Las espinas que no vemos (siempre la mirada del
otro)
El sufrimiento humano está condicionado siempre por
el grado de complejidad de la civilización misma a la que pertenece. Muchos
dependen de nosotros directamente para sustentar sus necesidades materiales y espirituales, su
realidad histórica y política. De ahí la importancia de entender al hombre en
su contexto histórico. En nuestra sociedad actual mucho es lo que todos
observan: Te vas o no te vas; vamos o venimos, haces o dejas de hacer; quieres
o dejas de querer; dices o dejas de decir; y la gente, a tu derredor, comienza
una retahíla de interpretaciones y suposiciones respecto de todas tus
intenciones para contigo mismo y para con los que te rodean: evalúan el grado
de compromiso, las intenciones, aquello que se quiso decir, lo que no se dijo…
Y así la gente proyecto en cada congénere sus propios mundos internos, tal vez
lo que ellos mismos harían o desearían hacer en esa misma circunstancia y nunca
se hubieran atrevido siquiera a realizarlo. Las interpretaciones completamente
subjetivas y gratuitas, es decir que con
frecuencia pisan el terreno de la calumnia, que se ocupa de distorsionar y de
difamar al otro, puede decirse que nació con la misma humanidad. Y así comienza
a formarse una imagen distorsionada de un ser humano, que va tomando cuerpo y
convirtiéndose en su retorcida caricatura. Es injusto, en cualquier tiempo y
lugar. Muchas veces algo nuestro trabajo, de nuestro diario comportamiento sale mal, una ponencia, una presentación en
sociedad, un saludo, un día de pésimo humor en la oficina, nos presentamos por única vez ante determinadas
personas y algo salió mal. No tuvimos un buen comportamiento: salió a relucir
aquel típico rasgo negativo de nuestra personalidad. Si eso sucede, desde ese momento y para siempre, para esas
personas, tú eres aquel rasgo, como si todo tú entero fueses un defecto. Una
burda caricatura nuevamente. Tal como objetos de piedra y hueso toscamente
fabricados, que hacen pensar en antiguas civilizaciones, eso somos, nada más.
Peor aún; a veces, ni siquiera se trata de un rasgo, sino de un desacierto
incidental. Pues bien: desde ahora muchos te identificarán por aquel incidente,
olvidándose de toda la polivalente complejidad de tu personalidad.
Si acaso hubo en ti una tardía maduración
intelectual y un fracaso escolar en los primero años, y tus estudios fueron
poco brillantes, o si tus padres fueron obreros y luego tu eres presidente de
una empresa, nadie olvidará ese origen, tus compañeros de estudio conservarán
para siempre una imagen mediocre de ti, aquella imagen de tus tiempos de
estudiante, aunque ahora ocupes la presidencia del Banco Central. Siempre la
mirada del otro estorba nuestro diario vivir, nos esclaviza, nos muestra cómo
quiere vernos, cómo dice que somos. A veces nuestro propio lugar de trabajo se convierte en una cámara
de torturas, de pronto, nuestro jefe es el verdugo que nos amenaza, se trata de
un jefe inseguro, y, por eso mismo, arbitrario y prepotente; y hay que soportar
a diario, porque de otra manera podríamos arriesgar un empleo difícil de
reemplazar. La falta de trabajo es el gran monstruo de nuestro siglo, que
devora las ilusiones de miles de hombres y mujeres a diario. Otras tantas veces
estamos rodeado de hombres y mujeres verdaderamente mediocres y desagradables
que, por resentidos, por temerosos, o por ignorantes que se nuclean bajo una
causa en común para no ser relegados por el grupo, no pueden dejar de disparar
contra nosotros dardos envenenados y cuya única satisfacción es molestar y
herir. Tampoco faltarán los ambiciosos, que mediante intrigas y zancadillas, te
hagan la vida imposible. Otras veces, el vecindario es un infierno de chismes,
en el que apenas se puede respirar. Llevan y traen cuentos, inventan y aumentan
historias. Vigilan, fiscalizan. Siempre el otro.
Con seguridad el infierno puede estar también
dentro de nuestra propia casa. Sin tratar de adjetivar, resulta hoy de mención
casi obligada para mencionar al antes denominado “sacramento del matrimonio”, y
sería meritorio que volviéramos a considerarlo así; de retornara al sentido que
se le da a la luz de los Santos Evangelios a la Institución Matrimonial,
encontramos, decíamos un mar dilatado y profundo llamado matrimonio, de
complejidad casi infinita, que en nuestros días representa para muchas personas
la fuente principal de sinsabores a tal punto que muchos decidieron no acceder
a consumar el matrimonio ni por vía religiosa ni por vía civil, sino acceder a
una unión de hecho para romper los vínculos débiles de dicha unión sin mayores
compromisos cuando la pasión o el enamoramiento a apaguen sus fuegos. Muchos ya
no creen en la institución del matrimonio y prefieren una unión sin compromisos
para toda la vida, una unión que les permita actuar con la libertad de buscar
la felicidad en muchos lechos, en muchas pasiones, un muchas uniones, sin
compromisos ni basamentos sociales o religiosos de ninguna índole. En otras
ocasiones, el motivo de preocupación para muchas personas son los hijos, en
especial, cuento estos están en la etapa de la adolescencia y de la primera
juventud. Allí el tema de la sexualidad y los peligros de las drogas acechan a
cada instante a los padres. La historia educacional ha ido cambiando con el
paso de los siglos. Hoy en día, con demasiada frecuencia, lo que distingue a
los hijos de nuestro tiempo son dos típicas características: el egoísmo y la
ingratitud. Los hijos, que antes permanecían bajo la dirección exclusiva de sus
padres y educadores, no raramente, buscan a sus padres siempre y cuando, y en
la medida en que los necesitan, por puro interés. No es raro encontrarse con
casos en los que las madres, de edad ya un tanto avanzada, acaban
transformándose poco menos que en empleadas de sus hijos, cuidando de sus
nietos mientras éstos no sólo van a trabajar por necesidad, sino cuando salen a
divertirse, o cuando simplemente tienen nuevas parejas que no aceptan los hijos
de una unión anterior. Las madres muchas veces se constituyen en una empleada
doméstica sin sueldo para sus propios hijos cuando son adultos y después,
cuando su salud ya no le permite ejercer dicha función son entregadas al
cuidado de una institución para ancianos, tan de moda por estos días y tan
lucrativa para muchos. Parece que va en la esencia de padre el dar, y, por
cierto, gratuitamente, y en la esencia de hijo el recibir. Por eso muchos hijos
se sienten con todos los derechos para exigir. Otra de las espinas que no
solemos ver es la que las supuestas amistades dejan como huellas en nuestras
atormentadas cabezas.¡Cómo has deseado durante años, que tal o cual persona te
brindara su confianza y amistad; pero ha sido inútil; ella no te abrió nunca
las puertas! Has amado en vano. Has admirado sus cualidades esperando como espera
el mendigo unas migajas de la mesa del rico. En cuántas ocasiones aquel que
confía en ti, que está siempre a tu lado ha interpretado mal una expresión
tuya; llevas días tratando de dar explicaciones y excusas para despejar el equívoco, pero él continúa
dolorido. Nada puedes hacer para aliviar su dolor y remediar el mal entendido.
En alguna ocasión algún compañero, el mejor de todo tu equipo de trabajo te ha
fallado, esa era aquella persona en la que más confiabas. Todo parece
derrumbarse. Ingresas a un nuevo grupo de trabajo, haces todo lo posible para
ser aceptado, no hay manera, nadie te soporta y te sientes mal. Todo se
complica, necesitas el trabajo. Otras veces tu amigo rompe una amistad de años
por interés, se va con otros amigos que lo ayudan económicamente. Te olvida, te
excluye de su vida, nunca hubiera esperado que tu gran amigo acabara con
vuestra amistad de esa manera. Pusiste fuego y alegría en tu trabajo guante
muchos años te sacrificaste, has descuidado a tu familia, tu salud, tu persona,
para formar ese grupo, un grupo de gente responsable y valiosa. Han pasado los
años, y los resultados están a la vista: todos, casi todos, te han defraudado,
se vendieron al mejor postor. ¡Quién lo hubiera pensado! No se sabe por qué,
pero siempre habías abrigado la ilusión de que tal persona te aceptara y
estimara; pero ella continúa distante, con su mirada fría y sesgada, te
desprecia y ni siquiera sabes el por qué.
Siempre el otro…
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