Aprender del comportamiento y ejemplo de vida de nuestros santos para generar conductas de amor y servicio.
sábado, 17 de marzo de 2018
sábado, 10 de marzo de 2018
La salvación: segunda parte
Nuevas quimeras
La necesidad de obtener algo de tranquilidad mental
es un viejo tema que preocupó a la humanidad desde todos los tiempos, es lo que
nos lleva a colocar, en la propuesta actual, nuestro principal objetivo: el
preocupante tema de la tranquilidad
mental es un estado en el que el hombre deja de referirse y agarrarse a esa
imagen ilusoria, se ha convertido en estos días en un vasto comercio a la hora
de vender miles de horas de televisión,
cintas de vídeos, nuevos tratamientos –de origen convencional para la ciencia formal o de terapias alternativas-, de esos
tratamientos podemos partir para verificar que la lista es otra cosa que un
recuento heterogéneo y sin rigor; pero todos ellos con la firme promesa de
alcanzar la tan mentada tranquilidad mental. Para estas nuevas terapias el yo,
es solo una ilusión. La liberación consiste en vaciarse de si mismo, en
extinguir la llama que aqueja al hombre, en despertar y tomar conciencia de que
simplemente abrazamos a una sombra cuando nos aferramos tan apasionadamente al
“yo”. Sí bien, es necesario despertar de este engaño; de suponer que el yo todo
lo puede, otra cosa es pensar que el yo no existe, en suponer que es irreal.
La tarea de la liberación, para estas terapias,
consiste, pues, en ejercitarse intensamente en la practica del vacío mental,
para convencerse experimentalmente de que el supuesto Yo” no existía, ni
existió nunca.
El peso de la consideración del sufrimiento como
verdaderamente real, merece un tratamiento detallado, en el cual es posible
recurrir a un pequeño rodeo al hablar del origen de todo dolor. Aquí insistimos
que, en estas teorías así como el origen de todo dolor, entra en el error de
considerar la imagen del yo como entidad real, la liberación del sufrimiento consiste
en salir de ese error. Por consiguiente, extinguido el Yo, se apagan las
emociones, los temores, los deseos, las ansiedades, las angustias, y nace una
gran serenidad. Muerto el Yo nace la libertad.
Para las terapias fundadas bajo la luz de las
doctrinas Cristianas, estos programas son equivalentes a los Principios
Evangélicos: : “negarse a sí mismos”, para vivir hay que morir, como el grano
de trigo: el que odia su vida la ganará. Pero para esto hay un precio que
pagar: ejercitarse en la práctica del vacío mental, es una de ellas.
Este tipo de enfoque posee –como los restantes-, un
recorrido riguroso, lo que se verifica tanto en su discurrir expositivo como en
su concatenación en dos momentos claves. En primer lugar, quien se ha vaciado
de sí mismo decimos, que es un sabio. Así, que en este último sentido, cabe
recordar que si logramos vaciarnos por completo volveríamos a la infancia de la
humanidad. Por otra parte, para aquel verdaderamente desposeído, el ridículo no
existe; vivir es soñar, nunca el temor llamará a su puerta; nada le asusta, ni
las emergencias. Su lenguaje desconoce los adjetivos posesivos y los verbos
“poseer”, “pertenecer”, que son fuente de fricciones constantes. En segundo
lugar, sabemos que en el interior del hombre habita el dolor. Por otra parte,
no es necesario huir, sabemos como aplacar el dolor, sabemos cómo se apaga el
incendio.
El hombre que ha visto cómo el temor surge de la
pasión sabe que la tranquilidad de la mente se adquiere apagando la pasión, lo
que obliga a tomar en consideración estos datos para advertir que los temas que
van surgiendo no lo hacen al azar. Basta despertar, y tomar conciencia del error.
Lo importante es detener la actividad de la
conciencia ordinaria, porque ella es una actividad centrada en el “yo”.
Por lo general, cuando la mente actúa, lo hace
necesariamente alentado y engendrado el “yo” egoísta; el cual, a su vez,
extiende sus brazos apropiadores, llenos de deseo de poder, de poseer, de ser
de gloria, y paga el precio de este acto con temores y sobresaltos.
Quienes sostienen que el vacío de la mente instala
al hombre en un mundo nuevo, en el mundo de la realidad última, -y hay quienes
la practican seriamente-, pretenden que aparece algo diverso del mundo de las apariencias en que
normalmente nos movemos. El que ama su vida, la perderá; el que la odia, la
ganará. Tal como reza en las Escrituras.
Reparamos en
particular, manifestado bajo el aspecto más usual, que nada desde fuera,
nada desde dentro logra remecer la serenidad del sabio, que a menudo se nos
ofrece en la vida. Al igual que una terrible tormenta tropical deja mojado pero
inmutable a los acantilados, así, del mismo modo, los disgustos dejan
impasible, al hombre sabio. No se trata de un proceso mágico sino lógico en su
pensar y en su sentir. Simplemente, de esta manera, él se sitúa más allá de los
vaivenes de las emociones y de las pasiones. Ni siquiera alude a esa otra
variante que es conocida como los “delirios del yo”,-el cual no es privativo
del sabio-, pues una vez eliminado el “yo”, el sabio adquiere plena presencia
de sí, y va controlando cuanto ejecuta en su diario hacer. Bajo estas
condiciones, ya aceptada por lo general, el sujeto sabio, se encuentra libre de
los artilugios del yo y, por este sincero y espontáneo abandono de sí mismo y
de sus cosas, el verdadero sabio, una vez libre de todas las ataduras
apropiadoras del “yo”, se lanza sin impedimento en el seno profundo de la
libertad, de este modo se presenta como si estuviese guiado por dictados, que
implican –y eso una vez que experimentó el vacío mental-, reiteramos, por eso,
una vez que ha conseguido experimentar el vacío mental, el sabio llega a vivir
libre de todo temor y permanece en la estabilidad de quien está más allá de
todo cambio.
Entonces cabe decir que, así, el pobre y desposeído, al sentirse desligado
de sí mismo, va entrando lentamente en las aguas tibias de la serenidad, opera
aquí la humildad, la objetividad, la benignidad, la compasión y la paz. En
sentido amplio, puede observarse que, nos encontramos ya en el corazón de las
Bienaventuranzas.
En cambio, en el hombre artificial, esto es, el que
está sometido a la tiranía del “yo”, está siempre vuelto hacia fuera, como
postración singular, permite sacar a la luz esta estructura fundamental de su
propio interior que obra en un territorio vasto y pretende de modo obsesionado
por quedar bien, por causar buena impresión, preocupado por el “que piensan de
mí”, “qué dicen de mí” ocupar un territorio más amplio aún; y, al vaivén de los
avatares, sufre, teme, se estremece. La manera aguda de su comportamiento
atraen grandes cataclismos interiores. La vanidad y el egoísmo atan al hombre a
la existencia dolorosa, haciéndolo esclavo de los caprichos del “yo”.
Por el contrario, el hombre sabio, nos permite
entender de qué forma un sujeto puede ir construyendo las condiciones para
hacer efectivo un cambio, el sabio es un
ser esencialmente vuelto hacia adentro: como ya se libró de la obsesión de la
imagen, porque se convenció de que el “yo” no existe, le tiene absolutamente
sin cuidado todo lo que se piense o se diga en referencia a un “yo” que él sabe
que no existe; vive desconectado de las preocupaciones artificiales, en una
gozosa interioridad, silencioso, profundo y fecundo. Vayamos Ahora a otra
postración convergente de la vida y el sentir de un hombre sabio: el hombre
sabio ciertamente se mueve en el mundo de las cosas y de los acontecimientos
históricos, pero su morada está en el reino de la serenidad.
El sujeto sabio puede desarrolla actividades
exteriores como cualquier otro, pero su intimidad está instalada en aquel fondo
inmutable que, sin posibilidad de cambio, da origen a toda su actividad.
Ahora bien,
el problema que queremos acotar no reside en las cualidades del sabio antes
mencionadas, sino más bien en su capacidad de evitar la cólera.
Sin duda un antiguo dicho refiere que la cobra
podría inyectarle su veneno, pero el sabio no tendría fiebre, -sin duda estamos
haciendo referencia a la cólera-, sabemos ahora que la cólera no puede atacar a
un hombre sabio. Punto harto excepcional, sin duda, y no por algo
intrínsecamente irrealizable, sino porque para el sabio es imposible que la
cólera lo ataque, pues sus fuentes profundas están purificadas, y el agua que
brota desde ellas no puede menos de ser pura. Sin poder mundano ni propiedades,
el sabio hace el camino mirándolo todo con ternura y tratando a todas las criaturas
con respeto y veneración. La túnica que lo envuelve es la paciencia, y sus
aguas nunca serán agitadas.
En este contexto el sabio no tiene nada que
defender; a nadie amenaza y por nadie se siente amenazado; por eso cuenta con
la amistad de todos. Armas ¿para qué? No las necesita ¿Desde qué trincheras lo
pueden amenazar?
No, definitivamente, el verdadero sabio no puede
ser picado por la cobra de la cólera.
sábado, 3 de marzo de 2018
La salvación: primera parte
La sabiduría edificó su casa, talló sus siete
columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella
envió a sus servidores a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: “El
que sea incauto, que venga aquí”. Y al falto de entendimiento le dice: “Vengan,
coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé,. Abandonen la ingenuidad, y
vivirán y sigan derecho
por el camino de la inteligencia”.
Proverbios 9, 1-6
Para posicionarnos en el contexto teórico exacto,
me permito recordar algunas puntuaciones.
En primer lugar, como hemos dicho, al referirnos a
la palabra SALVARSE no nos referimos de modo alguno a un sentido religioso, en
especial cristiano, por la cual Dios libra al hombre del pecado y de la muerte,
acto de salvación que nos llevará a la gloria eterna. Antes de proseguir,
entendemos SALVARSE en su sentido vulgar.
En segundo lugar, pensando que la (neurosis) de la mayoría de la gente es
productora de debilidad y seca su voluntad (fe) para transferirnos el
sufrimiento en fuente de paz, prescindimos de los “presupuestos de Fe y acudiremos
a los medios humanos para suprimir el sufrimiento”. No obstante, podemos
advertir que el plan terapéutico que estamos presentando es, netamente
espiritual (cristiano), por incluir su carácter liberador.
En tercer lugar, nuevamente enunciamos otro concepto
expresado con anterioridad: de modo alguno estamos propiciando un hedonismo
egocéntrico: liberarte al hombre del sufrimiento humano para convertirlo en un
ser feliz. Ciertamente, ése ya es un plan tan ambicioso y extendido en el
tiempo, y, de hecho, ése es el objetivo de todas las ciencias y de todas las
culturas. Pero, en nuestro caso, nuestra posición en trascender ese objetivo:
Nuestra búsqueda y objetivo es reparar las condiciones que propician que el
hombre sea capaz de amar.
En cuarto lugar, en las siguientes líneas, nos
referiremos al hombre al que se dio en llamar, hombre sabio.
Sálvese quien pueda
Muchas técnicas actuales nos proponen en termino
generales ejercicios de vaciar la mente que incluyen los siguientes parámetros:
La primera propuesta es buscar un lugar tranquilo y luego adoptar una posición
cómoda en donde el tronco y la cabeza deben permanecer en posición erecta y de
ser posible las manos sobre las rodillas con las palmas mirando al cielo, con
los ojos abiertos pero relajados, mirar un punto al frente a una distancia
menor a un metro. Luego con el cuerpo bien relajado comenzaremos a sentir el
equilibrio.
Luego nos concentramos en la respiración y si es
posible hacemos la respiración abdominal. Toda técnica de respiración nos recuerda
que esta consta de inhalación (absorber aire) y exhalación (expulsar aire)
respiramos suavemente varias veces. Sentimos que todo nuestro ser se relaja que
nuestro cerebro queda vacío. Lo indispensable es retener la sensación de vacío
mental durante la mayor cantidad de tiempo posible.
Si bien al comienzo, la mente niega vaciarse y las
imágenes nos acompañan, es este un proceso normal. No debemos expulsar por
fuerza esas ideas, simplemente no prestamos atención y las dejamos partir.
Cuando conseguimos llegar a esa sedante serenidad, en todo el ser, allí
encontraremos un descanso profundo.
Estos ejercicios se recomiendan hacer
aproximadamente unos diez minutos al levantarse y antes de acostarse. También
es importante hacerlo ante estados de tensión o cansancio.
Siempre nos aseguran que, como todo ejercicio, el
secreto del éxito se basa en la práctica tenaz, en la perseverancia, en la
“repetición” y el la paciencia. Cada paso nos permite un avance. La clave del
éxito esta en la repetición que no lleva a mejorar constantemente. De modo “mágico”
veremos disminuir los pensamientos de tortura, la ansiedad desaparece y nuestro
sueño mejora notablemente. Pero en nuestro breve recorrido queremos
preguntarnos ¿a donde nos dirigimos al lograr este vacío?
La infatuación (el fuego que nos consume):
Es necesario aunque podamos ser tildados de
pueriles distinguir el yo y diferenciarlo de la persona.
Si bien definimos a la persona “es una realidad
conjunta y un conjunto de realidades que posee una constitución fisiológica,
intelectual, un bagaje instintivo etc.” conjunto que esta regido y compenetrado
por la conciencia que a modo de señor feudal integra toda y cada una de esas
partes integrando de este modo al individuo.
Sabemos que la conciencia, adquiere y proyecta para
sí misma una imagen de la persona (basada en el otro). “Naturalmente, una cosa
es lo que la persona es, y a eso lo llamamos realidad, y otra cosa la imagen
que yo me formo de esa realidad. Si la realidad y la imagen se identifican,
estamos en la sabiduría u objetividad”.
Pero, por lo general existe un distanciamiento de
la apreciación objetiva de sí mismo en un doble sentido: en primer lugar la conciencia
rechaza su realidad y en segundo lugar, adquiere el complejo de omnipotencia:
sueña y desea ser omnipotente. De este deseo pasa (neuróticamente) de manera
insensible a tener una imagen ilusoria inflada e infatuada que muchos denominan
“yo” (neurosis).
En otro momento confundimos e identificamos lo que
soy con lo que quisiera ser (o imagino ser) “y en el proceso general de
falsificación, en este momento, el hombre se adhiere emocionalmente y a veces
morbosamente, a esa imagen auroleada e ilusoria de sí mismo, en una completa
simbiosis mental entre la persona y la imagen.
Resumiendo, el yo es una ilusión. Es una maraña
concéntrica tejida, una trama tejida de deseos, temores, ansiedades y
obsesiones. Es un centro al cual adosamos, agregamos, atribuimos todas nuestras
vivencias, tanto sean las sensaciones recuerdos, ambiciones, proyectos.
El yo nace y crece y se alimenta con los deseos y,
a la vez los engendra. (Tal como el aceite alimenta la llama de la lámpara).
El yo tiene mil rostros, cambia constantemente como
suben y bajan las olas, en mudable como la luna, puede mostrar una cara alegre,
luego ensombrecida, festiva, oscura. Podemos hablar de una serie de yoes que se
suceden unos a otros. El yo es tan solo un proceso de destrucción y de
construcción. Es una ilusión imaginaria.
Pero esta ficción llamada “yo”, nos seduce y nos
obliga a adherirnos a ella con todos los deseos. El yo no es nuestra esencia,
sino pasión encendida por los deseos por los temores y ansiedades, en
definitiva: una mentira.
La MENTIRA, tan humana como la canallada es la
madre de todos los males.
La mentira nos obliga a someternos a ella. Aquello
que nos provoca tristeza y desanimo nos minan y corroen. Nos afanamos sin pausa
por agregar un poco más de brillo a nuestra apariencia. Pasamos de la sartén a
las brasas, en una danza enloquecida en torna a ese “fuego fatuo”. Y en esa
enloquecida carrera, varía el ritmo y el vaivén de ese movimiento y de ese
fuego, aparecen amargos recuerdos, sombrar de tristeza y ansiedades llenan el día
y las inquietudes aguijonean. Y, de este modo el “yo” se convierte en ladrón
robando paz, y la alegría de estar vivos.
El yo es, además, un Caín fraticida”. Entre los
hermanos hace surgir murallas impenetrables, ataca, hiere y mata a todo lo que
le pueda quitar protagonismo. Detrás de toda rencilla fraterna (entre hermanos
y entre pueblos) siempre esta presente la imagen del yo. Solo le preocupa
iluminar los “frutos de las envidias, la venganza, las peleas, el dolor y la
muerte”.
Es muy común que por amor propio no podamos
perdonar, la venganza se convierte en eterna compañera que quema a quien la
porta creando un entorno de locura.
En nuestra comarca humana es mas importante
aparecer y aparentar que tener, es más importante todo lo que pueda resaltar
nuestra figura social que lo que verdaderamente tenemos y mucho menos lo que
somos. Por eso es más importante lucir el vestido nuevo, invitar a ilustres
desconocidos a conocer nuestra nueva mansión y dar deslumbrantes fiestas
carentes de buena comida, con ilustres celebridades que se miran constantemente
en el espejo de la vanidad y la apariencia. Así es nuestro mundo y nuestra
sociedad: artificial, seductor y tan
bello como una mariposa, y tan peligroso como una polilla.
En resumen, este infatuado Yo es solo una quimera,
es un fuego fauto,
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