Nuestros límites e impotencias
Se trata, sin duda, de una alusión sugestiva en el
sentido de que parece presuponer una cierta relación de sucesos –misteriosos-,
entre los términos en cuestión. He aquí el misterio del hombre: el hombre, ese
ser infinito en sueños y tan poca cosa en posibilidades.
De todos modos, no se plantea una evolución, ya que
los sueños nos permitieron avanzar y seguir avanzando como especie. Aun así,
como esas hendiduras abiertas en las pendientes de las montañas, así lleva en
hombre marcadas en sus raíces unas fronteras infranqueables: desea mucho, desea
todo el poder y puede poco; apunta alto y llega muy bajo; hace lo que no le
gusta y no puede hacer lo que le gustaría; intenta ser humilde y no puede; se
esfuerza por agradar a todos y no lo consigue; se propone metas concretas y,
frecuentemente, se queda a medio camino.
Lo indudable es que a través de todos los tiempos
el hombre bregó y brega por transponer sus propias fronteras, suavizar los
rasgos negativos de su personalidad; pero ciertos condicionamientos, que le
vienen desde los senos más profundos de su ser, se le cruzan en el camino. Una
vez articulados en cada estrato los elementos correspondientes, el hombre opta
por un decurso sorprendente.
¿Cuántas veces lucha por extirpar sus rencores,
soslayar sus envidias, calmar sus tensiones y proceder siempre con paciencia y
bondad…; pero no se sabe qué demonios interiores interceptan sus esfuerzos y lo
dejan maniatado? Una y mil veces cae. Como hemos podido apreciar, permanece en
su vida esta disyuntiva entre el bien y el mal. Esto nos invita a atender un
fenómeno singular: nuevamente el tema de la fe.
Originalmente el hombre es falla, contingencia,
precariedad, limitación e impotencia.
Y he aquí el origen más profundo del sufrimiento
del hombre: sus propias fronteras.
La angustia
Para comenzar, diseñaremos una recolección del
recorrido, circunstancia que también implicará una reformulación ampliatoria.
Así, es específicamente significativo que el
hombre, digamos, llamado medieval, vivía afirmado sobre un determinado sistema
de seguridades. Si atendemos a la realidad cómo estaba constituida la sociedad
en ese marco –pensado bajo un análisis verdaderamente histórico-, este sistema
estaba a su vez, constituido por una visión sobre el hombre y su destino y, en
general, por una concreta cosmovisión, todo ello basado en la fe cristiana. Se
produce luego en forma progresiva un paso hacia el período siguiente. A partir
del Renacimiento, el esquema de ideas se fue desmoronando lentamente. Por otra
parte, el campo queda acotado enseguida por la limitación de la escala de los valores
y el sistema de seguridades; y mientras se consumaba este derrumbe, el espectro
de la angustia fue, paralela y, simultáneamente, poblando las entrañas de la
humanidad; en suma, la referencia es tan súbita como precisa:
¿Es que podemos creer que en épocas anteriores no
existía la angustia? Por supuesto que existía. Probablemente no en la
proporción de los tiempos modernos; no del mismo modo; pero existía aunque
paliada y absorbida por las convicciones y certezas de la fe.
Tomando el paradigma vigente por aquellos años
donde la fe reinaba, la angustia vital estaba amortiguada por las creencias
religiosas.
No caben dudas de que el hombre actual cree que es
verdad que se ha liberado de las ataduras de la religión; pero, aquello que daba lugar a un sistema de seguridad
–como actividad, acción o efectivización proporcionada por las creencias
religiosas-, al desaparecer, al esfumarse el sistema de seguridades, el hombre
se ha encontrado desplumado e indigente frente al abismo, al absurdo, a la
angustia. ¿De qué le han servido al
hombre desprenderse de los conceptos de la religión y acceder a tal supuesta
liberación?
Podemos afirmar, -casi sin temor a equivocarnos-,
que el subproducto más característico de la modernidad es la angustia. Además,
en la misma constitución humana encontramos como característica principal a la
angustia como lugar privilegiado. Si nos asomamos a los horizontes de la
filosofía, el teatro, la poesía, el cine, la literatura en general, nos
encontraremos con la extraña identificación entre el hombre actual y la
angustia en su diario vivir.
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