la mente.
En cuanto al poder de la mente mucho es lo que en las últimas décadas se ha dicho.
Todo lo que existe de un modo u otro pasó por nuestra mente. Sólo aceptamos aquello que nuestra mente dice que existe. Pero cuando dormimos nuestra conciencia duerme junto a nosotros y no es capaz de percibir las cosas que suceden a nuestro alrededor aunque sean terribles y horrorosas. Para quien está dormido nada sucede. Nada nos hiere ni nos perturba.
¿Pero qué es la mente? La marcación más elemental nos dice que es aquel concepto que nos dice que hacer y cómo hacerlo. Su modo de acción inconsciente o consciente –podemos pensarlos como formas de manifestación harto descriptas por los teóricos, en un primer momento-, se convierten en relativos para lo que ahora queremos abordar. Vale decir que si bien uno se encuentra en referencia al otro, es preciso prestar especial atención para eludir las tramas filosóficas en juego, ya sean de cualquier orden.
El planteo es desafiar el poder de nuestra propia mente para provocar mayor sufrimiento: si adquirimos cierto poder sobre ella, tal vez para interrumpir a voluntad su funcionamiento nocivo, cuando ésta nos inunda de recuerdos dolorosos y memorias lúgubres, con el propósito de seguir avanzando y sin sufrimiento, bien habremos logrado un cierto avance.
La gran tarea:  Desterrar el temor de estar vivos:
Sin duda, el mal existe en nuestra sociedad de hoy. Ha existido siempre.
Muchas veces las concepciones morales de distintas civilizaciones –como por ejemplo la egípcia-, se hallaron fundamentalmente orientadas hacia el más allá que se alcanza por la práctica del bien.  Los conceptos morales de los antiguos egipcios consideraban que sólo la conciencia individual puede salvar a los seres humanos, revelándoles los valores universales que la sabiduría divina les ha inculcado en el manantial de la vida. Cuando un alma era pura, perduraría eternamente, es decir su personalidad, subsistiría en la gloria, junto a lo divino, pero si se hubiera dejado corromper por la materia impura ese mismo ser desaparecerá.
Hemos tomado arbitrariamente uno de los ejemplos de las tantas civilizaciones de la antigüedad para plantearnos la cuestión del bien y del mal en nuestros días.
La educación de un pueblo determinado, siempre estará condicionada por el grado de civilización del mismo. En nuestra cultura desde el Iluminismo en adelante, se ha dicho que el librepensamiento, la ciencia con todo su progreso, y el hombre con el dominio que ejerce sobre la naturaleza, por medio de los nuevos avances científicos y tecnológicos obtenidos cada día, repetimos se ha dicho que de este modo el hombre de nuestros días se libra de modo gradual del yugo de la religión, de las creencias supersticiosas, del fanatismo acerca de conceptos de la vida espiritual, y del juicio de condena o de premio en una vida más allá de la propia muerte.  Este euforia maníaca que nos presenta el Iluminismo, seguido sin pudores por el Positivismo y luego por el Evolucionismo entre otras corrientes de pensamiento simplemente quedó en una verdadera fiesta de entusiastas y maníacos que disfrutaron de una breve orgía en la historia del pensamiento humano. Es necesario, para comprender el objetivo y el desarrollo del proceso social de un pueblo que sufre, ante todo, analizar aquellos factores y teorías esenciales que los determinan. ¿Qué queda en nuestros días de aquel optimismo? La respuesta es un tanto absurda y oscura: por un lado queda la ruina, la desconfianza en la razón, la pérdida de los valores espirituales, lo “nilo”de la condición humana; y por otra parte nos quedó por décadas el fanatismo comunista –un tanto desdibujado hoy día-, que pretendió liberar al hombre del supuesto fanatismo de la Cristiandad, posicionándolo en el “paraíso comunista” que no resultó ser otra cosa que un sitio que cayó por su propio peso como lo fue la caía del Comunismo Soviético, que solo logró en sus décadas de existencia lograr entre su población un nivel de mayor esclavitud y degradación.
Desde el momento en que estas corrientes de pensamiento, por cierto, a veces antitéticas pero, en otros casos substancialmente idénticas, a saber: el idealismo moderno y el positivismo; el marxismo y el freudismo, el behaviorismo y el neopositivismo, etc. quisieron liberar a la humanidad de la religión, en especial de la religión cristiana y de la autoridad clerical, de la dependencia de un Dios Omnipotente, sólo lograron que la humanidad perdiera el gusto por la vida. El hombre que conlleva esa flama de la fe –sea cual sea su creencia-, algo ha perdido. Algo le ha sido arrebatado. Es un hombre que ríe sin alegría. Ya no porta la dignidad de ser el rey de la creación. Es prisionero de un dios de su misma especie: el Estado, los conocimientos humanos, -tan cambiantes y efímeros-. El hombre perdió su dignidad.
Para finalizar, querría detenerme en un punto, dentro de la concepción naturalista del hombre y de su entorno, y teniendo en cuneta tanto al materialismo como al determinismo el cual ocupó también un lugar preponderante en los últimos tiempos, en todo el acontecer humano, en todo lo que acontece fatalmente como el desarrollo de un mecanismo nos preguntamos ¿cuál es el sentido de las palabras libertad y responsabilidad en los tiempos que nos tocan vivir dónde solo escuchamos hablar de los derechos de los humanos? ¿Qué significado tiene la iniciativa de una persona? ¿Qué se entiende por concepto de bien y del mal?  Dejé deliberadamente estos puntos para el final de mi exposición, por lo mismo creo oportuno, abundar luego en las conocidas postulaciones y en abundar en los conocimientos que las diversas disciplinas nos aportan para continuar nuestro camino respecto del sufrimiento humano.
Para los románticos, la libertad es aquello que es espontáneo, y por lo tanto aquello que es libre es natural, es un continuo acontecer. En cambio, para Hegel, la dialéctica marcha a las ordenes de una férrea necesidad de la que no escapan si siquiera nuestros propios sueños. En el pensamiento de Marx, encontramos que la dialéctica marca un ritmo invencible que gobierna la estructura económica que condiciona e impera como destino duro e inflexible sobre toda la historia global y sobre toda la humanidad. En el pensamiento freudiano, encontramos que la conciencia pierde su valor, lo inconsciente todo lo domina en su vasta teoría, éste determina, sin saberlo su dueño, los pensamientos, sus acciones todo. Para algunos de los seguidores de Freud como por ejemplo la señora Melanie Klein y toda la escuela que sigue sus teorías, lo inconsciente es un continuo coextensivo que participa de todo la conducta humana. Lo inconsciente para esta teoría acompaña al sujeto en todas sus actividades hasta en las más triviales como por ejemplo comer, trabajar, etc., de allí es deducible que “todo es interpretable” para los analistas seguidores de esta teoría. No sucede lo mismo con los analistas lacanianos, que consideran que lo inconsciente es puntual, y operan en sus análisis sobre sus formaciones. La aparición súbita e inesperada de estas formaciones, produce un intervalo, un desconcierto. Ante un lapsus, por ejemplo el hablante se desarma, afirmará seguramente que se equivocó, que en realidad quería decir otra cosa, pero en realidad, dijo aquello que no quería decir, aquello que no puede explicar. Lo inconsciente solo se deja ver pos sus formaciones, por medio de ellas simplemente se deja advertir, por medio de ellas puede ser interpretado, esto es lo que analizan los seguidores de Lacan.
Las características discursivas propias de estas concepciones y de otras semejantes presentan para el hombre de hoy En estas concepciones y en otras semejante, el hombre de hoy una posición frente a lo siniestro de su propia existencia: el hombre actual se siente pavorosamente solo frente a lo desconocido, frente a aquello que de su propia persona no conoce ni comprender, se siente solo frente a lo absurdo de una existencia que no contempla más que como espectador, lo incomprensible de la existencia propia es algo intolerable, ante la inmensa fatalidad de su existencia; está solo frente a lo absurdo, es más,  en lo cotidiano puede apreciarse esta emergencia de aquello que aparece abruptamente desde lo oculto y que el hombre no puede gobernar y lo deja consternado, que le plantea una pregunta, que a su vez abre la posibilidad a una respuesta. Muchas veces esa pregunta, crea la posibilidad de abrir un camino terapéutico para quien la plantea, otras tantas veces, la culpa que pesa sobre el hombre y que pesa sobre él y, ante la cual se siente extraño. El peligro es porque se siente que no es responsable de un “pecado sin Dios, por lo tanto no hay que esperar ni premio, ni castigo: no hay algo condenable ni algo rescatable en la conducta humana.
El peligro de esta forma de ver la vida por sí misma, es que se presenta como una condena absurda. Lo inconsciente, siempre trabaja por detrás, el hombre sabe que le es extraño y la debe aceptar como una fatalidad cruel y burlona. Y el Psicoanálisis trabaja con la Psicopatología de la vida cotidiana, aquella que se produce en cualquier momento, detectando estas formaciones, por un lado, y la posibilidad operatoria para intervenir sobre ellas por el otro. Mientras que el materialismo marxista hace de la “conciencia” una determinación, la teoría de Freud, dice que el yo, no es el dueño de casa, lo desaloja de la conciencia, el verdadero dueño de casa esta en lo inconsciente, verdadero motor de todo comportamiento humano. Muchas otras teorías como por ejemplo el behaviorismo reduce a la psicología al estudio de los comportamientos humanos; los aportes de la sociología nos ayudan a comprender al hombre y sus comportamientos dentro de los grupos humanos en correlación los unos con los otros, evitando todo juicio de valor y sin considerar el concepto de responsabilidad, sin normas reguladoras y por consiguiente careciendo de orden espiritual.
El punto crucial, entonces, es que a este ha llevado, el llamado progreso de la ciencia y el llamado dominio del hombre sobre la naturaleza –los que defendemos como un bien tantas veces no lo suficientemente reconocidos por nuestros congéneres-, pero cuando están desarraigados de su indispensable e insubstituible fundamento espiritual, religioso y moral. ¿Por qué las disciplinas modernas insisten en que el hombre nuevo librado del peso de la superstición de la religión, que implica a pastores que con astucia dominan a los hombres ignorantes para impedir que realicen su verdadera conciencia de “hombres libres”; esta concepción dejó al hombre moderno en manos de la tecnología y de la ciencia, convirtiendo al hombre moderno,  en dependiente y en víctima a la vez del Estado, de las nuevas tecnologías, de los partidos políticos y de sus variadas formas de “clientelismo”, de las dependencias de las nuevas maquinarias y de los empleos “basura”, útiles en algunos momentos y en otros absolutamente descartables como lo son ciento de miles de seres humanos bajo esta nueva estructura monstruosa y anónima, donde nadie es el auténtico responsable, dónde no se detecta a un único tirano que mata a diario a ciento de miles de inocentes, que bajo las variables macro económicas justificadas bajo fríos números eliminan a centenares de hombres y mujeres del mercado laboral y los arrojan a la indigencia, dónde la vocación es solo una quimera, donde los vendedores de veneno matan y con total impunidad gozan de la tempestad y se aplacan sus conciencias bajo el bello sol caribeño.
Podría creerse que de ahí y de tantos otros lugares que aquí omitimos, proviene para muchos el terror de estar vivos, de sentirse vivos, ese terror que se produce en cualquier momento y lugar en la vida del hombre y bajo el peso de un tremendo desconocido sentido, sin inteligencia y sin amor, que no es Providencia y no concede Gracia.
Como en el conocido  “mito del Superhombre”, bajo el empuje de la mecanización y tecnificación  de la vida, del prevalecer de la cibernética y las nuevas formas de comunicación y del momento científico que vivimos, sobre el momento social y espiritual que se respira en las últimas décadas del fin del milenio, se ha transformado en el otro mito de una fuerza ciega, necesaria, tiránica incontrolable, que desplaza al hombre a ser un simple engranaje dentro de una nueva y siniestra maquinaria aún desconocida.
El hombre actual, víctima del terror que lo aniquila, lo aísla, lo somete, ya no se rebela: soporta el terror de sentirse vivo, sin saber bien cuál es su lugar en el mundo, cual es bien su deseo, tiene miedo de la libertad, no osa pensar, simplemente consume todo lo que la misma maquinaria a la que pertenece le ofrece, paralizado, no puede tomar una iniciativa, pues teme irritar a lo que lo rodea sin saber bien a quien, convencido que contra lo incomprensible de su propia existencia de nada vale la lógica y la supuesta libertad de ya no estar bajo el yugo de los pastores religiosos.
Este hombre nuevo, librado del peso de la religión; el optimismo evolucionista y “progresivo” se ha transformado, lógicamente, en terror de lo no conocido. En cualquier momento puede perder todo aquello que el materialismo le prometió. El hombre, privado de Dios, es el esclavo impotente del miedo esencial, de lo incomprensible absurdo, la víctima de una monstruosa omnipotente cosa, es un simple objeto, no sabe qué clase de objeto es, en qué se ha convertido, pero bien sabe que solo le queda el terror por estar vivo...

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