sábado, 2 de septiembre de 2017

De los valores actuales: II



La falta de voluntad
Para ver claramente esta conexión y considerar que hay que tomar en cuenta cómo falta de voluntad, lo que pertenece estrictamente a su campo, haremos un rodeo por síntomas que se presentan muy a menudo hoy en día.
En primer lugar hablaremos de la dispersión:
Image result for imagenes de dispersion en personasLa dispersión en si misma, no es semilla propiamente dicha del sufrimiento humano sino mas bien es efecto de múltiples factores pero, que, de todas formas, conlleva entre sus pliegues notables dosis de esa sensación desagradable que llamamos desasosiego. Y esto que denominamos desasosiego, transpone con la mayor facilidad las fronteras de la angustia.
Al comienzo señalamos a la dispersión, como aquella que porta desasosiego, y es en ese sentido en el que la vamos a analizar aquí, se identifica, en cuanto al contenido y efectos, con el nerviosismo. Es prioritario decir qué entendemos cuando hablamos de nerviosismo: decimos de una sobrecarga de energía neuroeléctrica en estado de descontrol.
En el caso de la dispersión, entonces –para graficar-, encontramos la pregunta casi con su respuesta incluida: es la enfermedad de nuestro tiempo. La dispersión es la enfermedad típica de la sociedad moderna, de la sociedad tecnológica. Si bien  no está tipificada en ningún cuadro clínico; pero, de hecho, viene a ser el subsuelo ideal en el que normalmente germinan y se alimentan la depresión y la obsesión y, sobre todo, la angustia, encontramos la pregunta que nos lleva a el tema del desanimo, punto crucial de nuestro trabajo. Por este sesgo, captamos otro punto crucial, atinente a las interrogaciones por la proveniencia y por la diferencia de los conflictos actuales o de cómo se llega a tales conflictos. En definitiva: ¿qué hay aquí sino interrogaciones por el desamor en que vive el hombre de hoy?
Las preguntas por el ser, por el amor, y por el desamor surgen muy frecuentemente en el análisis cuando caen las máscaras yoicas. El devenir de un análisis comenzaría en teoría por la introducción del síntoma y finalizaría por el atravesamiento del fantasma, o bien dando un paso más por la aparición del síntoma desde el punto de vista lacaniano. Pero bien sabemos que la teoría en estas cuestiones tiene sus múltiples revisiones momento a momento. Bien, volviendo a la dispersión, tema tan caro en estos días, esta es un representante de la manifestación conductal colectiva. Al negar su existencia, afirmamos la creencia de que el hombre es un ser que no vive en un ostracismo casi permanente para cubrirse de lo que considera son sus peores enemigos y para enfrentarlos utiliza el recurso de la dispersión.
 En definitiva, la dispersión es la desintegración de la unidad interior. Este modo de actuar convoca mediante la creación de conductas, hábitos y disciplinas, a todo un sistema bioquímico que lo sustenta y lo ayuda en sus fines. Sentirse integrado interiormente equivale a gozo y fiereza para enfrentar un mundo cada vez más hostil. Una persona dividida, temerosa, enfrentada a un mundo complejo, en cambio, experimenta desasosiego y debilidad.
El sujeto dispersivo, en lugar de sentirse unidad, se siente como un acervo de fragmentos de su propia esencia.
Estos fragmentos de sí mismo, yuxtapuestos y sin coherencia como si diferentes y contradictorias fuerzas clavaran sus garras en él y lo tironearan en direcciones contrarias provocan diversas cuestiones a saber: por un lado; desafíos por, amenazas por el otro: frustraciones por aquí, entusiasmos por allá. ¿Resultado? De acuerdo con esto, se entiende por dispersión un descoyuntamiento, una formidable descomposición interna que le hace sentirse al hombre abatido e infeliz.
El hombre se siente infeliz, porque se siente débil, y se siente débil, porque se sabe incapaz de retener en sus manos las riendas de sus energías e impulsos.


Atormentado durante toda su vida por los inconvenientes que le acarrea su naturaleza débil, concede una gran importancia a quienes tienen éxito. Es la dispersión, una gran enemiga del hombre, sobre todo cuando alcanza grados elevados, una de las sensaciones humanas mas desapacibles, porque envuelve la vida toda con una vestidura tejida de malestar, nerviosismo e inseguridad, en que el vivir mismo es un desagrado.
                                                        
Muchos hombres atormentados por los inconvenientes de la vida creen que uno de los problemas que requieren preferente atención por parte de la sociedad y de los trabajadores de la salud es aquel que lo aqueja y que tiene que ver con el desanimo.
La forma en que se  presenta el hombre de hoy como una fortaleza asediada por tierra, mar y aire, con el agravante de tener encerrados y escondidos dentro de sus propios muros a numerosos enemigos que provienen de todas partes y convergen certeramente en el corazón de la fortaleza;-el mismo corazón del hombre-, no raramente, el lugar de trabajo es un avispero de intrigas palaciegas, de chismes absurdos, de jugadas sucias por un puesto de trabajo con mejores condiciones laborales o salariales; con frecuencia, el hombre siente a su costado una despiadada competencia profesional, traiciones por parte de sus colegas, críticas justificadas o no; muchas veces, las relaciones familiares son fuente de incomprensiones, celos, infidelidades; y con cuánta frecuencia ¡ay! El supuesto santuario del matrimonio se convierte en un  cuadrilátero de combate y dolor. Hay víctimas y victimarios en la sociedad conyugal, donde debe reinar el amor, todo se convierte en rojo sangre, golpes e insultos. Otras tantas veces la salud experimenta alternativas inquietantes; el cuerpo se convierte en el propio enemigo, los dolores, explotan desde dentro sin que nadie intervenga. La contaminación ambiental, la polución, la contaminación visual y auditiva en las grandes urbes, el congestionamiento de tráfico, las multitudes hacinadas, las alteraciones atmosféricas, las irradiaciones solares, los movimientos telúricos, la granizada invisible de los rayos cósmicos, las noticias que se transmites a diario por todos los multimedios… El sistema nervioso del pobre hombre recibe este asedio implacable y va debilitándose golpe a golpe, hasta acabar como un luchador vencido.
Toda la educación recibida que le enseño a dominar sus pasiones, procurando despertar sentimientos de honor parece haber caído en el mismo agujero negro que su propia alma.
Una reglamentación profusa será contraproducente, porque al quitar toda libertad de acción inducirá a la desobediencia al hombre moderno. Por eso tal vez le son dadas pocas reglas y estas ni siquiera se cumplen. Tantas veces es inducido a la desobediencia... Ya nada sabe del estricto cumplimiento de las leyes.
Pero hay personalidades que, a causa de su sensibilidad, son más vulnerables; y estos hirientes estímulos pueden causarles estragos, hasta el punto de acabar en la angustia vital.
                                                                                                           
En épocas pasadas, cuando todavía no existían los modernos medios de comunicación, y el entorno vital del hombre se circunscribía al vecindario, aldea o pequeña ciudad. El planteamiento cambia radicalmente cuando en lugar ya de hablar de la aldea hoy su entorno es planetario. Porque la concepción del mundo que tiene el hombre moderno, de lo que acontece, de las tragedias acaecidas en el otro hemisferio, los continuos e instantáneos imágenes de la televisión nos las hacen presentes con imágenes vivas, a veces hasta espeluznantes, lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia y en culturas muy diferentes de las nuestras lo que está ocurriendo. Los persistentes y violentos impactos debilitan los nervios, perturban el sueño arruinan la digestión intestinal y aumentan las palpitaciones cardíacas. En otros casos, ya solo provocan una gran indiferencia. Nada nos conmueve. Así de complejo es el hombre actual.
Sólo  Cuando los impactos son todavía más violentos, como un accidente mortal dentro del seno de la propia familia, el despido del empleo, el divorcio matrimonial, se produce una compleja cadena de procesos bioquímicos, y puede darse una profunda alteración de las funciones mas vitales del organismo. Es allí entonces dónde el hipotálamo pone en movilización el sistema nervioso autónomo. La glándula adrenal segrega adrenalina y la vuelca en el torrente circulatorio. Se eleva la presión arterial. La respiración se hace más rápida y agitada. Pueden manifestarse agudas cefaleas o los primeros síntomas de una seria depresión.
Después de todo esto sobreviene la desintegración de la integridad de la persona.
Hasta ahora hemos visto que los dardos envenenados provenían de las antenas exteriores.
Pero los agentes nocivos pueden estar también agazapados entre los muros de las misma fortaleza humana. En tal caso, normalmente se imbrican en un solo haz los factores exteriores e interiores, hasta formar un nuevo y fatal círculo vicioso: los golpes exteriores provocan alta tensión interior, la cual, a su vez, desarticula la integridad psíquica, con lo que la tesitura interior se va haciendo cada vez más vulnerable. Y en estas condiciones, los impactos exteriores pueden causar heridas verdaderamente letales.
Decíamos entonces que, por dentro, el hombre es un océano en perpetuo movimiento, constituye la mejor verificación respecto de cómo el sujeto reacciona frente al determinismo que le impone su propio interior, él arrastra consigo un tumulto de vivencias contradictorias: esperanzas y desconsuelos, euforias y frustraciones. Este juego con sus incesantes contradicciones incide, en particular, en el terreno de los aspectos amorosos. Las preocupaciones lo inquietan; las ansiedades se asemejan a la agitación de un mar de fondo. Los fracasos lo dejan marcado para siempre, herido, amargado, sin rumbo fijo. Así, sería dable pensar los términos considerados como relación entre un engaño profundo que sufre el ser humano que esta prisionero del desanimo. Tiene por delante importantes proyectos, que a un mismo tiempo lo seducen y perturban. Ciertos resentimientos y presentimientos se le fijan vivamente en el alma, como garras clavadas en la carne. Una vez que sentamos la viabilidad conceptual de los engaños que sufre el hombre cabe señalara la angustia y la dimensión de despedazamiento que siente el hombre bajo este desorden. Esta enorme carga vital cae sin piedad sobre el hombre, avasallando su unidad interior, hasta despedazarla, lo mismo que una pesada piedra al caer sobre un vidrio. Su cabeza se asemeja a un torbellino. No solo hay desorden, sino, sobre todo, falta de control. Cuanto más dividido y fragmentada esta el alma, tanto mas difícil es entrelazar, cohesionar y coordinar las diferentes partes.
Además, el hombre, ese gran desconocido para sí mismo es una complejísima red de motivaciones, compulsiones e instintos, que hunden sus raíces en las más arcanas profundidades. La conciencia, respecto del inconsciente, es como un fósforo encendido en el seno de una oscura noche.
Cabe ahora ubicar a la angustia en la dimensión correspondiente. Ella no engaña.
El problema que se le presenta al hombre se liga –a la que ya aludimos- acerca de que en medio de este insondable universo, el hombre, en cuanto conciencia libre, se siente zarandeado, sacudido, amenazado por un escuadrón compulsivo de fuerzas, sin saber exactamente de dónde provienen o a dónde lo llevan. Estos enemigos interiores, probablemente los más temibles, agraden desde dentro y golpean el entramado unitario de la personalidad hasta reducirla a pedazos. Es la dispersión.
La persona afectada por ella es como un ejército en el que el comandante en jefe ya no tiene autoridad sobre sus soldados; estos hacen lo que quieres. Y un dividido y desintegrado interiormente, sin poder ni autoridad sobre sus facultades ya declaradas en rebeldía deja el paso libre a enemigos más temibles. El hombre no sabe cómo defenderse.
Una persona así no puede sentirse cómoda en la vida, no tiene la sensación de bienestar, sino que, por el contrario se siente muy a disgusto incómodo, invadido por aquella típica falta de ganas de vivir.
He ahí la dispersión y sus consecuencias.
Retornando a la función de la dispersión, cabe destacara que las preguntas son pasibles de ser ubicadas en una problemática de acuerdo a con qué sujetos estemos tratando. Entonces nos preguntamos: ¿Qué hacer?
Hay quienes son constitutivamente nerviosos, dispersivos. En estos sujetos la dispersión aparece como una señal. Estos pueden mejorar. Los otros, los normalmente nerviosos, pueden sanarse por completos.
Una vez más repetimos las mismas consignas: no hay recetas automáticas; el trabajo será prolongado, lento; no hay que asustarse de los altibajos, que pronto se manifestarán; hay que ser muy pacientes y constantes en la recitación.
En este sentido si la dispersión es uno de los aspectos del sufrimiento pero no su génesis, pero también es uno de los aspectos fundamentales de la falta de voluntad. Apuntaremos a ello para apoyarnos en un futuro trabajo.
Todos los elementos que aportaremos en el próximo artículo, servirán de ayuda. Pero los ejercicios específicos contra la dispersión son los siguientes: la relajación, la concentración, el silenciamiento.
Vale la pena someterse a una paciente terapia.
Se trata de recuperar la unidad interior, la sensación de bienestar y el poder sobre sí mismo. Todo esto, a su vez, equivale a cerrar las puertas a las angustias, las obsesiones y depresiones.


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