sábado, 17 de junio de 2017

Algunas puntuaciones acerca de la adversidad: IV parte




Una luz más allá de la adversidad

Somos seres de luz y sombra. Comenzaremos nuestro recorrido una vez más conforme lo hemos introducido oportunamente en el anterior trabajo. No obstante, a los efectos de puntuar la incidencia de la sociedad y el lugar que ocupa el hombre actual en ella, escribiremos breves líneas al respecto en el recorrido de este presente capítulo. Las sociedades no están exentas de esta misma condición de luz y sombra. El bien y el mal no proceden desde un supuesto exterior que no es más que un reflejo de su propio interior. Si bien es cierto que dentro nuestro se gestan los pensamientos de odio, también los de amor y bonanza.
Por otra parte, estos ítems –ubican al hombre en un lugar de privilegio y de capricho-, son articulados a todos los niveles de la vida que éste lleva en lo social. Precisamente, muchas veces el sujeto humano, se identifica con aquello que en su interior está quebrado.


Pero todo lo que no se ajusta a un capricho lo convertimos en nuestro enemigo. Si no me gustan aquellas persona, ellas son mis enemigos mortales. Si no me gusta el trabajo, la música, ese gobernador, esos inmigrantes..., todos ellos son mis enemigos, pues sirven de disparador para que despierten en mi pulcro corazón y en mi impecable pensamiento los mismos sentimientos y opiniones que generan un verdadero monstruo enemigo. Y así, nos esforzamos día a día, década tras década por no aparecer en el concierto de las naciones como una sociedad fragmentada, contradictoria; ocultamos nuestras indecisiones y nuestras miserias aún después de reconocer que fuimos nosotros sus creadores; en resumen, nos tratamos como a verdaderos enemigos al no permitir la posibilidad de liberación, avergonzándonos de tener una zona oscura, no resuelta. Y avergonzarse de nuestras propias heridas y defectos no es lo mismo que comenzar a destruirnos.
No es nuestra intención agotar ninguno de estos puntos que aquí mencionamos. Tampoco se trata de hacer un circuito “totalizador”del comportamiento de las problemáticas urbanas fundamentales concernientes al promedio del hombre moderno. Pero algunas de estas puntuaciones dan cuenta de las generalizaciones compartidas por cientos de hombres y mujeres que viven dormidos.
Muy en lo profundo pero evidente en la superficie de un río que nos representa en la superficie cómo es nuestro fondo, vemos un sinnúmero de infatuadas actitudes narcisistas, una débil escala de valores, sentimientos megalómanos y todas las manifestaciones de vanidad disfrazadas de víctimas de las circunstancias. Es en nuestro propio interior dónde se forjan y se alimentan nuestros propios enemigos.
En forma contraria a lo que podría suponerse, el itinerario que nos propusimos recorrer nos introduce en un sórdido comportamiento que a todos nos complica, nos implica y nos desagrada como integrantes de una misma sociedad.
También cabe aclarar otra advertencia en nuestra metodología de trabajo: es totalmente descriptiva –como ya lo habíamos anticipado-, y basada en hechos reales, necesariamente, implica volver a ese lugar de eslabón que es la clínica, puesto que allí, se presentifica tales comportamientos.
Por lo general todo lo que nos desagrada, lo transformamos en un posible y feroz enemigo. El problema es serio, pasamos de la euforia megalómana a la más siniestra depresión. Y cuanto más lo resistimos, más nos enemistamos con los demás y con nosotros mismos. La enemistad crece de manera incontrolable ayudada por la repulsa que sentimos hacia los otros.
Hasta el tiempo es nuestro enemigo. Nos molesta tanto la cultura indígena como los inmigrantes europeos llegados en la primera mitad del siglo veinte, la voz chillona de los orientales, la manera de caminar de las damas judías, la mirada de los alemanes, el ruido , el clima húmedo, el viento seco, el frío del sur, la piel cuarteada de la gente del norte..., todo nos lleva a estar rodeados de enemigos por todas partes, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Y no es de extrañar que miles de seres humanos y ciento de naciones pueden ir despertando sentimientos hostiles hacia nuestras propias reacciones agresivas. Nuestras realidades forman un todo, son como las hacemos, y si aceptamos esa condición, todas ellas serían amigas y no enemigas. Pero de nuestra propia naturaleza indomable e infantil surgen las armas que pretenden destruir lo que su propia naturaleza ha creado.
Y aquí tenemos uno de los pasos que obviamente nos negamos a recorrer como país: uno de los grandes pasos hacia una libertad es contemplar y considerar como perfectibles todas las cosas.

No es nuestra intención agotar en este breve trabajo ninguno de los puntos que aquí figuran, tampoco se trata de hacer un simple reduccionismo, sino de indicar ciertas problemáticas fundamentales atenientes, ahora al tratamiento de estos temas que nos aquejan.
En todo pueblo hay que distinguir dos elementos: los agentes exteriores que lo amenazan y el impacto.  Un agente externo, poderoso y bélico por excelencia, golpea a nuestro cuerpo social y si estamos en armonía, nada grave ni irreparable pasará, las heridas no serán adecuadas al tamaño de la agresión. Si bien en lo convencional decimos que el impacto es proporcional al estímulo; también decimos que las consecuencias del impacto dependerán en buena medida del receptor.
En forma contraria a lo que puede suponerse, el itinerario a recorrer consistirá por un lado en acercarnos al individuo y sus propias preocupaciones –reiterémoslo- radicará en la puntuación de algunos problemas cruciales que atañen a los hombres y mujeres de hoy; y por otro lado cómo estos problemas se reflejan en lo social.
Por ejemplo, todos nuestros defectos y dolores aumentan potenciados por un estado de nerviosismo del individuo. Un pueblo preso del rencor lo es mucho más cuando está disgustado por alguna circunstancia. Los temperamentos débiles e irascibles bordean constantemente la locura cuando enfrentan una crisis. En momentos de agudos conflictos, una sociedad hipersensible, explosiva, convierte en hiel el dulce de leche.
Por consiguiente, los efectos del impacto van a depender, por consiguiente, no sólo en su propia fuerza, sino en la estructura donde descargan su potencial y en el estado actual de dicha estructura.
Es importante destacar que el verdadero poder del impacto no radica tanto de su fuerza como de la debilidad o blandura del receptor. Porque, es sabido, los agentes externos, impactan en un objetivo en la medida en que la materia receptora sea blanda, desordenada, irritable ante la menor brisa.
Ningún misil enemigo, ni aún el arma más violenta tiene capacidad de herir a quienes se esfuerzan en templar su carácter, transforman las sombras en luces, serenan el infantil nerviosismo, se concentran en sus propios objetivos y en sus posibilidades de avanzar hacia mejores pasturas, en fin, lentamente logra la verdadera paz.

Por este breve pero no tan fácil camino, podemos concluir que está en nuestras manos la posibilidad de transformar el mal en bien.
También cabe otra advertencia metodológica: si aceptamos la fe como algo inherente a todos los seres humanos sean creyentes o no, lo hemos relacionado con una localización en términos mentales, su abordaje, necesariamente, implica volver a replantear ese lugar –como cabría denominarlo, en cuanto hace entrada al mundo de la ciencia-, conformado también por los otros estatutos mentales, incluida la razón, la conciencia y el tan estudiados en el último siglo: lo inconsciente.
La primera condición para cambiar es sacudirse, liberarse de esa confusión anestésica, darse cuenta de cada zona por limpiar, aceptar y poner manos a las obras.
No se trata de ir por una superficie lisa, sino se trata de ir atravesando un terreno desconocido muchas veces de manera oscilante.
Cuando sostengo vanas ilusiones y gasto mucha energía en ello, todo nos irrita, todo nos agrede, todo nos molesta. Los edificios son viejos cuando tienen más años que nosotros, hay que eliminarlos por consiguiente, nada nos permite ver lo hermoso que quedarían una vez reparados, una vez que descubrimos debajo del polvo los mármoles brillantes que una vez ilusionaron a otro ser humano. Es nuestro propio optimismo y nuestra actitud de agradecimiento la que permitirá que nuestros ojos vean en un descampado lleno de pasto bravo una bonita huerta por construir. Es nuestra intención en particular las que permiten contemplar a través del prisma del optimismo y más allá de nuestros descontentos que promueven nuestro eterno descontento y nuestra permanente irritabilidad. El problema tiene solución y está en el mismo lugar.
Lo más simple y más complicado es contemplar las cosas y las personas que componen una sociedad, ver cada lado, el positivo y el negativo sin juzgar.
Si esos viejos no son beldades, ellos en cambio realizaron  miles de trabajos; tantos, que una tercera parte de su vida quedó en los productos que otros usaron. ¿Pensamos alguna vez qué sería de nuestra actualidad sin esas manos maltratadas? ¿Has visto alguna vez dulzura mayor que la sonrisa de un niño? Es fatuo, vergonzoso, ocultar la belleza que no encaja en la moda cuando todos somos producto del mismo creador. Cuando caminamos dormidos somos fatuos y solo vemos en débil brillo del celofán que envuelve y oculta a la vez los interiores.
Podemos quejarnos todo el tiempo si nuestros ojos no son bellos, pero jamás escuche agradecer a la vida porque ellos me permiten ver la creación. Nunca pensamos en cómo nuestros tesoros nos conectan con la realidad sin pedir demasiado a cambio logran captar toda la compleja gama de la naturaleza. Pero aún así nos olvidamos de agradecer. Somos una crítica constante.
Puede ser que nuestros ojos no sean los más bellos; pero nos conectas con la belleza cumpliendo una función para la cual están preparados, ellos no pretenden corren una carrera de cien metros, solo hacen aquello para lo que están dotados.
En nuestro modo de ser, tal vez en estos tiempos pesen y opriman ciertas tendencias negativas: el rencor, la intolerancia son algunos de nuestros más fieles representantes. Hasta es posible que nuestros problemas, sean creados o incrementados por nuestros propios deseos. Pero pocas veces disponemos de tiempo para pensar en incrementar y hacer crecer nuestras virtudes.
Ante un fracaso nunca pensamos en cuantas veces triunfamos una y otra vez. No está aun en nuestros hábitos fijar la mirada en los puntos de luz. Aunque en muchas ocasiones los otros nos vean como personas exitosas y tocadas por los duendes de la buena fortuna, en nuestro interior reina el descontento, el abatimiento porque siempre posamos nuestra mirada en los puntos oscuros y negativos de nuestra existencia.
En este punto crítico del problema, distinguir cómo enfrentarlo, cómo caminar y atravesar es un comienzo necesario, ya que el resultado final nos espera necesariamente con aquello que decidimos después de dar el primer paso.
                                                   
Para comenzar a procesar la discriminación que hacemos a diario entre lo que vemos de los otros y lo que en realidad son; encontramos un camino directo que es el simple y descriptivo decir diario de nuestro pueblo. Es que, fuera de duda, los conceptos discriminatorios –si bien rotulados como delitos, según podemos observar-, tienen un valor de bastión. Por otra parte, nosotros nos hemos erigidos en defensores de los derechos humanos, en insignes y democráticos teóricos que cumplen con todas las leyes en defensa de los más débiles; sin embargo, en privado, en público, en soledad, no hacemos honor a nuestras teorizaciones.
Como en un espejo vemos que los otros son impacientes, irritables; pero olvidamos su parte luminosa, su calidad de servicio, su bondad, y aun, a veces, sus rasgos de verdadero altruismo.
En la sección de cualquier teorizacíón al respecto vemos cómo, en el seno mismo de la corriente teórica, puede captarse cómo, se intentaba teorizar de algo distinto que de un punto luminoso en el espíritu de ese hombre o mujer, se intenta dar lugar a una vulgar fuente de todo sesgo reparador de algo podrido en el interior humano.
La mayoría de las veces al valorar en modo global y arbitrario a una persona, con mucha frecuencia sucede que nos fijamos de modo enfermizo en los aspectos negativos o en los defectos, de modo tal que acabamos definiendo a esa persona como si ella fuese simplemente ese defecto, así evaluamos y juzgamos toda su vida a través de ese defecto que lo marca. Y muchas veces no reparamos que ese defecto se presenta en aisladas ocasiones; y simplemente colocamos un retrato de ese momento de emergencia y creemos que eso es lo que el otro es. Montamos así una monstruosa caricatura. Esto lo hacemos cuando caminamos por la vida dormidos.
De modo similar, muchas veces sucede lo mismos con nuestra propia historia: un defecto o un fracaso pueden tornarse en el representante de nuestra propia vida, es así como un defecto o un fracaso llegan a ser la marca por la cual se nos identifica, dejando bien sentado que nuestra vida es una calamidad. Esto siempre que caminamos dormidos sucede sin que podamos evitarlo.
No son los problemas  y las frustraciones que nos han conducido a oscuros abismos los que nos definen. Un error que nos lleva al fracaso estrepitosamente no puede ser el único producto que nos marque de por vida. Pero jamás evaluamos positivamente las lecciones aprendidas. Todo contratiempo puede ser una oportunidad que nos lleva a aprender los aspectos de la vida.
Este es uno de los puntos neurálgicos: tratar de descubrir el lado positivo de las cosas.
Tornamos vulgar todo acto de bondad.

Efectivamente,-los conceptos de fracaso y de éxito están siempre relacionados a los mismos conceptos oscuros de la mente humana-, en nada interviene el espíritu, ni el deseo de superación del hombre. Sin duda, el mismo Freud, -agnóstico, desde sus mismas palabras-, no había desestimado estos conceptos; todo lo contrario. No podemos olvidar que él le dio un estatuto diferente a los procesos inconscientes, no obstante su génesis, no explica todos los fenómenos y descarta de plano las cuestiones de la fe.

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