sábado, 22 de abril de 2017

La libertad de nuestros actos




I
Lo que impacta en cada acto libre es que estos siempre comportan algo nuevo; en este sentido es creador de algo que antes no era.
Los actos libres nunca dejan las cosas tal y como están, por el contrario:  modifica a quien lo cumple y a quien lo recibe, enriquece, tiene infinitas repercusiones dentro y fuera de nosotros. De esta comprobación partiremos para advertir que aun cuando se repite el acto libre, aun así, siempre es nuevo, pues dicha repetición es una nueva participación activa. Prosigamos ahora con lo que es importante señalar, con otros de los conceptos fundamentales: el acto moral. El acto moral no se consume con el uso y no se desgasta. La moral nada tiene que ver con las costumbres y sus usos constantes, la moral no es en seguir lo que ya ha sido hecho.
Una de las más vigorosas expresiones respecto de la moral, no es imitar o copiar, sino adherir, participar. Por lo tanto, hacer lo que ya he hecho, -según esta concepción-,  y lo que otros han hecho, significa renovar en un nuevo acto, en cada nuevo acto, y, mediante un nuevo empeño, aquello que ya he hecho o que otros han hecho, no implica más que la adhesión pasiva, la resistencia para llevar a cabo el esfuerzo mínimo, que bien puede ser válida desde el punto de vista de la economía psíquica del sujeto, pero que no es aplicable a la vida espiritual del mismo hombre. 
Según esto, fuera del ambiente psíquico humano, el hombre que nace como tal, no llega a realizarse efectivamente si descarta el acto espiritual. Sin embargo está capacitado para ello, en cuanto tiene todo cuanto necesita para crecer como hombre, sólo que no lo incorpora en su sistema conceptual.
El acto espiritual, en efecto, como tal, no es económico: no responde simplemente a la economía psíquica del sujeto. No es un cálculo ni un mecanismo; no tiene “una técnica determinada”; Es económicamente incómodo y políticamente incorrecto.
Si bien sabemos que el hombre nace “completo físicamente, pero inacabado”, nace dependiente pero persona jurídica al fin, se va haciendo “personalidad” y se va haciendo un ser “plausible de ser educado”. Pasa el útero materno al útero social.
Pasa de la naturaleza esencial a la psicosocial y ambas naturalezas hacen a su existencia enriquecedora y carente.
La educación cumple su rol fundante. Las “buenas usanzas”, como actos exteriormente sociales, deben, sin duda, ser practicadas, mas no son, como tales morales: la moral es mucho más que la “buena educación” y no pocas veces está en contra de todas las buenas usanzas.
Se hace necesario recordar, en este punto, que cuando los sentimientos más verdaderos se traducen en las palabras comunes y usuales, la moral cede el lugar a la ética del convencionalismo y de la etiqueta. Las situaciones más complejas son pasibles de ser trabajadas con comodidad y cordialidad ciudadana, muchas veces con el frío y rutinario escrito monocorde comprado con prisa y sin cariño. El sentimiento del dolor se apaga en la indiferencia de una tarjeta de pésame; el sentimiento de la alegría se amengua en la fórmula de un telegrama de felicitaciones. Tanta comodidad resulta tentadora, entre otras cosas, por dos motivos: porque requiere el mínimo esfuerzo y porque da la ilusión de que, con muy poco, se arreglan todas las cuentas con nosotros mismos y con el prójimo, y el hombre contemporáneo se deja tentar, él, el “revolucionario” y el “progresista”, pero también el “conformista”.
De este modo, el hombre moderno evita el riesgo de que el dolor o la alegría propia o ajena, se vean comprometidas en forma verdadera.
Las buenas costumbres, se presentan como un escudo contra nosotros mismos. Ellas nos ayudan a sentirnos cómodos y a estar menos complicados desde que empezamos a transcurrir nuestra jornada. Esto dista mucho de ser “moral”.
A muchas “personas de bien” les falta solamente el ser “personas morales”.
Las acciones morales y libres han de escribirlas cada uno por sí mismo; por ende, nadie puede leerlas en ningún manual, ni aprenderlas por medio de la pomposidad cautivante de la imagen infatuada de parientes distinguidos.
Pero esto “cuesta” mucho esfuerzo; y el hombre de hoy día es un gran economista y quiere gastar poco y tener mucho. ¿Definiremos por fina al hombre de hoy como aquel que quiere tenerlo todo sin hacer el menor esfuerzo por ello? Todavía no encontramos la respuesta.
Para contestar este interrogante –cuya respuesta por ahora es “sí y no”-, debemos continuar por nuestro camino para ver qué nos plantea la moral.
La moral es exigente. La moral, es esfuerzo y empeño de formarse una educación moral por encima y muchas veces en contra de la norma vigente, muchas veces va en contra de la educación social solidificada, convencional y utilitaria.
Atendemos aquí un nuevo pasaje: Muchas conciencias son, prisioneras pacíficas de convicciones, de costumbres, de ficciones y de prejuicios. Muchas personas viven en una actitud “conformista” con las fórmulas convencionales, a cuyo amparo consumen tranquilamente la mediocridad de su vida.
Para culminar, y en referencia a las personas que se mantienen conformistas y dicen no comprender muy bien las palabras fuertes y exigentes porque no se atreven a cambiar o a alterar sus compromisos con la sociedad que así componen. En cuanto a los efectos de la moral en sus vidas y los planteos que ésta presentan, éstos suenan molestos, incómodas, amenazadoras, revolucionarias y, por lo tanto, dignas de ser perseguidas y eliminados, juntamente a quien las pronuncia.  Cuando alguien así habla, algo distinto se dice a lo que allí algo se manifiesta en primera instancia. Pero no todo es malo en la transmisión que la sociedad y las buenas costumbres le regalan al hombre. Es más, aquí también hay algo de positivo, ya sea porque la vida social es ella misma un valor, y es conservadora y transmisora de valores; o bien porque los hábitos rutinarios, las costumbres, son un reposo necesario, un alto reparador que contribuye a recuperar nuestras energías físicas y espirituales.
En cambio la moral no ordena ponerse en contra de la sociedad en la que vivimos y subvertirla; ordena tan sólo no confundir el orden moral con el orden puramente social e insertar en la vida social la acción moral, es decir, rescatar en la moralidad todo aquello que de positivo hay en la “socialidad”, la cual, por una especie de inercia que le es propia, tiende a degradar hacia lo convencional, hacia lo conformista y lo consuetudinario.


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