La rutina
Los interrogantes esbozados a partir de las
cuestiones de la voluntad y de la dispersión merecen un apartado especial, no
menor que el tema de la rutina que ahora nos convoca. La función indicativa de
la rutina, señalada con insistencia en todos los medios de comunicación
actuales nos invitan a decir de ella que es como una termita, que silenciosa e
invisible, avanza por las entrañas de la madera, hasta corroerla y debilitar
los fundamentos del edificio; la rutina se asemeja a la penumbra que,
imperceptiblemente, se desliza en los aposentos interiores a la hora del
crepúsculo: por no ser luz, no es amada; por no ser oscuridad, no es terminada.
Y así pasa desapercibida. A eso que casi
no podemos definir pero sí sentir, se llama rutina.
Muchos no la consideran un carcinoma ni tampoco un
virus. No aparece tipificada en ningún cuadro patológico. Los profesionales no
la conocen, o al menos no se preocupan demasiado por ella. Por eso nadie
estudia su etiología ni se buscan remedios para combatirla. Excepto algunos
cosméticos y paseos para ricos y ociosos que pueden escapar por unos días a un
spa elegante o a algún lugar remoto y solitario, libre de todo lo conocido. La
rutina no se mete en aventuras, no
conoce riesgos, ni se mezcla en escándalos. Pasa tan desapercibida, que nadie
se asusta ni siquiera de su sombra.
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Sin embargo, y por lo dicho, la rutina es la fuerza
más desestabilizadora de las instituciones humanas y de la vida misma. Por de
pronto, es, sin duda alguna, el roedor más temible de la institución
matrimonial. Más allá de los problemas de la adaptación que pueden surgir entre
los esposos, ya desde el viaje de luna de miel comienza la rutina a socavar las
raíces de la ilusión y el amor.
Se hace presente en las oficinas de los
profesionales, en las actividades de los sacerdotes, en las tareas maternales,
en la vida de las comunidades y los grupos; en fin, se apodera de todo el
quehacer humano, hasta reducirlo todo a monotonía y aburrimiento. Por los
efectos de la rutina, las personas experimentan una constante caída de tensión
en sus compromisos, pierden el ímpetu inicial, aflojan en el entusiasmo. Y
aparece la apatía, desfallece la ilusión y se hace presente la tibieza. Nada es
frío ni caliente, y por eso todo acaba causando tedio.
Una preciosa melodía que hoy nos arrebata, luego de
escucharla quince veces, ya no nos gusta tanto, porque se nos está gastando. Si
la oímos treinta veces, acaba por aburrirnos; y después de escucharla cincuenta
veces, nos produce hastió. Un manjar exquisito repetido durante varios días,
mañana y tarde, primero cansa; luego, fastidia, y, finalmente, nos provoca nauseas.
¿Qué es, pues, la rutina? Sí es difícil
detectarla, mas difícil es describirla y prácticamente imposible definirla.
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