Las razones de la envidia
Ante todo conviene destacar que la envidia, es el sentir, que marcará un
sentido a seguir, y no otro en el presente trabajo. Es la hiedra más frondosa y
abundante en el huerto humano. También es la más amarga.
Se trata de procesar
una típica reacción supuestamente infantil –como la considera el psicoanálisis
más tradicional-,por lo tanto si planteamos que es sólo una reacción infantil,
habría que pensar que una buena parte de la humanidad todavía navega en las
aguas de la infancia. Sin embargo, veremos que es algo dificultoso sentar los
términos de ese modo, a pesar de que están indicados muy claramente los puntos
de partida de las trayectorias.
Sabemos, por ejemplo que no rara vez hay brotes
de envidia entre los hermano; en el trabajo, en la oficina, en los grupos
humanos; en las comunidades, en la arena de las luchas políticas y sindicales,
en el mundo de los artistas; científicos y profesionales…; la envidia saca su
navaja a cada momento para atacar por la espalda o por dónde quiera. Es
precisamente esa serie de direcciones la que se debe recorrer para dar cuenta
de los avances y los alcances de la envidia en nuestra sociedad. Es siniestra
la influencia de la envidia y cómo recae sobre quienes triunfan. Sólo hay que
ver cómo caen sobre ellos las flechas de la envidia para saber que no se trata
de un sentimiento inherente a la los niños. Por ende, sería totalmente erróneo
concebir que la cuestión que nos interesa comienza por una respuesta acabada
acerca de su existencia sólo en la niñez. La envidia existe en las relaciones
humanas en dosis mucho más elevadas de lo que comúnmente se cree. No obstante,
puede sostenerse que es muy difícil reconocer que lo que sentimos es en verdad
envidia. ¿Por qué digo esto? Porque la envidia es –y bien se sabe-, tan fea que
hace esfuerzos inauditos para camuflarse. Es como la culebra que busca cualquier
disfraz para ocultarse. Cuanto más fea es su cara, tanto más bonitos son los
disfraces que utiliza. No obstante, podemos sostener que, allí hay una
marcación al menos zonal que e relaciona en -modo gradual indudablemente-, con
el propio deseo. Con otras palabras: Los trayectos inscriptos en la envidia son
indispensables para pensar como elementos en juego y recordar que la cuestión
no se inicia meramente por una referencia en la infancia, y allí se
pierde, la envidia es sumamente
racionalizante, esto es, busca “razones” para disfrazarse. Por eso toma aires
razonables, poses objetivas. Dice la envidia: aquí les presento varias razones
para demostrar que fulano es un fracasado. Pero las múltiples razones que nos
presenta son pura fachada; la verdadera razón es la última: la envidia misma.
La envidia jamás ataca al descubierto, siempre cobijada bajo el alero de las
“razones”. Así, al amparo de la racionalización, vegeta y engorda lanzando
picotazos, minimizando méritos ajenos, apagando todo brillo. La gente sufre
mucho a causa de la envidia.
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