sábado, 26 de agosto de 2017

De los valores actuales: I



Las enfermedades no son enemigas
El poder supremo de la enfermedad no es el dolor físico, ni la imposibilidad orgánica, o las limitaciones que le impone al sujeto a la hora de coartar sus posibilidades, sino la perturbación anímica y mental que produce.


En el reino animal encontramos sufrimiento producido por molestias, dolores, pero no está pensado como una enfermedad. El animal no agrega el concepto de enfermedad y agrava con su irritación el cuadro que lo aqueja, simplemente sufre, simplemente la circunstancia que lo aqueja es una compañera más en su camino, no la torna en enemiga.
Lejos está el ser humano de la senda de la sabiduría. Si bien en este siglo veinte el hombre hace todo cuanto está en sus posibilidades para vencer la enfermedad, aumenta sin contemplación toda agresividad e irritación para con las dolencias, el grado de enemistad es marca fundacional en cada actitud de la ciencia moderna.
Es conveniente replantear la actitud a la hora de posicionarnos ante una enfermedad, pues si va a ser nuestra compañera de viaje o simplemente una piedra más en el camino, es mejor que no sea enemiga. Todo aquello que es aceptado deja de ser enemigo y nos acompaña como amigo en el camino de la vida.
                                                    
Aceptar con paz todo defecto o dificultad: problemas físicos, económicos, enfermedades crónicas, deformidades sin sentir culpa o vergüenza ante nuestra condición deficiente.
No sentir vergüenza ni tristeza por nuestros defectos fisicos o nuestras dificultades y tener un grado de aceptación con la circunstancia que nos toca vivir implica hacerse amigo de la dificultad, (¿también implica un goce masoquista?).

La muerte
El ser humano, con su era de racionalismo y su resistencia mental, ha transformado la muerte en la emperatriz de la tierra y señora del mundo. Ninguna realidad encuentra mayor verdad y mayor oposición como la misma muerte, y por eso el la enemiga más poderosa del hombre. Y esta enemiga eterna crece en la medida en que se la rechaza.
No obstante, el concepto de muerte, no es ninguna realidad.”Es, simplemente, un concepto subjetivo y relativo.
A poco de nacer el animal humano divisa esa condición que lo atraviesa y que en algún momento de su derrotero tendrá que traspasar y este pensamiento hace que para muchos su propia vida sea un morir en si mismo, pues ese abismo que lo seduce y a la vez lo aterra no cesa de estar frente a su camino.
Pero si despierta y toma conciencia de que es él mismo y solo él quien engendra a esos fantasmas todo se transforma.
                                              
Hasta dónde pudo mostrarnos la ciencia un animal -sea de cualquier especie-, simplemente se extingue. Sea una simple golondrina como un animal altamente agresivo. El más temible de los felinos al encontrarse acorralado al instante pone en juego su acometividad mortal.
Sin embargo, cuando la muerte llega al encontrarse en jaque y debilitado el torrente vital del mismo felino, éste no resiste ni contraataca: simplemente, humildemente se extingue, se retira a un rincón se acuesta y se deja llevar por la muerte mansamente.
El único ser conocido hasta ahora de la creación que se hace problemas ante la muerte, que crea rituales es el hombre.
Es por medio de sus conceptos ante la idea de acabar, la reviste con características de maldición y la estigmatiza y por eso resiste y transforma ese trance en agonía, en lucha, en el gran combate por antonomasia.
                
Lo que importa de la magnitud de la victoria de la muerte sobre los seres humanos, entonces, es su cualidad –al menos así lo enfatiza ese especial impacto que tiene en el hombre de nuestro tiempo-,la que lo incorpora a la falta en ser que constituye al sujeto en tanto sujeto deseante, pues está en proporción con la desesperación y acometividad con que el hombre actual la rechaza, allí no podemos obviar el poder de la muerte sobre el sujeto hablante-,y las innumerables cosas que éste hace cosas para evitarla de manera casi ridícula por un lado; o bien, la necrofilia propia de los argentinos como paradigma o modo de querer dominar la muerte, hablando siempre una y otra vez del tema sin cerrar heridas ni dejar que los muertos famosos descansen en paz.
Si el ser humano comprendiera que el problema principal de la humanidad no es cómo eliminar a este supremo enemigo que llamamos: la muerte; lo que por otro parte, es sólo una ilusión omnipotente, porque todo lo que comienza acaba, toda vida tiene un fin, sino, que en verdad, el problema consiste  en cómo hacer para transformar a la muerte en una hermana, una amiga. Esto quedó como siempre simplemente relegado a los hombres de fe, e inclusive entre ellos el tema sigue siendo escabroso.
La referencia a la muerte, que ni los psicoanalistas famosos nunca han dejado de puntuar, sigue siendo uno de los temas principales en nuestra sociedad, devaluada de hoy día.
La temática de la muerte del hombre incumbe plenamente al hombre de hoy como al hombre de las cavernas. Si lo expresamos en términos que son simples -aunque tengan una resonancia psicológica y filosófica-, son interrogaciones que nos cuestionan qué hacer con el tema de la muerte. Y nosotros ya sabemos que hacer: hay que dejarse morir. Siempre hacemos todo lo posible por esquivarla y cuando todo ha fracasado simplemente hay que dejarse llevar.
Es realmente duro para el hombre moderno aceptar, despertar y convencerse de que todo lo que nace muere y que, llegada la hora de nada sirve resistir, es algo que en estos tiempos modernos lleva cientos de horas de psicoanálisis o de diversión, de vano aturdimiento, de horas de sexo desenfrenado, de drogas y de alcohol, de miles de cirugías estéticas que nos hagan ver mejos viejos, para postergar lo inevitable.
Siempre continuaremos por el arduo camino por prolongar la vida, por mejorar su calidad, su mejor condición, pero por ahora la inmortalidad de la materia, es un imposible, solo una quimera, sólo posponemos la hora. Siempre hacemos lo posible por sostener la vida y la calidad de la misma hasta el desenlace inevitable. En ese último momento, la sabiduría aconseja dejarse envolver, dejarse llevar como por una mano amiga. Lo aconsejable es tener acumulado para ese momento tanta serenidad y humildad como sea posible, bien sabemos que estos son conceptos perdidos en los tiempos de apuros y violencia que nos tocó vivir. Pero es también sabido que después del duro invierno en el que la mente heló los corazones de los hombres, el retorno de la primavera trae nuevas flores y el hombre en términos generales, y para el hombre creyente la ascensión será más sencilla, pero todos ascenderán a mejores tierras cada vez más alto y más lejos, esta es la real victoria del hombre sobre la muerte. Y de esta manera hemos acabado transformando al peor enemigo en un amigo, en un compañero más en este camino de la vida.




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