San
Agustín
Camino
hacia la conversión
Preguntas eternas acerca de la felicidad y cómo
llegar a ella nos abruman constantemente. ¿Cuántas veces nos desviamos
debido a falsos senderos: lecturas nocivas, sectas peligrosas, falsos ídolos,
vicios, cansancio y resignación? Convertirse es
comprometerse con Cristo con nuestra propia santidad, y la dimensión social de
evangelización. ¿Pero bien es esto lo que queremos? ¿Queremos estar
auténticamente comprometidos con Cristo?
¿Qué podemos aprender de Agustín en su camino hacia la conversión, cómo
aprendió a distinguir entre los artilugios de su mente y la iluminación de
la mente por medio de los ojos del alma cuando por fin decidió dejar todo en
manos del Creador? Hoy nos proponemos buscar a la manera de Agustín.
La búsqueda de la felicidad y de la verdad no
siempre es un camino facil. Agustín bien nos describe en sus Confesiones que no
conseguía llenar el vacío que era lo único que sentía en el alma. Su meta
inalcanzable era la búsqueda de aquello que llamamos felicidad.
Su madre, Mónica, desde siempre supo que él
mediante la búsqueda del conocimiento encontraría a Dios.
Un tiempo antes de su conversión en medio de su
incertidumbre y desconcierto, Agustín leyó el texto “Enéadas” del
filósofo Plotino, (234-305) esta
lectura lo relanzó hacia la esperanza y lomliberó de la concepción materialista
de Dios y, junto a la lectura de otros grandes textos de autores
neoplatónicos pudo concebir a Dios como un ser absoluto, verdad eterna.
Sintió que era invitado por aquellos escritos que
lo intimaban a retornar hacia su propia intimidad guiado por el Creador, leyó
con los ojos del alma, fue más allá de la mente, de la inteligencia humana.
Comprendió que todas las obras del Creador eran buenas.
Algunas reflexiones de Agustín:
Amonestado por aquellos escritos que me intimaban a
retornar a mí mismo, penetré en mi intimidad guiado por Tí. Lo pude hacer
porque Tú me prestaste apoyo. Entré y vi con el ojo de mi alma, tal cual es,
sobre el ojo mismo de mi alma, sobre mi inteligencia, una luz inmutable. No
esta luz vulgar y visible a todo ser creado, ni algo por el estilo. Era una luz
de potencia superior; como sería la luz ordinaria si brillara mucho y con mayor
claridad y llenara todo el universo con su esplendor. Nada de esto era la luz,
sino algo muy distinto, algo muy diferente a todas las luces de este mundo.
Tampoco se hallaba sobre mi mente como está el
aceite sobre el agua, ni como el cielo está sobre la tierra. Estaba encima de
mí, por ser creadora mía y yo estaba debajo por ser creación suya. Quien conoce
la verdad, conoce la eternidad.
¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y amada
eternidad! Tú eres mi Dios. Por Ti suspiro día y noche. Cuando te conocí por
vez primera, Tú me acogiste para que viera que había algo que ver y que yo no
estaba aún capacitado para ver: volviste a lanzar destellos y a lanzarlos
contra la debilidad de mis ojos, dirigiste tus rayos con fuerza sobre mí, y
sentí un escalofrío de amor y de terror: me vi lejos de Ti, en la región de la desemejanza,
donde me pereció oír tu voz que venía desde el cielo: “Yo soy manjar de
adultos. Crece y me comerás. Pero no me transformarás en ti como asimilas
corporalmente la comida sino que tú te transformarás en Mí.”
Entonces caí en la cuenta de que Tú has aleccionado
al hombre sirviéndote de su maldad. Tú hiciste que mi alma se secara como una
tela de araña. Y yo me pregunté: ¿Acaso la verdad carece de entidad al no estar
extendida en el espacio, sea finito o infinito? Y Tú me respondiste desde
lejos: Al contrario. “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).
Estas palabras la oí como se oye dentro del
corazón. Ya no había motivos para dudar. Me sentía mucho más fácil dudar de mi
propia vida que de la existencia de aquella verdad que se hace visible a la
inteligencia a través de las cosas creadas.”[1]
Y el terreno estaba preparado para la conversión.
En un pequeño huerto, símbolo del universo todo y de
la grandeza del Creador, allí se rindió el corazón del inquieto Agustín quien
combatía incansable consigo mismo.
¿Cuántas veces nosotros combatimos contra nosotros
mismos o contra molinos e viento siendo tan ignorantes de la divinidad como lo
era el grn Agustín?
Pero en aquel huerto todo cambió y la historia de
su conversión también nos habla de nuestra propia historia.
[1] CONF. 7, 9-10
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en esta página.