I
Lo que
impacta en cada acto libre es que estos siempre comportan algo nuevo; en este
sentido es creador de algo que antes no era.
Los
actos libres nunca dejan las cosas tal y como están, por el contrario: modifica a quien lo cumple y a quien lo
recibe, enriquece, tiene infinitas repercusiones dentro y fuera de nosotros. De
esta comprobación partiremos para advertir que aun cuando se repite el acto
libre, aun así, siempre es nuevo, pues dicha repetición es una nueva participación
activa. Prosigamos ahora con lo que es importante señalar, con otros de los
conceptos fundamentales: el acto moral. El acto moral no se consume con el uso
y no se desgasta. La moral nada tiene que ver con las costumbres y sus usos
constantes, la moral no es en seguir lo que ya ha sido hecho.
Una de
las más vigorosas expresiones respecto de la moral, no es imitar o copiar, sino
adherir, participar. Por lo tanto, hacer lo que ya he hecho, -según esta
concepción-, y lo que otros han hecho,
significa renovar en un nuevo acto, en cada nuevo acto, y, mediante un nuevo
empeño, aquello que ya he hecho o que otros han hecho, no implica más que la
adhesión pasiva, la resistencia para llevar a cabo el esfuerzo mínimo, que bien
puede ser válida desde el punto de vista de la economía psíquica del sujeto,
pero que no es aplicable a la vida espiritual del mismo hombre.
Según
esto, fuera del ambiente psíquico humano, el hombre que nace como tal, no llega
a realizarse efectivamente si descarta el acto espiritual. Sin embargo está
capacitado para ello, en cuanto tiene todo cuanto necesita para crecer como
hombre, sólo que no lo incorpora en su sistema conceptual.
El acto
espiritual, en efecto, como tal, no es económico: no responde simplemente a la
economía psíquica del sujeto. No es un cálculo ni un mecanismo; no tiene “una
técnica determinada”; Es económicamente incómodo y políticamente incorrecto.
Si bien
sabemos que el hombre nace “completo físicamente, pero inacabado”, nace
dependiente pero persona jurídica al fin, se va haciendo “personalidad” y se va
haciendo un ser “plausible de ser educado”. Pasa el útero materno al útero
social.
Pasa de
la naturaleza esencial a la psicosocial y ambas naturalezas hacen a su
existencia enriquecedora y carente.
La
educación cumple su rol fundante. Las “buenas usanzas”, como actos
exteriormente sociales, deben, sin duda, ser practicadas, mas no son, como
tales morales: la moral es mucho más que la “buena educación” y no pocas veces
está en contra de todas las buenas usanzas.
Se hace necesario
recordar, en este punto, que cuando los sentimientos más verdaderos se traducen
en las palabras comunes y usuales, la moral cede el lugar a la ética del
convencionalismo y de la etiqueta. Las situaciones más complejas son pasibles
de ser trabajadas con comodidad y cordialidad ciudadana, muchas veces con el
frío y rutinario escrito monocorde comprado con prisa y sin cariño. El
sentimiento del dolor se apaga en la indiferencia de una tarjeta de pésame; el
sentimiento de la alegría se amengua en la fórmula de un telegrama de
felicitaciones. Tanta comodidad resulta tentadora, entre otras cosas, por dos
motivos: porque requiere el mínimo esfuerzo y porque da la ilusión de que, con
muy poco, se arreglan todas las cuentas con nosotros mismos y con el prójimo, y
el hombre contemporáneo se deja tentar, él, el “revolucionario” y el
“progresista”, pero también el “conformista”.
De este
modo, el hombre moderno evita el riesgo de que el dolor o la alegría propia o
ajena, se vean comprometidas en forma verdadera.
Las
buenas costumbres, se presentan como un escudo contra nosotros mismos. Ellas
nos ayudan a sentirnos cómodos y a estar menos complicados desde que empezamos
a transcurrir nuestra jornada. Esto dista mucho de ser “moral”.
A muchas
“personas de bien” les falta solamente el ser “personas morales”.
Las
acciones morales y libres han de escribirlas cada uno por sí mismo; por ende,
nadie puede leerlas en ningún manual, ni aprenderlas por medio de la pomposidad
cautivante de la imagen infatuada de parientes distinguidos.
Pero
esto “cuesta” mucho esfuerzo; y el hombre de hoy día es un gran economista y
quiere gastar poco y tener mucho. ¿Definiremos por fina al hombre de hoy como
aquel que quiere tenerlo todo sin hacer el menor esfuerzo por ello? Todavía no
encontramos la respuesta.
Para
contestar este interrogante –cuya respuesta por ahora es “sí y no”-, debemos
continuar por nuestro camino para ver qué nos plantea la moral.
La moral
es exigente. La moral, es esfuerzo y empeño de formarse una educación moral por
encima y muchas veces en contra de la norma vigente, muchas veces va en contra de
la educación social solidificada, convencional y utilitaria.
Atendemos
aquí un nuevo pasaje: Muchas conciencias son, prisioneras pacíficas de
convicciones, de costumbres, de ficciones y de prejuicios. Muchas personas
viven en una actitud “conformista” con las fórmulas convencionales, a cuyo
amparo consumen tranquilamente la mediocridad de su vida.
Para
culminar, y en referencia a las personas que se mantienen conformistas y dicen
no comprender muy bien las palabras fuertes y exigentes porque no se atreven a
cambiar o a alterar sus compromisos con la sociedad que así componen. En cuanto
a los efectos de la moral en sus vidas y los planteos que ésta presentan, éstos
suenan molestos, incómodas, amenazadoras, revolucionarias y, por lo tanto,
dignas de ser perseguidas y eliminados, juntamente a quien las pronuncia. Cuando alguien así habla, algo distinto se
dice a lo que allí algo se manifiesta en primera instancia. Pero no todo es
malo en la transmisión que la sociedad y las buenas costumbres le regalan al
hombre. Es más, aquí también hay algo de positivo, ya sea porque la vida social
es ella misma un valor, y es conservadora y transmisora de valores; o bien porque
los hábitos rutinarios, las costumbres, son un reposo necesario, un alto
reparador que contribuye a recuperar nuestras energías físicas y espirituales.
En
cambio la moral no ordena ponerse en contra de la sociedad en la que vivimos y
subvertirla; ordena tan sólo no confundir el orden moral con el orden puramente
social e insertar en la vida social la acción moral, es decir, rescatar en la
moralidad todo aquello que de positivo hay en la “socialidad”, la cual, por una
especie de inercia que le es propia, tiende a degradar hacia lo convencional,
hacia lo conformista y lo consuetudinario.
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