La sabiduría edificó su casa, talló sus siete
columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella
envió a sus servidores a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: “El
que sea incauto, que venga aquí”. Y al falto de entendimiento le dice: “Vengan,
coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé,. Abandonen la ingenuidad, y
vivirán y sigan derecho
por el camino de la inteligencia”.
Proverbios 9, 1-6
Para posicionarnos en el contexto teórico exacto,
me permito recordar algunas puntuaciones.
En primer lugar, como hemos dicho, al referirnos a
la palabra SALVARSE no nos referimos de modo alguno a un sentido religioso, en
especial cristiano, por la cual Dios libra al hombre del pecado y de la muerte,
acto de salvación que nos llevará a la gloria eterna. Antes de proseguir,
entendemos SALVARSE en su sentido vulgar.
En segundo lugar, pensando que la (neurosis) de la mayoría de la gente es
productora de debilidad y seca su voluntad (fe) para transferirnos el
sufrimiento en fuente de paz, prescindimos de los “presupuestos de Fe y acudiremos
a los medios humanos para suprimir el sufrimiento”. No obstante, podemos
advertir que el plan terapéutico que estamos presentando es, netamente
espiritual (cristiano), por incluir su carácter liberador.
En tercer lugar, nuevamente enunciamos otro concepto
expresado con anterioridad: de modo alguno estamos propiciando un hedonismo
egocéntrico: liberarte al hombre del sufrimiento humano para convertirlo en un
ser feliz. Ciertamente, ése ya es un plan tan ambicioso y extendido en el
tiempo, y, de hecho, ése es el objetivo de todas las ciencias y de todas las
culturas. Pero, en nuestro caso, nuestra posición en trascender ese objetivo:
Nuestra búsqueda y objetivo es reparar las condiciones que propician que el
hombre sea capaz de amar.
En cuarto lugar, en las siguientes líneas, nos
referiremos al hombre al que se dio en llamar, hombre sabio.
Sálvese quien pueda
Muchas técnicas actuales nos proponen en termino
generales ejercicios de vaciar la mente que incluyen los siguientes parámetros:
La primera propuesta es buscar un lugar tranquilo y luego adoptar una posición
cómoda en donde el tronco y la cabeza deben permanecer en posición erecta y de
ser posible las manos sobre las rodillas con las palmas mirando al cielo, con
los ojos abiertos pero relajados, mirar un punto al frente a una distancia
menor a un metro. Luego con el cuerpo bien relajado comenzaremos a sentir el
equilibrio.
Luego nos concentramos en la respiración y si es
posible hacemos la respiración abdominal. Toda técnica de respiración nos recuerda
que esta consta de inhalación (absorber aire) y exhalación (expulsar aire)
respiramos suavemente varias veces. Sentimos que todo nuestro ser se relaja que
nuestro cerebro queda vacío. Lo indispensable es retener la sensación de vacío
mental durante la mayor cantidad de tiempo posible.
Si bien al comienzo, la mente niega vaciarse y las
imágenes nos acompañan, es este un proceso normal. No debemos expulsar por
fuerza esas ideas, simplemente no prestamos atención y las dejamos partir.
Cuando conseguimos llegar a esa sedante serenidad, en todo el ser, allí
encontraremos un descanso profundo.
Estos ejercicios se recomiendan hacer
aproximadamente unos diez minutos al levantarse y antes de acostarse. También
es importante hacerlo ante estados de tensión o cansancio.
Siempre nos aseguran que, como todo ejercicio, el
secreto del éxito se basa en la práctica tenaz, en la perseverancia, en la
“repetición” y el la paciencia. Cada paso nos permite un avance. La clave del
éxito esta en la repetición que no lleva a mejorar constantemente. De modo “mágico”
veremos disminuir los pensamientos de tortura, la ansiedad desaparece y nuestro
sueño mejora notablemente. Pero en nuestro breve recorrido queremos
preguntarnos ¿a donde nos dirigimos al lograr este vacío?
La infatuación (el fuego que nos consume):
Es necesario aunque podamos ser tildados de
pueriles distinguir el yo y diferenciarlo de la persona.
Si bien definimos a la persona “es una realidad
conjunta y un conjunto de realidades que posee una constitución fisiológica,
intelectual, un bagaje instintivo etc.” conjunto que esta regido y compenetrado
por la conciencia que a modo de señor feudal integra toda y cada una de esas
partes integrando de este modo al individuo.
Sabemos que la conciencia, adquiere y proyecta para
sí misma una imagen de la persona (basada en el otro). “Naturalmente, una cosa
es lo que la persona es, y a eso lo llamamos realidad, y otra cosa la imagen
que yo me formo de esa realidad. Si la realidad y la imagen se identifican,
estamos en la sabiduría u objetividad”.
Pero, por lo general existe un distanciamiento de
la apreciación objetiva de sí mismo en un doble sentido: en primer lugar la conciencia
rechaza su realidad y en segundo lugar, adquiere el complejo de omnipotencia:
sueña y desea ser omnipotente. De este deseo pasa (neuróticamente) de manera
insensible a tener una imagen ilusoria inflada e infatuada que muchos denominan
“yo” (neurosis).
En otro momento confundimos e identificamos lo que
soy con lo que quisiera ser (o imagino ser) “y en el proceso general de
falsificación, en este momento, el hombre se adhiere emocionalmente y a veces
morbosamente, a esa imagen auroleada e ilusoria de sí mismo, en una completa
simbiosis mental entre la persona y la imagen.
Resumiendo, el yo es una ilusión. Es una maraña
concéntrica tejida, una trama tejida de deseos, temores, ansiedades y
obsesiones. Es un centro al cual adosamos, agregamos, atribuimos todas nuestras
vivencias, tanto sean las sensaciones recuerdos, ambiciones, proyectos.
El yo nace y crece y se alimenta con los deseos y,
a la vez los engendra. (Tal como el aceite alimenta la llama de la lámpara).
El yo tiene mil rostros, cambia constantemente como
suben y bajan las olas, en mudable como la luna, puede mostrar una cara alegre,
luego ensombrecida, festiva, oscura. Podemos hablar de una serie de yoes que se
suceden unos a otros. El yo es tan solo un proceso de destrucción y de
construcción. Es una ilusión imaginaria.
Pero esta ficción llamada “yo”, nos seduce y nos
obliga a adherirnos a ella con todos los deseos. El yo no es nuestra esencia,
sino pasión encendida por los deseos por los temores y ansiedades, en
definitiva: una mentira.
La MENTIRA, tan humana como la canallada es la
madre de todos los males.
La mentira nos obliga a someternos a ella. Aquello
que nos provoca tristeza y desanimo nos minan y corroen. Nos afanamos sin pausa
por agregar un poco más de brillo a nuestra apariencia. Pasamos de la sartén a
las brasas, en una danza enloquecida en torna a ese “fuego fatuo”. Y en esa
enloquecida carrera, varía el ritmo y el vaivén de ese movimiento y de ese
fuego, aparecen amargos recuerdos, sombrar de tristeza y ansiedades llenan el día
y las inquietudes aguijonean. Y, de este modo el “yo” se convierte en ladrón
robando paz, y la alegría de estar vivos.
El yo es, además, un Caín fraticida”. Entre los
hermanos hace surgir murallas impenetrables, ataca, hiere y mata a todo lo que
le pueda quitar protagonismo. Detrás de toda rencilla fraterna (entre hermanos
y entre pueblos) siempre esta presente la imagen del yo. Solo le preocupa
iluminar los “frutos de las envidias, la venganza, las peleas, el dolor y la
muerte”.
Es muy común que por amor propio no podamos
perdonar, la venganza se convierte en eterna compañera que quema a quien la
porta creando un entorno de locura.
En nuestra comarca humana es mas importante
aparecer y aparentar que tener, es más importante todo lo que pueda resaltar
nuestra figura social que lo que verdaderamente tenemos y mucho menos lo que
somos. Por eso es más importante lucir el vestido nuevo, invitar a ilustres
desconocidos a conocer nuestra nueva mansión y dar deslumbrantes fiestas
carentes de buena comida, con ilustres celebridades que se miran constantemente
en el espejo de la vanidad y la apariencia. Así es nuestro mundo y nuestra
sociedad: artificial, seductor y tan
bello como una mariposa, y tan peligroso como una polilla.
En resumen, este infatuado Yo es solo una quimera,
es un fuego fauto,
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