Nuevas quimeras
La necesidad de obtener algo de tranquilidad mental
es un viejo tema que preocupó a la humanidad desde todos los tiempos, es lo que
nos lleva a colocar, en la propuesta actual, nuestro principal objetivo: el
preocupante tema de la tranquilidad
mental es un estado en el que el hombre deja de referirse y agarrarse a esa
imagen ilusoria, se ha convertido en estos días en un vasto comercio a la hora
de vender miles de horas de televisión,
cintas de vídeos, nuevos tratamientos –de origen convencional para la ciencia formal o de terapias alternativas-, de esos
tratamientos podemos partir para verificar que la lista es otra cosa que un
recuento heterogéneo y sin rigor; pero todos ellos con la firme promesa de
alcanzar la tan mentada tranquilidad mental. Para estas nuevas terapias el yo,
es solo una ilusión. La liberación consiste en vaciarse de si mismo, en
extinguir la llama que aqueja al hombre, en despertar y tomar conciencia de que
simplemente abrazamos a una sombra cuando nos aferramos tan apasionadamente al
“yo”. Sí bien, es necesario despertar de este engaño; de suponer que el yo todo
lo puede, otra cosa es pensar que el yo no existe, en suponer que es irreal.
La tarea de la liberación, para estas terapias,
consiste, pues, en ejercitarse intensamente en la practica del vacío mental,
para convencerse experimentalmente de que el supuesto Yo” no existía, ni
existió nunca.
El peso de la consideración del sufrimiento como
verdaderamente real, merece un tratamiento detallado, en el cual es posible
recurrir a un pequeño rodeo al hablar del origen de todo dolor. Aquí insistimos
que, en estas teorías así como el origen de todo dolor, entra en el error de
considerar la imagen del yo como entidad real, la liberación del sufrimiento consiste
en salir de ese error. Por consiguiente, extinguido el Yo, se apagan las
emociones, los temores, los deseos, las ansiedades, las angustias, y nace una
gran serenidad. Muerto el Yo nace la libertad.
Para las terapias fundadas bajo la luz de las
doctrinas Cristianas, estos programas son equivalentes a los Principios
Evangélicos: : “negarse a sí mismos”, para vivir hay que morir, como el grano
de trigo: el que odia su vida la ganará. Pero para esto hay un precio que
pagar: ejercitarse en la práctica del vacío mental, es una de ellas.
Este tipo de enfoque posee –como los restantes-, un
recorrido riguroso, lo que se verifica tanto en su discurrir expositivo como en
su concatenación en dos momentos claves. En primer lugar, quien se ha vaciado
de sí mismo decimos, que es un sabio. Así, que en este último sentido, cabe
recordar que si logramos vaciarnos por completo volveríamos a la infancia de la
humanidad. Por otra parte, para aquel verdaderamente desposeído, el ridículo no
existe; vivir es soñar, nunca el temor llamará a su puerta; nada le asusta, ni
las emergencias. Su lenguaje desconoce los adjetivos posesivos y los verbos
“poseer”, “pertenecer”, que son fuente de fricciones constantes. En segundo
lugar, sabemos que en el interior del hombre habita el dolor. Por otra parte,
no es necesario huir, sabemos como aplacar el dolor, sabemos cómo se apaga el
incendio.
El hombre que ha visto cómo el temor surge de la
pasión sabe que la tranquilidad de la mente se adquiere apagando la pasión, lo
que obliga a tomar en consideración estos datos para advertir que los temas que
van surgiendo no lo hacen al azar. Basta despertar, y tomar conciencia del error.
Lo importante es detener la actividad de la
conciencia ordinaria, porque ella es una actividad centrada en el “yo”.
Por lo general, cuando la mente actúa, lo hace
necesariamente alentado y engendrado el “yo” egoísta; el cual, a su vez,
extiende sus brazos apropiadores, llenos de deseo de poder, de poseer, de ser
de gloria, y paga el precio de este acto con temores y sobresaltos.
Quienes sostienen que el vacío de la mente instala
al hombre en un mundo nuevo, en el mundo de la realidad última, -y hay quienes
la practican seriamente-, pretenden que aparece algo diverso del mundo de las apariencias en que
normalmente nos movemos. El que ama su vida, la perderá; el que la odia, la
ganará. Tal como reza en las Escrituras.
Reparamos en
particular, manifestado bajo el aspecto más usual, que nada desde fuera,
nada desde dentro logra remecer la serenidad del sabio, que a menudo se nos
ofrece en la vida. Al igual que una terrible tormenta tropical deja mojado pero
inmutable a los acantilados, así, del mismo modo, los disgustos dejan
impasible, al hombre sabio. No se trata de un proceso mágico sino lógico en su
pensar y en su sentir. Simplemente, de esta manera, él se sitúa más allá de los
vaivenes de las emociones y de las pasiones. Ni siquiera alude a esa otra
variante que es conocida como los “delirios del yo”,-el cual no es privativo
del sabio-, pues una vez eliminado el “yo”, el sabio adquiere plena presencia
de sí, y va controlando cuanto ejecuta en su diario hacer. Bajo estas
condiciones, ya aceptada por lo general, el sujeto sabio, se encuentra libre de
los artilugios del yo y, por este sincero y espontáneo abandono de sí mismo y
de sus cosas, el verdadero sabio, una vez libre de todas las ataduras
apropiadoras del “yo”, se lanza sin impedimento en el seno profundo de la
libertad, de este modo se presenta como si estuviese guiado por dictados, que
implican –y eso una vez que experimentó el vacío mental-, reiteramos, por eso,
una vez que ha conseguido experimentar el vacío mental, el sabio llega a vivir
libre de todo temor y permanece en la estabilidad de quien está más allá de
todo cambio.
Entonces cabe decir que, así, el pobre y desposeído, al sentirse desligado
de sí mismo, va entrando lentamente en las aguas tibias de la serenidad, opera
aquí la humildad, la objetividad, la benignidad, la compasión y la paz. En
sentido amplio, puede observarse que, nos encontramos ya en el corazón de las
Bienaventuranzas.
En cambio, en el hombre artificial, esto es, el que
está sometido a la tiranía del “yo”, está siempre vuelto hacia fuera, como
postración singular, permite sacar a la luz esta estructura fundamental de su
propio interior que obra en un territorio vasto y pretende de modo obsesionado
por quedar bien, por causar buena impresión, preocupado por el “que piensan de
mí”, “qué dicen de mí” ocupar un territorio más amplio aún; y, al vaivén de los
avatares, sufre, teme, se estremece. La manera aguda de su comportamiento
atraen grandes cataclismos interiores. La vanidad y el egoísmo atan al hombre a
la existencia dolorosa, haciéndolo esclavo de los caprichos del “yo”.
Por el contrario, el hombre sabio, nos permite
entender de qué forma un sujeto puede ir construyendo las condiciones para
hacer efectivo un cambio, el sabio es un
ser esencialmente vuelto hacia adentro: como ya se libró de la obsesión de la
imagen, porque se convenció de que el “yo” no existe, le tiene absolutamente
sin cuidado todo lo que se piense o se diga en referencia a un “yo” que él sabe
que no existe; vive desconectado de las preocupaciones artificiales, en una
gozosa interioridad, silencioso, profundo y fecundo. Vayamos Ahora a otra
postración convergente de la vida y el sentir de un hombre sabio: el hombre
sabio ciertamente se mueve en el mundo de las cosas y de los acontecimientos
históricos, pero su morada está en el reino de la serenidad.
El sujeto sabio puede desarrolla actividades
exteriores como cualquier otro, pero su intimidad está instalada en aquel fondo
inmutable que, sin posibilidad de cambio, da origen a toda su actividad.
Ahora bien,
el problema que queremos acotar no reside en las cualidades del sabio antes
mencionadas, sino más bien en su capacidad de evitar la cólera.
Sin duda un antiguo dicho refiere que la cobra
podría inyectarle su veneno, pero el sabio no tendría fiebre, -sin duda estamos
haciendo referencia a la cólera-, sabemos ahora que la cólera no puede atacar a
un hombre sabio. Punto harto excepcional, sin duda, y no por algo
intrínsecamente irrealizable, sino porque para el sabio es imposible que la
cólera lo ataque, pues sus fuentes profundas están purificadas, y el agua que
brota desde ellas no puede menos de ser pura. Sin poder mundano ni propiedades,
el sabio hace el camino mirándolo todo con ternura y tratando a todas las criaturas
con respeto y veneración. La túnica que lo envuelve es la paciencia, y sus
aguas nunca serán agitadas.
En este contexto el sabio no tiene nada que
defender; a nadie amenaza y por nadie se siente amenazado; por eso cuenta con
la amistad de todos. Armas ¿para qué? No las necesita ¿Desde qué trincheras lo
pueden amenazar?
No, definitivamente, el verdadero sabio no puede
ser picado por la cobra de la cólera.
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