San Agustín
Aprender del comportamiento y ejemplo de vida de nuestros santos para generar conductas de amor y servicio.
sábado, 27 de mayo de 2017
sábado, 20 de mayo de 2017
Algunas puntuaciones acerca de la adversidad: II parte
I
Reconocer sucesos adversos
Ahora bien, necesitamos ayudarnos a derrumbara
estas simplificaciones un tanto groseras; y, para apreciar un poco mejor la
temática que intentamos abordar, tomaremos también tres puntuaciones atinentes
a nuestro entender para ayudarnos en nuestro recorrido.
En primer lugar nosotros también somos responsables
de aquello que nos pasa.
Nosotros somos hacedores, somos quienes creamos
aquello que nos pasa. Pero también, por consiguiente, somos prisioneros de
nuestro pasado y también sus beneficiarios. No es difícil relatar que en
cientos de ocasiones nos vemos envueltos en situaciones desfavorables, es más
–hasta muchas personas se acomodan durante largo tiempo en el sillón de las víctimas
sin poder salir de él-,: las injusticias, los escándalos, las descripciones
gratuitas de cómo se supone que somos para los otros levantaron un muro de
estratégicas calumnias y rumores sobre un hecho histórico real, y todo el
sentido de cómo es un individuo y, es más de cómo es un país rodó por el fango.
Todo ese episodio siniestro ya no es posible modificarlo, y sin embargo su
efecto quedó allí en las sombras, anclado en el tiempo y al asecho.
En segundo lugar, rechazamos aquello que en algún
momento nos causó un efecto adverso.
Lo que hicimos ciento de veces es relegar ese
suceso al pasado, en verdad no lo olvidamos pero si lo renegamos (denegación),
ya no existe en un plano evidente (consciente). Pero ese hecho también forma
parte de nuestro bagage, y cualquier hecho nuevo rehace aquella cadena de
rencores, rememorando y recordando aquellos hechos tal como si ocurrieran en el
presente; luego no es difícil entender como la furia y la rabia ganan, como si
todo lo actual fuera transformado por una hoguera infernal, es en ese momento
cuando el pasado retorna en forma de disgusto. Pero es solo un llamado de
atención, somos nosotros como organismo quienes transformamos un acontecimiento
pasado en un disgusto presente.
El disgusto presente si bien es un producto propio,
(un producto mental), y por eso podemos desprendernos de nuestros recuerdos
dolorosos y en ese camino nos proponemos estar.
Esa recusación, implica un rechazo a cierta
concepción de la posición de seres humanos comprometidos con nuestra propia
existencia y con la sociedad a la que pertenecemos. Si porque a la manera de
los pequeños corruptos de nuestra época, una suerte de contagio en cadena
provocaría en nosotros la insistencia irreflexiva y ecolálica de buscar
culpables o bien de desentenderse de quien tuvo la culpa.
Por último implica un compromiso trascendental
caminar despiertos y con las marcas del sufrimiento pero libres de su yugo. La
ideas terapéutica es la de acompañar en el proceso que implica caminar al lado,
junto al ser hablante de una marcha a la par que este hace su obra que es, a la
vez, actual. Por otra parte, en reiteradas ocasiones consiste en enjugar las
lágrimas que, inexorablemente aparecerán como compañeras en el peregrinar
mientras se construye un mejor andar.
sábado, 13 de mayo de 2017
Algunas puntuaciones acerca de la adversidad: I parte
¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: ¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos”. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se alejarán.
Isaías 35,1-6 a.10
Introducción
Pese a sus riesgos –en el sentido de invitar tal
vez a un sesgo un tanto filozofante- el título del punto a tratar da acabada
cuenta del tema que intentaremos desarrollar. Lo peculiar del encabezamiento
del presente capítulo habría quedado compensado si nos hubiésemos confortado al
utilizar subtítulos simples o herméticos, más alusivos a nuestra propuesta
inicial. Pero estas expresiones inevitablemente –y abusivamente crípticas-,
entendemos que, encuentran su plena justificación, en principio, por
encontrarse inscriptas –si bien de un modo lateral o casi marginal- en los
intereses de los individuos que componen nuestro entramado social actual. En
todo caso, lo que podemos reclamar como propia es nuestra libertad a la hora de
subtitular un trabajo destinado a comentar algunos aspectos de lo que –si bien
no descubrimos nos animamos a escribir sobre ello-, aqueja a una sociedad que a
gritos ha dado en denominar a sus sufrimientos de un modo singular.
sábado, 6 de mayo de 2017
La ética y el heroísmo
La ética de lo excepcional y de la retórica del heroísmo tienen como eficaz y
providencial correctivo, no ya la pereza de la costumbre y del conformismo al
cual siempre el hombre moderno se siente inclinado por reacción o por
cansancio, que es asimismo la ética de la posición del “yo” egoísta, aunque sea
en el nivel inferior del “tranquilo vivir” y del mediocre y biológico
“bienestar material, sino la preocupación del sentido de los límites de nuestra
naturaleza, que es tan rica en humanidad espontánea, aun si es humilde y
modesta. Trataremos de derrumbar estas
simplificaciones groseras; para apreciarlo, tomaremos también algunas
puntuaciones atinentes a nuestra temática.
Se trata de
reconquistar, diría, el gusto por las cosas humildes, de las pequeñas cosas en
su naturaleza, sin transformarlas retóricamente en grandes gestos; el sentido
de nuestras necesidades más elementales: el alimento, el sueño, de nuestros
vínculos sociales en su expresión más genuina, el trabajo cotidiano, la
familia, la amistad, la vecindad, con
fervor de participación y no por aceptación pasiva: el gusto de lo cotidiano,
de aquello que cada día nos hace falta, que viene a nuestro encuentro para
sostenernos, ayudarnos, que cada día es nuestro, siempre el mismo y siempre
nuevo, reconquistado con la sinceridad, la humildad, la poesía, diaria, con la
cual en la Oración se dice: “danos hoy nuestro pan cotidiano”. Es distinto lo
diario, lo que mecánicamente se repite todos los días, por costumbre, que se
hace de mala gana, como algo que nos es impuesto por la necesidad, por la
rutina.
El trabajo
(lo mismo que la convivencia en familia, etc.) se torna diario cuando cesa de
ser “cotidiano”, es decir, cuando ya no lo sentimos venir a nuestro encuentro
cada mañana para satisfacer una íntima aspiración nuestra, sino que nos pesa
como una necesidad, se repite por costumbre y sin participación. Nuestra
jornada es realmente sólo nuestra en aquellos momentos felices en que lo
“diario” es rescatado por lo “cotidiano”: entonces nos libramos de la retórica
de la costumbre y de la de lo excepcional, dos modos opuestos de vivir
parodiando a la vida.
Esa
recusación de lo que está hecho “por costumbre, lo que implica un rechazo a cierta
concepción de “un nuevo encuentro”, pues, en el momento mismo en que adquirimos
conciencia de esta nuestra humanidad profunda nos convencemos que nos sienta
bien, que si no comporta grandes gestos expresa –en compensación-, humilde y
recatadamente, grandes sentimientos, que nada tienen de espectacular, siendo
como son reacios a “descollar”. Hay una “virginalidad” del espíritu que posee
tanta “originalidad” y potencia creadora como para penetrar, sin gestos
heroicos, más allá de toda costumbre y de todo espesor y opacidad de
conformismos exteriores, hasta el punto de hallar, intacta e inmaculada, la
fuerza de ver cada vez las cosas como si fuese la primera.
Es el sentido
del amor, el sentido de lo cotidiano, vemos la “cotidianeidad” es el amor: es ver
siempre lo ya visto con nuevos ojos y enriquecerlo, enriqueciéndose, con nuevos
sentidos, insospechados, descubriéndolo en la plenitud de su ser y de su
verdad. Quedó en algún momento una marca, tan sólo cabe, a partir de allí,
seguirla ciegamente. El sentido nuevo de hoy forma síntesis con los precedentes
porque el acto espiritual no es serie y sucesión de momentos aislados y
mecánicamente sumados, sino que contiene todos los precedentes, distintos y sin
embargo unidos en el momento del hoy, del mismo modo que el mañana
contiene el hoy. No olvidemos que el más elemental de los sentimientos humanos,
así como la ínfima y la más simple de las cosas, contienen sentidos y
significaciones infinitos. No ya la repetición diaria, en la vida espiritual,
sino la presencia cotidiana: el hoy revela un sentido nuevo de aquello que
tantas veces ha sido visto y que mañana será nuevamente descubierto en una
significación que se nos había escapado. Lo infinito nos envuelve, una imagen
de lo infinito está en todas las cosas y en nosotros mismos; y en lo infinito
nos descubrimos y nos volvemos a descubrir, siempre: es la faena jocosa del ojo
del amor.
Sólo el sentido de lo cotidiano está
basado en la conquista del ser y de la verdad de nosotros y de las cosas. El
instante espiritual es único cada vez. Es un instante que dura.
Ya no es un instante que pasa, es un
“instante” que dura.
Se trata no ya de “evadirse” del hombre,
de los límites de lo humano; las dos opuestas retóricas de la costumbre y de lo
excepcional son dos formas de evasión, una “por encima” y la otra “por debajo” del
hombre y, por lo tanto, la una y la otra son pérdida de la regla y del orden
humano. El deber del hombre, de todo hombre, es excepcional, mas no lo es la
medida con que puede realizarlo, en razón de que cada medida es humana y
limitada respecto de la tarea que ha de realizarse. La única manera de amar
realmente al prójimo es reconciliándonos con nosotros mismos. Más, precisamente
por esto, con tal de que el fin último permanezca actuación del orden integral
humano, también las cosas más humildes pueden ser expresiones de sublime
bondad. Justamente a través de la “cotidianidad” una corriente nueva de vida
espiritual penetra las razones más profundas del ser nuestro y del ajeno, rompe
la costra de la rutina, de lo excepcional, y ata nuevamente el hilo de la vida
a su esencialidad, lleva de nuevo el espíritu a su surgente, y transforma la
caricatura del hombre “héroe”, al igual que el ritmo mecánico de los días
repetidos, en un canto y una música “cotidiana”, siempre nuevos y renovados.
No se trata de salir de nosotros mismos,
de evadir del hombre, de sus miserias de sus necesidades diarias, sino
solamente de saber permanecer y vivir en él. Éste es el verdadero heroísmo.
La moral es normativa -como lo es toda
otra forma de actividad espiritual- y, por lo tanto, reconoce como heroico
solamente al heroísmo de quien sabe vivir permaneciendo en la norma, es decir,
de quien sabe ser hombre de acuerdo con toda la humanidad que le compete: nada
más, nada menos.
Héroe moral es aquel cuya moralidad,
cuya vida adecua toda la moral la norma. El hombre contemporáneo ha perdido
casi por completo el sentido de este orden moral: o se pone “por debajo” de lo
humano sub-humano e infra-humano, quiere trascender a costa de denigrarse por completo o por
encima súper-humano y, por consiguiente, ya no posee el sentido “humanista” de
la vida.
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