sábado, 14 de octubre de 2017

De los valores actuales: VI



Las espinas que no vemos (siempre la mirada del otro)

Image result for imagenes de ESPINASEl sufrimiento humano está condicionado siempre por el grado de complejidad de la civilización misma a la que pertenece. Muchos dependen de nosotros directamente para sustentar  sus necesidades materiales y espirituales, su realidad histórica y política. De ahí la importancia de entender al hombre en su contexto histórico. En nuestra sociedad actual mucho es lo que todos observan: Te vas o no te vas; vamos o venimos, haces o dejas de hacer; quieres o dejas de querer; dices o dejas de decir; y la gente, a tu derredor, comienza una retahíla de interpretaciones y suposiciones respecto de todas tus intenciones para contigo mismo y para con los que te rodean: evalúan el grado de compromiso, las intenciones, aquello que se quiso decir, lo que no se dijo… Y así la gente proyecto en cada congénere sus propios mundos internos, tal vez lo que ellos mismos harían o desearían hacer en esa misma circunstancia y nunca se hubieran atrevido siquiera a realizarlo. Las interpretaciones completamente subjetivas y gratuitas, es decir  que con frecuencia pisan el terreno de la calumnia, que se ocupa de distorsionar y de difamar al otro, puede decirse que nació con la misma humanidad. Y así comienza a formarse una imagen distorsionada de un ser humano, que va tomando cuerpo y convirtiéndose en su retorcida caricatura. Es injusto, en cualquier tiempo y lugar. Muchas veces algo nuestro trabajo, de nuestro  diario comportamiento  sale mal, una ponencia, una presentación en sociedad, un saludo, un día de pésimo humor en la oficina, nos  presentamos por única vez ante determinadas personas y algo salió mal. No tuvimos un buen comportamiento: salió a relucir aquel típico rasgo negativo de nuestra personalidad. Si eso sucede,  desde ese momento y para siempre, para esas personas, tú eres aquel rasgo, como si todo tú entero fueses un defecto. Una burda caricatura nuevamente. Tal como objetos de piedra y hueso toscamente fabricados, que hacen pensar en antiguas civilizaciones, eso somos, nada más. Peor aún; a veces, ni siquiera se trata de un rasgo, sino de un desacierto incidental. Pues bien: desde ahora muchos te identificarán por aquel incidente, olvidándose de toda la polivalente complejidad de tu personalidad.


Si acaso hubo en ti una tardía maduración intelectual y un fracaso escolar en los primero años, y tus estudios fueron poco brillantes, o si tus padres fueron obreros y luego tu eres presidente de una empresa, nadie olvidará ese origen, tus compañeros de estudio conservarán para siempre una imagen mediocre de ti, aquella imagen de tus tiempos de estudiante, aunque ahora ocupes la presidencia del Banco Central. Siempre la mirada del otro estorba nuestro diario vivir, nos esclaviza, nos muestra cómo quiere vernos, cómo dice que somos. A veces nuestro propio  lugar de trabajo se convierte en una cámara de torturas, de pronto, nuestro jefe es el verdugo que nos amenaza, se trata de un jefe inseguro, y, por eso mismo, arbitrario y prepotente; y hay que soportar a diario, porque de otra manera podríamos arriesgar un empleo difícil de reemplazar. La falta de trabajo es el gran monstruo de nuestro siglo, que devora las ilusiones de miles de hombres y mujeres a diario. Otras tantas veces estamos rodeado de hombres y mujeres verdaderamente mediocres y desagradables que, por resentidos, por temerosos, o por ignorantes que se nuclean bajo una causa en común para no ser relegados por el grupo, no pueden dejar de disparar contra nosotros dardos envenenados y cuya única satisfacción es molestar y herir. Tampoco faltarán los ambiciosos, que mediante intrigas y zancadillas, te hagan la vida imposible. Otras veces, el vecindario es un infierno de chismes, en el que apenas se puede respirar. Llevan y traen cuentos, inventan y aumentan historias. Vigilan, fiscalizan. Siempre el otro.

Con seguridad el infierno puede estar también dentro de nuestra propia casa. Sin tratar de adjetivar, resulta hoy de mención casi obligada para mencionar al antes denominado “sacramento del matrimonio”, y sería meritorio que volviéramos a considerarlo así; de retornara al sentido que se le da a la luz de los Santos Evangelios a la Institución Matrimonial, encontramos, decíamos un mar dilatado y profundo llamado matrimonio, de complejidad casi infinita, que en nuestros días representa para muchas personas la fuente principal de sinsabores a tal punto que muchos decidieron no acceder a consumar el matrimonio ni por vía religiosa ni por vía civil, sino acceder a una unión de hecho para romper los vínculos débiles de dicha unión sin mayores compromisos cuando la pasión o el enamoramiento a apaguen sus fuegos. Muchos ya no creen en la institución del matrimonio y prefieren una unión sin compromisos para toda la vida, una unión que les permita actuar con la libertad de buscar la felicidad en muchos lechos, en muchas pasiones, un muchas uniones, sin compromisos ni basamentos sociales o religiosos de ninguna índole. En otras ocasiones, el motivo de preocupación para muchas personas son los hijos, en especial, cuento estos están en la etapa de la adolescencia y de la primera juventud. Allí el tema de la sexualidad y los peligros de las drogas acechan a cada instante a los padres. La historia educacional ha ido cambiando con el paso de los siglos. Hoy en día, con demasiada frecuencia, lo que distingue a los hijos de nuestro tiempo son dos típicas características: el egoísmo y la ingratitud. Los hijos, que antes permanecían bajo la dirección exclusiva de sus padres y educadores, no raramente, buscan a sus padres siempre y cuando, y en la medida en que los necesitan, por puro interés. No es raro encontrarse con casos en los que las madres, de edad ya un tanto avanzada, acaban transformándose poco menos que en empleadas de sus hijos, cuidando de sus nietos mientras éstos no sólo van a trabajar por necesidad, sino cuando salen a divertirse, o cuando simplemente tienen nuevas parejas que no aceptan los hijos de una unión anterior. Las madres muchas veces se constituyen en una empleada doméstica sin sueldo para sus propios hijos cuando son adultos y después, cuando su salud ya no le permite ejercer dicha función son entregadas al cuidado de una institución para ancianos, tan de moda por estos días y tan lucrativa para muchos. Parece que va en la esencia de padre el dar, y, por cierto, gratuitamente, y en la esencia de hijo el recibir. Por eso muchos hijos se sienten con todos los derechos para exigir. Otra de las espinas que no solemos ver es la que las supuestas amistades dejan como huellas en nuestras atormentadas cabezas.¡Cómo has deseado durante años, que tal o cual persona te brindara su confianza y amistad; pero ha sido inútil; ella no te abrió nunca las puertas! Has amado en vano. Has admirado sus cualidades esperando como espera el mendigo unas migajas de la mesa del rico. En cuántas ocasiones aquel que confía en ti, que está siempre a tu lado ha interpretado mal una expresión tuya; llevas días tratando de dar explicaciones y excusas  para despejar el equívoco, pero él continúa dolorido. Nada puedes hacer para aliviar su dolor y remediar el mal entendido. En alguna ocasión algún compañero, el mejor de todo tu equipo de trabajo te ha fallado, esa era aquella persona en la que más confiabas. Todo parece derrumbarse. Ingresas a un nuevo grupo de trabajo, haces todo lo posible para ser aceptado, no hay manera, nadie te soporta y te sientes mal. Todo se complica, necesitas el trabajo. Otras veces tu amigo rompe una amistad de años por interés, se va con otros amigos que lo ayudan económicamente. Te olvida, te excluye de su vida, nunca hubiera esperado que tu gran amigo acabara con vuestra amistad de esa manera. Pusiste fuego y alegría en tu trabajo guante muchos años te sacrificaste, has descuidado a tu familia, tu salud, tu persona, para formar ese grupo, un grupo de gente responsable y valiosa. Han pasado los años, y los resultados están a la vista: todos, casi todos, te han defraudado, se vendieron al mejor postor. ¡Quién lo hubiera pensado! No se sabe por qué, pero siempre habías abrigado la ilusión de que tal persona te aceptara y estimara; pero ella continúa distante, con su mirada fría y sesgada, te desprecia y ni siquiera sabes el por qué.  Siempre el otro…

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