I
Reconocer sucesos adversos
Ahora bien, necesitamos ayudarnos a derrumbara
estas simplificaciones un tanto groseras; y, para apreciar un poco mejor la
temática que intentamos abordar, tomaremos también tres puntuaciones atinentes
a nuestro entender para ayudarnos en nuestro recorrido.
En primer lugar nosotros también somos responsables
de aquello que nos pasa.
Nosotros somos hacedores, somos quienes creamos
aquello que nos pasa. Pero también, por consiguiente, somos prisioneros de
nuestro pasado y también sus beneficiarios. No es difícil relatar que en
cientos de ocasiones nos vemos envueltos en situaciones desfavorables, es más
–hasta muchas personas se acomodan durante largo tiempo en el sillón de las víctimas
sin poder salir de él-,: las injusticias, los escándalos, las descripciones
gratuitas de cómo se supone que somos para los otros levantaron un muro de
estratégicas calumnias y rumores sobre un hecho histórico real, y todo el
sentido de cómo es un individuo y, es más de cómo es un país rodó por el fango.
Todo ese episodio siniestro ya no es posible modificarlo, y sin embargo su
efecto quedó allí en las sombras, anclado en el tiempo y al asecho.
En segundo lugar, rechazamos aquello que en algún
momento nos causó un efecto adverso.
Lo que hicimos ciento de veces es relegar ese
suceso al pasado, en verdad no lo olvidamos pero si lo renegamos (denegación),
ya no existe en un plano evidente (consciente). Pero ese hecho también forma
parte de nuestro bagage, y cualquier hecho nuevo rehace aquella cadena de
rencores, rememorando y recordando aquellos hechos tal como si ocurrieran en el
presente; luego no es difícil entender como la furia y la rabia ganan, como si
todo lo actual fuera transformado por una hoguera infernal, es en ese momento
cuando el pasado retorna en forma de disgusto. Pero es solo un llamado de
atención, somos nosotros como organismo quienes transformamos un acontecimiento
pasado en un disgusto presente.
El disgusto presente si bien es un producto propio,
(un producto mental), y por eso podemos desprendernos de nuestros recuerdos
dolorosos y en ese camino nos proponemos estar.
Esa recusación, implica un rechazo a cierta
concepción de la posición de seres humanos comprometidos con nuestra propia
existencia y con la sociedad a la que pertenecemos. Si porque a la manera de
los pequeños corruptos de nuestra época, una suerte de contagio en cadena
provocaría en nosotros la insistencia irreflexiva y ecolálica de buscar
culpables o bien de desentenderse de quien tuvo la culpa.
Por último implica un compromiso trascendental
caminar despiertos y con las marcas del sufrimiento pero libres de su yugo. La
ideas terapéutica es la de acompañar en el proceso que implica caminar al lado,
junto al ser hablante de una marcha a la par que este hace su obra que es, a la
vez, actual. Por otra parte, en reiteradas ocasiones consiste en enjugar las
lágrimas que, inexorablemente aparecerán como compañeras en el peregrinar
mientras se construye un mejor andar.
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