viernes, 21 de agosto de 2015

Revitalización: una llamada para todos los cristianos


Revitalización

En los próximos días comienza la semana agustiniana. Todos recordamos a ese gran santo y doctor de la Iglesia que fue San Agustín. 
En estas líneas queremos expresar nuestra inquietud por el proceso de nueva Evangelización y en especial de revitalización que se está llevando a cabo en la Iglesia.


 «Soy plenamente consciente y no tengo la menor duda de que te amo, Señor. Has herido mi   corazón con tu palabra y te he amado. Pero también el cielo y la tierra y cuanto hay en ellos me andan diciendo desde todas partes que te ame. Y no cesan de decírselo a todos, para que no tengan excusa posible (Rom 1, 20)»

Los cambios culturales que vivimos precisan de nuestra audacia, sacrificio y en especial de nuestra pasión, es lo que la Iglesia espera hoy de nosotros todos, y nos piden reafirmar el compromiso de la familia agustino recoleta en el proceso de revitalización y así, dar respuesta  a la llamada de la Iglesia a la Nueva Evangelización. No debemos perder de vista que la revitalización ya desde su significado simple desde el diccionario: es la “acción de dar a algo nueva energía o actividad, especialmente después de un período de deterioro o inactividad”[1]
Este proceso de revitalización implica desde nuestro entender varios desafíos: en primer lugar nos pide aceptar diversos  retos para llevar adelante el proceso de revitalización: nos conduce a reorganizar nuestra vida personal y comunitaria,  y,  por otro lado superar las dificultades del proceso.


1) Los desafíos para la Revitalización:

Para llevar adelante este proceso de Revitalización hay aceptar los impulsos de la Gracia, hacer carne en nuestra propia existencia el misterio de Cristo en nosotros haciendo de la oración nuestra herramienta preciada, dejando de lado aquellos miedos que nos atan a una existencia inauténtica, ya que,  el Espíritu Santo construye y se comunica en la Iglesia. Por eso al hablar de los métodos más eficaces para la Revitalización y la Nueva Evangelización destacamos que todos ellos se tornan ineficaces si no están “fundados en la oración”. Ya el mismo Jesús nos dejó este ejemplo: predicaba y oraba constantemente.
  Tal como nos propone el trienio, tenemos que: ser testigos de la inclusión de los “dos tiempos” en uno. El tiempo es siempre único, el de la historia. Pero la historia adquiere, en virtud de la resurrección del Señor, una dimensión nueva: la de ser tiempo de gracia, tiempo de trascendencia, esta realidad que se actualiza hoy en aquellos que encarnan en su propia existencia el misterio de Cristo.
Esta doble propuesta lo postularemos desde los siguientes báculos a saber:


-asumir nuestra renovación espiritual personal desde la identidad carismática

- el encuentro con Jesucristo y la experiencia de la fe,

-compartir con nuestros hermanos la propia espiritualidad

La propuesta es pensar y meditar acerca de nuestra identidad carismática para cumplir mejor con nuestra misión, no perdemos de vista que es Cristo la piedra angular, ya las palabras de San Agustín nos ilumina al respecto: “somos piedras vivas, trabajadas por la fe, asentadas por la esperanza, ensambladas por la caridad. Nuestro fundamento es Cristo, y él es también la piedra angular. Es fundamento porque nos sostiene. Es piedra angular, porque nos compagina” (San Agustín en Sermón 377, 1ss).
Es fundamental permanecer en la fidelidad al carisma, lo cual implica  un acto de fe. Permitir que otros gocen de la experiencia de familia en la fe y familia de fe que compartimos todos, que aquellos que están alejados puedan primero observar este elemento esencial y puedan llegar a sentirse “en casa”. Enfrentamos en el proceso de revitalización,  de renovación de estructuras, que nos piden conversión  y la expresión de una vida de fe que comprometa  toda nuestra vida vivir un verdadero encuentro con Cristo y manifestarnos como personas comprometidas con el Señor cuya razón de ser  se vislumbra desde la configuración con Él.


Es importante recordar aquel pedido que surgió en el Capítulo General donde se ha pedido que se elabore un Itinerario Formativo que facilite a los seglares el seguimiento de Cristo según nuestro carisma y un itinerario de formación permanente. En el cual se busca promover transformación, conversión, y no mera asimilación de contenidos o estrategias de autorrealización, volvemos a insistir que la revitalización empieza por cada uno de nosotros mismos y la nueva evangelización por consiguiente nos pide evangelizarnos primero. 

Se nos pide una revitalización para una nueva evangelización, es decir volver a mirar nuestros  orígenes y orientar conscientemente el presente hacia el futuro, ver aquello que no está funcionando en nuestra vida y en nuestras comunidades pero para hacerlo es necesario la conversión personal, dejarnos llenar del Espíritu de Dios, que es lo fundante. De ahí que revitalización es reconocernos como testigos de Jesús. Todo nuestro proyecto de vida sea el personal o el debería estar dirigido a confesar la fe profesada por Pedro y por la Iglesia (Mt 16,13-20) “Tú eres  el  Cristo, el Hijo de Dios vivo. Cabe recordar que la fecundidad de la misión paulina dependió no de la prudencia pastoral o del fruto de su retórica, por el contrario, dependió del sufrimiento de su unión a la pasión de Cristo (Cor 2, 1-5).

San Agustín lo dice de la siguiente manera:"Apacienta mis ovejas, es decir, sufre por mis ovejas" (Sermón 32: PL 2, 640). 
Cuando hablamos de existencia inauténtica, es renunciar a nuestro propio yo, tal como Cristo lo dijo: “Quien pierda su vida por mi y por el  Evangelio, la salvará” (Mc 8, 35).


2) Las dificultades del proceso de revitalización.

En todo proceso hay desafíos y dificultades, lo importante es salir  del desencanto y del pesimismo. Se nos invita a seguir en fidelidad, confesar a Cristo en un mundo real, saliendo de nuestra superficialidad,  para llegar a ser seguidores fieles del Señor.
“¿Quién está más enfermo: el que se siente molesto con su enfermedad y llama al doctor, o el que se empeña en negar su enfermedad y ni siquiera se toma la molestia de llamarlo?” (San Agustín en Sermón 175, 2, 2). En otros tiempos y culturas homogéneas era posible reconocer un tejido cultural ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, no sucede así hoy en día con los abruptos cambios culturales y  una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas lo que nos lleva a pensar que nuestros propias dificultades y ambiciones complican en gran medida el camino de nuestra conversión y sin  olvidar también que las dificultades del camino, que no son pocas, pueden embotar nuestro espíritu.

Ya nuestro padre San Agustín nos advierte acerca de las aspiraciones y las penurias de nuestra vida vistas a la luz de las Escrituras:

«Son muchas las cosas a las que aspira mi corazón, dentro de la penuria actual de mi vida, sacudido por las palabras de tu Santa Escritura. Ocurre, de ordinario, que la insuficiencia de la comprensión humana suele ser abundante en palabras, ya que la búsqueda es más parlanchina que el hallazgo, la demanda es mucho más larga que la consecución y más se fatiga la mano en llamar a la puerta que en recibir» [2]

«Cuando oramos a Dios, ya con la boca, cuando sea necesario, ya en silencio, siempre ha de clamarse con el corazón. El clamor del corazón es un pensamiento vehemente que, cuando se da en la oración, expresa el gran afecto del que ora y pide, de suerte que no desconfía de conseguir lo que pide. Se clama con todo el corazón cuando no se distrae en alguna otra cosa» [3]

La invitación de San Agustín es un convite a abandonar la dispersión en cuestiones impropias y centrarnos en nuestra interioridad, compartiendo este recorrido revitalizante con los otros de manera comunitaria, no solamente  formándonos de modo permanente, para provocar una verdadera transformación y conversión.

Decimos pues, que la revitalización comienza por nosotros mismos, y ésta es una de las formas de hacerlo.  San Agustín fue capaz, desde la gracia, de responder al “toma y lee” nos propone que escuchemos la voz de Dios, para ello de  nada valen, pues, las posturas cómodas ni el ser meros espectadores ni tampoco los lamentos ante un posible futuro lúgubre. Muchas veces por propia comodidad olvidamos que “la fe que actúa por el amor”  (Gál



[1] Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. 2007 Larousse Editorial, S.L.

[2]  Confesiones XII, 1, 1, p. 415.



[3] Enarraciones 118, XXIX, 1, T. XXII, pp. 181-183.

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