Es importante, teniendo en cuenta lo temas abordados en los anteriores artículos, vemos la necesidad de reflexionar acerca de la importancia del abordaje educativo, las propuestas de una nueva concepción del hombre de nuestro tiempo
surgen en el reflexionar algunas puntuaciones: Mientras, por un lado, el hombre
contemporáneo es irremediablemente conformista, ya sea por inercia, por
debilidad, cobardía, por conformismo, o por pura hipocresía; por el otro lado
encontramos, que es audazmente innovador; se postula como defensor de una costumbre vieja y útil y rechaza un
principio fundamental o un valor; de ahí la desorientación y también la
subversión: por un lado se conserva lo viejo o lo accidental, y se destruye lo
antiguo y lo esencial.
La ética de
la costumbre reacciona con la de la de lo excepcional. El hombre de nuestros
días lucha en dos frentes al mismo tiempo.
Esta nueva
manera de concebir el proceso de su existencia, no es sin embargo el producto
de una mente enferma, que finalmente colapsó en un punto de su propia historia.
Es el modo, es la moda copiada hoy por ciento de miles de hombres y mujeres que
quieren ganar un lugar, trascender el anonimato, de cualquier modo, en lo
posible con comodidad.
Su objeto es
el éxito; su ley, hacer algo distinto a lo que los demás han hecho o hacen,
distinguirse a cualquier costo.
Si bien
decimos que la ética de la costumbre tiende a la uniformidad y a la nivelación,
la de lo excepcional, a la distinción y a la diferenciación: la primera ordena
no hacerse notar, la otra, sobresalir, hacer “número por sí, ser notados
alabados, aplaudidos. Al hombre de hoy, en cambio, le es más fácil substraerse
a la ética de la costumbre que a la de lo excepcional; el distinguirse de la
grey, el exceder a la norma y a cualquier otra norma seduce y exalta. Parece
como si el hombre contemporáneo, desde el escritor hasta la dactilógrafa, desde
el político al ladronzuelo, poseyese una sola aspiración: ser “lanzado a la
fama”, aunque sólo sea durante un día, como un rayo. Esto explica de alguna
manera, por qué la ética de la excepción tiene una gama infinita de grados y de
matices: desde la frivolidad de la moda, desde el gusto y la manía de lo
bizarro, de lo “original” y de lo excéntrico, a la dedicación de la propia vida
hasta el sacrificio.
Los adjetivos
“permanente” y “continuo”, se refieren exclusivamente a la temporalidad del
proceso de gloria que vive el hombre de hoy y que tiene valor mientras el poder
allí lo sostiene.
La idea de la
continuidad temporal para toda la vida no puede decirse que hoy sea algo
posible. Las modas cambian minuto a minuto. Los protagonistas tienen solo un
instante fugaz de gloria. Muchas veces lo nuevo podría ser, la preocupación por
su instrumentación efectiva. Reciclarse, reinventarse a sí mismo, son palabras
y frases frecuentes que hoy día escuchamos de personalidades que pretenden no
caer como estrellas fugaces y hacen valer el talento más allá de la voracidad
de las modas o muchas de las figuras carentes de todo talento se sostienen
vorazmente por medio de estos reciclados constantes en el candelero de la feria
de vanidades. A este punto engendra al “héroe” y a la retórica del heroísmo,
que se identifica con la retórica de la idea y del ideal: muchos llegan a
“morir por la idea”, o “morir por el ideal”, otros en cambio pueden “morir
también por nada”, pero siempre se trata de una muerte exaltante y exaltada.
Todo tiene que ser deslumbrante en la sociedad en la cual vivimos.
¿No es un espectáculo
terrible encontrar en estos niveles que el prurito de lo excepcional se torna
altamente peligroso, ya sea porque se hace destructivo y muchas veces
sanguinario, ya sea por la sugestión que ejercita y también porque presenta los
signos aparentes del heroísmo auténtico? Así, la ética de lo heroico comporta
una carga potente de fanatismo, pues no hay fanático más enardecido y más fuerte
que el que tiene quien se identifica a sí mismo con la idea y absolutiza su
propio yo, aquí encontramos un sentido de falsa abnegación; su voluntad aparece
violenta, fría, siempre lúcida y obsesionada: emerger a cualquier costo,
imponerse con un éxito sin precedentes, ser la voluntad “única”. La línea de lo
excepcional no se distingue ya de lo monstruoso. Muchos de los grandes
políticos, guerreros, conquistadores y dictadores obedecen a esta ética militar.
A quien disponga del poder no le es fácil resistir a la tentación de la
potencia absoluta, es decir del abuso.
Hay que
decidirse a aceptar tal, y como es un mundo donde la muerte es la inseparable
compañera de la vida. Pero si nos resignamos a admitir que el plano sobre el
cual se ejerce la actividad de los hombre es el de la brutalidad que por todas
partes, en torno nuestro, se manifiesta en la naturaleza, y cuya superación
constituye el objetivo preciso de la civilización, es preciso también agregar
que en plena noche también apareció con aquella brutalidad, la caridad y la
noción de la solidaridad humana. Sobre estos fundamentos han florecido las
grandes civilizaciones hasta llegar por último al Cristianismo.
Para
encararla vamos a comenzar por la revisión de algunas de las respectivas
opiniones más comunes, tan difundidas. Ciertamente, la ética de lo excepcional
y de lo heroico es simple y compleja a la vez. Su procedimiento es lineal: absolutiza
el valor, sea positivo o negativo para “absolutizar” al sujeto que lo encarna;
su fanatismo se alimenta necesariamente de ideales.
Los hombres
así absolutizados son la negación de sí mismos. De este modo, la voluntad de
poderío se potencia y se sublimiza en la destrucción de todo y de sí mismo; la
ceniza de una gigantesca hoguera universal es su ansiado reposo, el inmenso
sepulcro señalado con la inscripción “yo” anónimo, ya que cualquier nombre le
otorgaría el estatuto de “humano”, le impondría un límite, le haría perder su
“unicidad”. La sustitución del yo a la
idea es siempre una amenaza que se halla presente en toda forma de heroísmo, el
hombre siempre tiende a distinguirse y a absolutizarse. Esta condición,
denuncia la tendencia de la voluntad de sobresalir y autoerigirse sirviéndose
de una idea o de un ideal que se torna instrumento y no fin de poderío.
Quizás hay
allí una fantasía en juego que nos permita explicar qué envuelve este goce que
consigue el hombre con los grandes gestos heroicos.
En la llamada
“ética de los grandes gestos” y de las “grandes acciones” sin grandes
sentimientos, por lo que el hombre es capaz de todo, excepto de algo que valga
moralmente. Es el heroísmo homicida de los hombres que “viven y mueren por una
idea” y no saben ni sufrir ni gozar, ni vivir ni morir por un amor verdadero
hacia alguien. Muchos simplemente juegan a ser el héroe.
“Jugar a ser
héroe” es una de las seducciones más irresistibles del hombre y que siempre ha
tenido gran número de secuaces y de ensalzadores del poder. La retórica del
heroísmo ha ensangrentado la historia de la humanidad: en todo tiempo lo
heroico ha exorbitado en lo excepcional, ya sea en lo individual, llámese el
guerrero, el político, el genio, el científico, el músico, el artista; ya sea
en lo colectivo: la narración, la raza privilegiada, una ideología, un partido,
una secta; transformados en ídolos para ser adorados. Todas las épocas han
tenido “elegidos por los dioses”. Pero tal vez ninguna época como la nuestra ha
sufrido tanto a causa de las “grandes acciones” y de los “gestos heroicos”;
ninguna ha sido tan desgarrada por la retórica del heroísmo, o ha tenido tantos
héroes de cartulina, ensalzadora de la locura “técnica “y milidicial del
“único” y del exterminio colectivo de los muchos; ninguna ha sido tan inhumana
por la falta de humildes y de sencillos, con gran corazón y grandes
sentimientos. Bajo cada “gran acción” hay un cúmulo de muertos a menudo
inocentes, matados tan sólo para que un “héroe”, un “jefe, un “conductor”
cumpliese una “gran acción”, un “gran gesto, naturalmente por un ideal, por la
libertad, por la patria, por el bien de la humanidad, de los niños, de los pueblos, de los
desprotegidos, del planeta, etc. Son las pequeñas acciones, faltas de
aparatosidad, que expresan los grandes sentimientos, y son ellas las acciones
verdaderamente grandes. Tal vez parezcan mezquinas y ridículas y el vulgo se
burle de ellas, pero son beneficiosas y no matan. Su grandeza pasa a menudo en
silencio, inadvertida; y por lo mismo es más grande la humanidad desilusionada
y aparentemente vencida que ellas encierran.
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