Una luz más allá de la adversidad
Somos seres de luz y sombra. Comenzaremos nuestro
recorrido una vez más conforme lo hemos introducido oportunamente en el
anterior trabajo. No obstante, a los efectos de puntuar la incidencia de la
sociedad y el lugar que ocupa el hombre actual en ella, escribiremos breves
líneas al respecto en el recorrido de este presente capítulo. Las sociedades no
están exentas de esta misma condición de luz y sombra. El bien y el mal no
proceden desde un supuesto exterior que no es más que un reflejo de su propio
interior. Si bien es cierto que dentro nuestro se gestan los pensamientos de
odio, también los de amor y bonanza.
Por otra parte, estos ítems –ubican al hombre en un
lugar de privilegio y de capricho-, son articulados a todos los niveles de la
vida que éste lleva en lo social. Precisamente, muchas veces el sujeto humano,
se identifica con aquello que en su interior está quebrado.
Pero todo lo que no se ajusta a un capricho lo
convertimos en nuestro enemigo. Si no me gustan aquellas persona, ellas son mis
enemigos mortales. Si no me gusta el trabajo, la música, ese gobernador, esos
inmigrantes..., todos ellos son mis enemigos, pues sirven de disparador para
que despierten en mi pulcro corazón y en mi impecable pensamiento los mismos
sentimientos y opiniones que generan un verdadero monstruo enemigo. Y así, nos
esforzamos día a día, década tras década por no aparecer en el concierto de las
naciones como una sociedad fragmentada, contradictoria; ocultamos nuestras
indecisiones y nuestras miserias aún después de reconocer que fuimos nosotros
sus creadores; en resumen, nos tratamos como a verdaderos enemigos al no
permitir la posibilidad de liberación, avergonzándonos de tener una zona
oscura, no resuelta. Y avergonzarse de nuestras propias heridas y defectos no
es lo mismo que comenzar a destruirnos.
No es nuestra intención agotar ninguno de estos puntos
que aquí mencionamos. Tampoco se trata de hacer un circuito “totalizador”del
comportamiento de las problemáticas urbanas fundamentales concernientes al
promedio del hombre moderno. Pero algunas de estas puntuaciones dan cuenta de
las generalizaciones compartidas por cientos de hombres y mujeres que viven
dormidos.
Muy en lo profundo pero evidente en la superficie
de un río que nos representa en la superficie cómo es nuestro fondo, vemos un
sinnúmero de infatuadas actitudes narcisistas, una débil escala de valores,
sentimientos megalómanos y todas las manifestaciones de vanidad disfrazadas de
víctimas de las circunstancias. Es en nuestro propio interior dónde se forjan y
se alimentan nuestros propios enemigos.
En forma contraria a lo que podría suponerse, el
itinerario que nos propusimos recorrer nos introduce en un sórdido
comportamiento que a todos nos complica, nos implica y nos desagrada como
integrantes de una misma sociedad.
También cabe aclarar otra advertencia en nuestra
metodología de trabajo: es totalmente descriptiva –como ya lo habíamos
anticipado-, y basada en hechos reales, necesariamente, implica volver a ese
lugar de eslabón que es la clínica, puesto que allí, se presentifica tales
comportamientos.
Por lo general todo lo que nos desagrada, lo
transformamos en un posible y feroz enemigo. El problema es serio, pasamos de
la euforia megalómana a la más siniestra depresión. Y cuanto más lo resistimos,
más nos enemistamos con los demás y con nosotros mismos. La enemistad crece de
manera incontrolable ayudada por la repulsa que sentimos hacia los otros.
Hasta el tiempo es nuestro enemigo. Nos molesta
tanto la cultura indígena como los inmigrantes europeos llegados en la primera
mitad del siglo veinte, la voz chillona de los orientales, la manera de caminar
de las damas judías, la mirada de los alemanes, el ruido , el clima húmedo, el
viento seco, el frío del sur, la piel cuarteada de la gente del norte..., todo
nos lleva a estar rodeados de enemigos por todas partes, tanto dentro como
fuera de nuestras fronteras.
Y no es de extrañar que miles de seres humanos y
ciento de naciones pueden ir despertando sentimientos hostiles hacia nuestras
propias reacciones agresivas. Nuestras realidades forman un todo, son como las
hacemos, y si aceptamos esa condición, todas ellas serían amigas y no enemigas.
Pero de nuestra propia naturaleza indomable e infantil surgen las armas que
pretenden destruir lo que su propia naturaleza ha creado.
Y aquí tenemos uno de los pasos que obviamente nos
negamos a recorrer como país: uno de los grandes pasos hacia una libertad es
contemplar y considerar como perfectibles todas las cosas.
No es nuestra intención agotar en este breve trabajo ninguno de los puntos que aquí figuran, tampoco se trata de hacer un simple
reduccionismo, sino de indicar ciertas problemáticas fundamentales atenientes,
ahora al tratamiento de estos temas que nos aquejan.
En todo pueblo hay que distinguir dos elementos:
los agentes exteriores que lo amenazan y el impacto. Un agente externo, poderoso y bélico por
excelencia, golpea a nuestro cuerpo social y si estamos en armonía, nada grave
ni irreparable pasará, las heridas no serán adecuadas al tamaño de la agresión.
Si bien en lo convencional decimos que el impacto es proporcional al estímulo;
también decimos que las consecuencias del impacto dependerán en buena medida
del receptor.
En forma contraria a lo que puede suponerse, el
itinerario a recorrer consistirá por un lado en acercarnos al individuo y sus
propias preocupaciones –reiterémoslo- radicará en la puntuación de algunos
problemas cruciales que atañen a los hombres y mujeres de hoy; y por otro lado
cómo estos problemas se reflejan en lo social.
Por ejemplo, todos nuestros defectos y dolores
aumentan potenciados por un estado de nerviosismo del individuo. Un pueblo
preso del rencor lo es mucho más cuando está disgustado por alguna
circunstancia. Los temperamentos débiles e irascibles bordean constantemente la
locura cuando enfrentan una crisis. En momentos de agudos conflictos, una
sociedad hipersensible, explosiva, convierte en hiel el dulce de leche.
Por consiguiente, los efectos del impacto van a
depender, por consiguiente, no sólo en su propia fuerza, sino en la estructura
donde descargan su potencial y en el estado actual de dicha estructura.
Es importante destacar que el verdadero poder del
impacto no radica tanto de su fuerza como de la debilidad o blandura del
receptor. Porque, es sabido, los agentes externos, impactan en un objetivo en
la medida en que la materia receptora sea blanda, desordenada, irritable ante
la menor brisa.
Ningún misil enemigo, ni aún el arma más violenta
tiene capacidad de herir a quienes se esfuerzan en templar su carácter,
transforman las sombras en luces, serenan el infantil nerviosismo, se
concentran en sus propios objetivos y en sus posibilidades de avanzar hacia
mejores pasturas, en fin, lentamente logra la verdadera paz.
Por este breve pero no tan fácil camino, podemos
concluir que está en nuestras manos la posibilidad de transformar el mal en
bien.
También cabe otra advertencia metodológica: si
aceptamos la fe como algo inherente a todos los seres humanos sean creyentes o
no, lo hemos relacionado con una localización en términos mentales, su
abordaje, necesariamente, implica volver a replantear ese lugar –como cabría
denominarlo, en cuanto hace entrada al mundo de la ciencia-, conformado también
por los otros estatutos mentales, incluida la razón, la conciencia y el tan
estudiados en el último siglo: lo inconsciente.
La primera condición para cambiar es sacudirse,
liberarse de esa confusión anestésica, darse cuenta de cada zona por limpiar,
aceptar y poner manos a las obras.
No se trata de ir por una superficie lisa, sino se
trata de ir atravesando un terreno desconocido muchas veces de manera
oscilante.
Cuando sostengo vanas ilusiones y gasto mucha
energía en ello, todo nos irrita, todo nos agrede, todo nos molesta. Los
edificios son viejos cuando tienen más años que nosotros, hay que eliminarlos
por consiguiente, nada nos permite ver lo hermoso que quedarían una vez
reparados, una vez que descubrimos debajo del polvo los mármoles brillantes que
una vez ilusionaron a otro ser humano. Es nuestro propio optimismo y nuestra
actitud de agradecimiento la que permitirá que nuestros ojos vean en un
descampado lleno de pasto bravo una bonita huerta por construir. Es nuestra
intención en particular las que permiten contemplar a través del prisma del
optimismo y más allá de nuestros descontentos que promueven nuestro eterno
descontento y nuestra permanente irritabilidad. El problema tiene solución y
está en el mismo lugar.
Lo más simple y más complicado es contemplar las
cosas y las personas que componen una sociedad, ver cada lado, el positivo y el
negativo sin juzgar.
Si esos viejos no son beldades, ellos en cambio
realizaron miles de trabajos; tantos,
que una tercera parte de su vida quedó en los productos que otros usaron.
¿Pensamos alguna vez qué sería de nuestra actualidad sin esas manos
maltratadas? ¿Has visto alguna vez dulzura mayor que la sonrisa de un niño? Es
fatuo, vergonzoso, ocultar la belleza que no encaja en la moda cuando todos
somos producto del mismo creador. Cuando caminamos dormidos somos fatuos y solo
vemos en débil brillo del celofán que envuelve y oculta a la vez los
interiores.
Podemos quejarnos todo el tiempo si nuestros ojos
no son bellos, pero jamás escuche agradecer a la vida porque ellos me permiten
ver la creación. Nunca pensamos en cómo nuestros tesoros nos conectan con la
realidad sin pedir demasiado a cambio logran captar toda la compleja gama de la
naturaleza. Pero aún así nos olvidamos de agradecer. Somos una crítica
constante.
Puede ser que nuestros ojos no sean los más bellos;
pero nos conectas con la belleza cumpliendo una función para la cual están
preparados, ellos no pretenden corren una carrera de cien metros, solo hacen
aquello para lo que están dotados.
En nuestro modo de ser, tal vez en estos tiempos
pesen y opriman ciertas tendencias negativas: el rencor, la intolerancia son
algunos de nuestros más fieles representantes. Hasta es posible que nuestros
problemas, sean creados o incrementados por nuestros propios deseos. Pero pocas
veces disponemos de tiempo para pensar en incrementar y hacer crecer nuestras
virtudes.
Ante un fracaso nunca pensamos en cuantas veces
triunfamos una y otra vez. No está aun en nuestros hábitos fijar la mirada en
los puntos de luz. Aunque en muchas ocasiones los otros nos vean como personas
exitosas y tocadas por los duendes de la buena fortuna, en nuestro interior
reina el descontento, el abatimiento porque siempre posamos nuestra mirada en
los puntos oscuros y negativos de nuestra existencia.
En este punto crítico del problema, distinguir cómo
enfrentarlo, cómo caminar y atravesar es un comienzo necesario, ya que el
resultado final nos espera necesariamente con aquello que decidimos después de
dar el primer paso.
Para comenzar a procesar la discriminación que
hacemos a diario entre lo que vemos de los otros y lo que en realidad son;
encontramos un camino directo que es el simple y descriptivo decir diario de
nuestro pueblo. Es que, fuera de duda, los conceptos discriminatorios –si bien
rotulados como delitos, según podemos observar-, tienen un valor de bastión.
Por otra parte, nosotros nos hemos erigidos en defensores de los derechos
humanos, en insignes y democráticos teóricos que cumplen con todas las leyes en
defensa de los más débiles; sin embargo, en privado, en público, en soledad, no
hacemos honor a nuestras teorizaciones.
Como en un espejo vemos que los otros son
impacientes, irritables; pero olvidamos su parte luminosa, su calidad de
servicio, su bondad, y aun, a veces, sus rasgos de verdadero altruismo.
En la sección de cualquier teorizacíón al respecto
vemos cómo, en el seno mismo de la corriente teórica, puede captarse cómo, se
intentaba teorizar de algo distinto que de un punto luminoso en el espíritu de
ese hombre o mujer, se intenta dar lugar a una vulgar fuente de todo sesgo
reparador de algo podrido en el interior humano.
La mayoría de las veces al valorar en modo global y
arbitrario a una persona, con mucha frecuencia sucede que nos fijamos de modo
enfermizo en los aspectos negativos o en los defectos, de modo tal que acabamos
definiendo a esa persona como si ella fuese simplemente ese defecto, así
evaluamos y juzgamos toda su vida a través de ese defecto que lo marca. Y
muchas veces no reparamos que ese defecto se presenta en aisladas ocasiones; y
simplemente colocamos un retrato de ese momento de emergencia y creemos que eso
es lo que el otro es. Montamos así una monstruosa caricatura. Esto lo hacemos
cuando caminamos por la vida dormidos.
De modo similar, muchas veces sucede lo mismos con
nuestra propia historia: un defecto o un fracaso pueden tornarse en el
representante de nuestra propia vida, es así como un defecto o un fracaso
llegan a ser la marca por la cual se nos identifica, dejando bien sentado que
nuestra vida es una calamidad. Esto siempre que caminamos dormidos sucede sin
que podamos evitarlo.
No son los problemas y las frustraciones que nos han conducido a
oscuros abismos los que nos definen. Un error que nos lleva al fracaso
estrepitosamente no puede ser el único producto que nos marque de por vida.
Pero jamás evaluamos positivamente las lecciones aprendidas. Todo contratiempo
puede ser una oportunidad que nos lleva a aprender los aspectos de la vida.
Este es uno de los puntos neurálgicos: tratar de
descubrir el lado positivo de las cosas.
Tornamos vulgar todo acto de bondad.
Efectivamente,-los conceptos de fracaso y de éxito
están siempre relacionados a los mismos conceptos oscuros de la mente humana-,
en nada interviene el espíritu, ni el deseo de superación del hombre. Sin duda,
el mismo Freud, -agnóstico, desde sus mismas palabras-, no había desestimado
estos conceptos; todo lo contrario. No podemos olvidar que él le dio un estatuto
diferente a los procesos inconscientes, no obstante su génesis, no explica
todos los fenómenos y descarta de plano las cuestiones de la fe.
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