La falta de voluntad
Para ver claramente esta conexión y considerar que
hay que tomar en cuenta cómo falta de voluntad, lo que pertenece estrictamente
a su campo, haremos un rodeo por síntomas que se presentan muy a menudo hoy en
día.
En primer lugar hablaremos de la dispersión:
La dispersión en si misma, no es semilla
propiamente dicha del sufrimiento humano sino mas bien es efecto de múltiples
factores pero, que, de todas formas, conlleva entre sus pliegues notables dosis
de esa sensación desagradable que llamamos desasosiego. Y esto que denominamos
desasosiego, transpone con la mayor facilidad las fronteras de la angustia.
Al comienzo señalamos a la dispersión, como aquella
que porta desasosiego, y es en ese sentido en el que la vamos a analizar aquí,
se identifica, en cuanto al contenido y efectos, con el nerviosismo. Es
prioritario decir qué entendemos cuando hablamos de nerviosismo: decimos de una
sobrecarga de energía neuroeléctrica en estado de descontrol.
En el caso de la dispersión, entonces –para graficar-, encontramos la pregunta casi con su respuesta incluida: es la enfermedad de
nuestro tiempo. La dispersión es la enfermedad típica de la sociedad moderna, de
la sociedad tecnológica. Si bien no está
tipificada en ningún cuadro clínico; pero, de hecho, viene a ser el subsuelo
ideal en el que normalmente germinan y se alimentan la depresión y la obsesión
y, sobre todo, la angustia, encontramos la pregunta que nos lleva a el tema del
desanimo, punto crucial de nuestro trabajo. Por este sesgo, captamos otro punto
crucial, atinente a las interrogaciones por la proveniencia y por la
diferencia de los conflictos actuales o de cómo se llega a tales conflictos. En
definitiva: ¿qué hay aquí sino interrogaciones por el desamor en que vive el
hombre de hoy?
Las preguntas por el ser, por el amor, y por el
desamor surgen muy frecuentemente en el análisis cuando caen las máscaras yoicas.
El devenir de un análisis comenzaría en teoría por la introducción del síntoma
y finalizaría por el atravesamiento del fantasma, o bien dando un paso más por
la aparición del síntoma desde el punto de vista lacaniano. Pero bien sabemos
que la teoría en estas cuestiones tiene sus múltiples revisiones momento a
momento. Bien, volviendo a la dispersión, tema tan caro en estos días, esta es
un representante de la manifestación conductal colectiva. Al negar su
existencia, afirmamos la creencia de que el hombre es un ser que no vive en un
ostracismo casi permanente para cubrirse de lo que considera son sus peores
enemigos y para enfrentarlos utiliza el recurso de la dispersión.
En
definitiva, la dispersión es la desintegración de la unidad interior. Este modo
de actuar convoca mediante la creación de conductas, hábitos y disciplinas, a
todo un sistema bioquímico que lo sustenta y lo ayuda en sus fines. Sentirse
integrado interiormente equivale a gozo y fiereza para enfrentar un mundo cada
vez más hostil. Una persona dividida, temerosa, enfrentada a un mundo complejo,
en cambio, experimenta desasosiego y debilidad.
El sujeto dispersivo, en lugar de sentirse unidad,
se siente como un acervo de fragmentos de su propia esencia.
Estos fragmentos de sí mismo, yuxtapuestos y sin
coherencia como si diferentes y contradictorias fuerzas clavaran sus garras en
él y lo tironearan en direcciones contrarias provocan diversas cuestiones a
saber: por un lado; desafíos por, amenazas por el otro: frustraciones por aquí,
entusiasmos por allá. ¿Resultado? De acuerdo con esto, se entiende por
dispersión un descoyuntamiento, una formidable descomposición interna que le
hace sentirse al hombre abatido e infeliz.
El hombre se siente infeliz, porque se siente
débil, y se siente débil, porque se sabe incapaz de retener en sus manos las
riendas de sus energías e impulsos.
Atormentado durante toda su vida por los
inconvenientes que le acarrea su naturaleza débil, concede una gran importancia
a quienes tienen éxito. Es la dispersión, una gran enemiga del hombre, sobre
todo cuando alcanza grados elevados, una de las sensaciones humanas mas
desapacibles, porque envuelve la vida toda con una vestidura tejida de malestar,
nerviosismo e inseguridad, en que el vivir mismo es un desagrado.
Muchos hombres atormentados por los inconvenientes
de la vida creen que uno de los problemas que requieren preferente atención por
parte de la sociedad y de los trabajadores de la salud es aquel que lo aqueja y
que tiene que ver con el desanimo.
La forma en que se
presenta el hombre de hoy como una fortaleza asediada por tierra, mar y
aire, con el agravante de tener encerrados y escondidos dentro de sus propios
muros a numerosos enemigos que provienen de todas partes y convergen
certeramente en el corazón de la fortaleza;-el mismo corazón del hombre-, no
raramente, el lugar de trabajo es un avispero de intrigas palaciegas, de
chismes absurdos, de jugadas sucias por un puesto de trabajo con mejores
condiciones laborales o salariales; con frecuencia, el hombre siente a su
costado una despiadada competencia profesional, traiciones por parte de sus
colegas, críticas justificadas o no; muchas veces, las relaciones familiares
son fuente de incomprensiones, celos, infidelidades; y con cuánta frecuencia
¡ay! El supuesto santuario del matrimonio se convierte en un cuadrilátero de combate y dolor. Hay víctimas
y victimarios en la sociedad conyugal, donde debe reinar el amor, todo se
convierte en rojo sangre, golpes e insultos. Otras tantas veces la salud
experimenta alternativas inquietantes; el cuerpo se convierte en el propio
enemigo, los dolores, explotan desde dentro sin que nadie intervenga. La
contaminación ambiental, la polución, la contaminación visual y auditiva en las
grandes urbes, el congestionamiento de tráfico, las multitudes hacinadas, las
alteraciones atmosféricas, las irradiaciones solares, los movimientos telúricos,
la granizada invisible de los rayos cósmicos, las noticias que se transmites a
diario por todos los multimedios… El sistema nervioso del pobre hombre recibe
este asedio implacable y va debilitándose golpe a golpe, hasta acabar como un
luchador vencido.
Toda la educación recibida que le enseño a dominar
sus pasiones, procurando despertar sentimientos de honor parece haber caído en
el mismo agujero negro que su propia alma.
Una reglamentación profusa será contraproducente,
porque al quitar toda libertad de acción inducirá a la desobediencia al hombre
moderno. Por eso tal vez le son dadas pocas reglas y estas ni siquiera se
cumplen. Tantas veces es inducido a la desobediencia... Ya nada sabe del
estricto cumplimiento de las leyes.
Pero hay personalidades que, a causa de su
sensibilidad, son más vulnerables; y estos hirientes estímulos pueden causarles
estragos, hasta el punto de acabar en la angustia vital.
En épocas pasadas, cuando todavía no existían los
modernos medios de comunicación, y el entorno vital del hombre se circunscribía
al vecindario, aldea o pequeña ciudad. El planteamiento cambia radicalmente
cuando en lugar ya de hablar de la aldea hoy su entorno es planetario. Porque
la concepción del mundo que tiene el hombre moderno, de lo que acontece, de las
tragedias acaecidas en el otro hemisferio, los continuos e instantáneos
imágenes de la televisión nos las hacen presentes con imágenes vivas, a veces
hasta espeluznantes, lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia y en
culturas muy diferentes de las nuestras lo que está ocurriendo. Los
persistentes y violentos impactos debilitan los nervios, perturban el sueño
arruinan la digestión intestinal y aumentan las palpitaciones cardíacas. En
otros casos, ya solo provocan una gran indiferencia. Nada nos conmueve. Así de
complejo es el hombre actual.
Sólo Cuando
los impactos son todavía más violentos, como un accidente mortal dentro del
seno de la propia familia, el despido del empleo, el divorcio matrimonial, se
produce una compleja cadena de procesos bioquímicos, y puede darse una profunda
alteración de las funciones mas vitales del organismo. Es allí entonces dónde
el hipotálamo pone en movilización el sistema nervioso autónomo. La glándula
adrenal segrega adrenalina y la vuelca en el torrente circulatorio. Se eleva la
presión arterial. La respiración se hace más rápida y agitada. Pueden
manifestarse agudas cefaleas o los primeros síntomas de una seria depresión.
Después de todo esto sobreviene la desintegración
de la integridad de la persona.
Hasta ahora hemos visto que los dardos envenenados
provenían de las antenas exteriores.
Pero los agentes nocivos pueden estar también
agazapados entre los muros de las misma fortaleza humana. En tal caso,
normalmente se imbrican en un solo haz los factores exteriores e interiores,
hasta formar un nuevo y fatal círculo vicioso: los golpes exteriores provocan
alta tensión interior, la cual, a su vez, desarticula la integridad psíquica,
con lo que la tesitura interior se va haciendo cada vez más vulnerable. Y en
estas condiciones, los impactos exteriores pueden causar heridas verdaderamente
letales.
Decíamos entonces que, por dentro, el hombre es un
océano en perpetuo movimiento, constituye la mejor verificación respecto de
cómo el sujeto reacciona frente al determinismo que le impone su propio
interior, él arrastra consigo un tumulto de vivencias contradictorias:
esperanzas y desconsuelos, euforias y frustraciones. Este juego con sus
incesantes contradicciones incide, en particular, en el terreno de los aspectos
amorosos. Las preocupaciones lo inquietan; las ansiedades se asemejan a la
agitación de un mar de fondo. Los fracasos lo dejan marcado para siempre,
herido, amargado, sin rumbo fijo. Así, sería dable pensar los términos
considerados como relación entre un engaño profundo que sufre el ser humano que
esta prisionero del desanimo. Tiene por delante importantes proyectos, que a un
mismo tiempo lo seducen y perturban. Ciertos resentimientos y presentimientos
se le fijan vivamente en el alma, como garras clavadas en la carne. Una vez que
sentamos la viabilidad conceptual de los engaños que sufre el hombre cabe
señalara la angustia y la dimensión de despedazamiento que siente el hombre
bajo este desorden. Esta enorme carga vital cae sin piedad sobre el hombre,
avasallando su unidad interior, hasta despedazarla, lo mismo que una pesada
piedra al caer sobre un vidrio. Su cabeza se asemeja a un torbellino. No solo
hay desorden, sino, sobre todo, falta de control. Cuanto más dividido y
fragmentada esta el alma, tanto mas difícil es entrelazar, cohesionar y
coordinar las diferentes partes.
Además, el hombre, ese gran desconocido para sí mismo
es una complejísima red de motivaciones, compulsiones e instintos, que hunden
sus raíces en las más arcanas profundidades. La conciencia, respecto del
inconsciente, es como un fósforo encendido en el seno de una oscura noche.
Cabe ahora ubicar a la angustia en la dimensión
correspondiente. Ella no engaña.
El problema que se le presenta al hombre se liga –a
la que ya aludimos- acerca de que en medio de este insondable universo, el
hombre, en cuanto conciencia libre, se siente zarandeado, sacudido, amenazado
por un escuadrón compulsivo de fuerzas, sin saber exactamente de dónde
provienen o a dónde lo llevan. Estos enemigos interiores, probablemente los más
temibles, agraden desde dentro y golpean el entramado unitario de la
personalidad hasta reducirla a pedazos. Es la dispersión.
La persona afectada por ella es como un ejército en
el que el comandante en jefe ya no tiene autoridad sobre sus soldados; estos
hacen lo que quieres. Y un dividido y desintegrado interiormente, sin poder ni
autoridad sobre sus facultades ya declaradas en rebeldía deja el paso libre a
enemigos más temibles. El hombre no sabe cómo defenderse.
Una persona así no puede sentirse cómoda en la
vida, no tiene la sensación de bienestar, sino que, por el contrario se siente
muy a disgusto incómodo, invadido por aquella típica falta de ganas de vivir.
He ahí la dispersión y sus consecuencias.
Retornando a la función de la dispersión, cabe
destacara que las preguntas son pasibles de ser ubicadas en una problemática de
acuerdo a con qué sujetos estemos tratando. Entonces nos preguntamos: ¿Qué
hacer?
Hay quienes son constitutivamente nerviosos, dispersivos.
En estos sujetos la dispersión aparece como una señal. Estos pueden mejorar.
Los otros, los normalmente nerviosos, pueden sanarse por completos.
Una vez más repetimos las mismas consignas: no hay
recetas automáticas; el trabajo será prolongado, lento; no hay que asustarse de
los altibajos, que pronto se manifestarán; hay que ser muy pacientes y
constantes en la recitación.
En este sentido si la dispersión es uno de los
aspectos del sufrimiento pero no su génesis, pero también es uno de los aspectos
fundamentales de la falta de voluntad. Apuntaremos a ello para apoyarnos en un
futuro trabajo.
Todos los elementos que aportaremos en el próximo artículo, servirán de ayuda. Pero los
ejercicios específicos contra la dispersión son los siguientes: la relajación,
la concentración, el silenciamiento.
Vale la pena someterse a una paciente terapia.
Se trata de recuperar la unidad interior, la
sensación de bienestar y el poder sobre sí mismo. Todo esto, a su vez, equivale
a cerrar las puertas a las angustias, las obsesiones y depresiones.
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