martes, 4 de julio de 2017

Acerca de la adversidad: ¿todo tiempo pasado fue mejor?




¿Todo tiempo pasado fue mejor?                                                                
Fue a partir de una frase tan popular como la que nos precede aquí que abrimos este punto que se reproduce parcialmente al comienzo de este trabajo. Es en dicha instancia –en el pasado-, en dónde ciertas corrientes de las psicoterapias actuales centran todo su trabajo. Corresponde preguntarse entonces: ¿qué es lo fundamental para estas terapias? Sabemos de las múltiples ironías que manejan los psicoanalistas apoyándose en las teorías de Freud y de Lacan, que han vertido respecto del pasado del sujeto, ciento de comentarios y de tesituras que se rigen de acuerdo a la consigna de que el analizante debe recurrir al analista para lograr transitar su pasado y atravesar los pasajes más oscuros que hace mella en su presente.
Siempre nos dicen que el tiempo pasado fue mejor y que nunca retorna. Por lo tanto no es posible regresar al un pasado efímero y arreglar o prevenir de esa manera las circunstancias. Nada de lo sucedido podemos reparar en el pasado si no es desde el presente. No es posible regresar ni un minuto en el tiempo, pero sabemos que estamos condicionados por los hechos del pasado y la sumatoria de sus consecuencias. Si bien todo lo que hacemos en las últimas décadas es rememorar un pasado doloroso que simplemente se ha convertido en un manantial de aguas amargas que plena la vida de tristezas y sufrimientos, hay posibilidad de resolver no el pasado en sí sino las consecuencias que éste acarrea en nuestro presente. Pero para ello primero hay que estar dispuesto a hacerlo.
A pesar de nuestra aparente hidalguía somos rencorosos y estamos siempre atentos a la menor posibilidad de hacer saltar el odio contenido.
Nos asombramos al ver que una persona se arroja desde lo alto de un edificio, y nos duele ver a un niño desnutridos en la pantalla de nuestro televisor. Somos los primeros en condenar la locura de alguien que se golpea la cabeza contra la pared simplemente como un acto que continúa prolongando el dolor en su vida. Sin embargo no dejamos de amargarnos la vida y revivir historias dolorosas, tan esclerosadas y tan imposibles de cambiar como el color del cielo, pero seguimos permitiendo que sus filos corten nuestra carne.
Solo nos Empeñamos en recordar el pasado para perdurar el presente doloroso. Nunca escuché hablar del pasado para cerrar su influencia en el presente.


Múltiples son los avatares de nuestra vida: Hace algunas décadas que perdimos dinero a causa de un desfalco; hace dos años que nos traicionaron los dirigentes; hace una semana que nos asaltaron hace diez días nos denegaron un nuevo crédito; hace tres meses que no tenemos trabajo estable.
Algunos pretenden presentar el problema que surge cuando el analista se propone como objeto de deseo de su analizante, actuándolo en consecuencia: otro nuevo problema, otra neurosis que se superpone a la anterior.
Todos los hechos del pasado están consumados. De nada vale derramar lágrimas, éstas no cambiarán la naturaleza de lo sucedido, solo sirven para limpiar el alma cosa que es ya bastante. De nada vale vomitar la amargura; los  hechos no cambian, pero nosotros sí podemos cambiar a partir de la experiencia y de una conciencia enriquecida. ¿De qué sirve la resistencia y el falso olvido? Tampoco sirve darles vida en largos exorcismos dolorosos y carentes de sentido. Al recordarlos la vida de esos sucesos permanecen intactas en la carne de quien las pronuncia demostrando que su influencia no se diluye con el tiempo. ¿Qué hacer cuando todo parece llevarnos a la locura? Mientras tanto seguimos sufriendo. Y los que son según nuestro entender los que nos dañaron siguen sus vidas lejos de nuestro dolor, libres de nuestras preocupaciones, centrados en sus propias miserias y posibilidades. Tal como en el interior de una chimenea permanecemos hipnotizados después de remover esos recuerdos incendiados como brasas ardientes, soportando el ahogo y el ardor. Es parte de una locura colectiva. Simplemente hay que resolver en vez de revolver los recuerdos dolorosos. Pero esto implica un despertar de conciencia y la firme decisión de cambiar un destino trágico de frustrados.
Es inútil quedar abrazados a ese fuego: las furias del corazón jamás nos conducen a la solución, por el contrario simplemente nos retiene como presas fáciles de la destrucción.
                                                   
Desde hace varias décadas, cada tanto nos sucede exactamente igual que al sujeto que sufre una pesadilla y despierta entre sudores y palpitaciones características del que ha luchado en condiciones de desigualdad. Del mismo modo, estas personas que conforman un entramado social de magnitud, reviven en su mente historias siniestras, hasta el punto tal que quieren de modo casi permanente con el fin de justificar sus propias miserias ante las cuales sienten culpa y así recuperar la estima perdida. Reviven de modo individual o colectivo fragmentos de una historia que vuelve al presente, provoca en mayor o menor grado sentimientos de culpa y de destrucción.
Este tormento insensato, irracional sigue afectando nuestro diario vivir y lejos está de ser solucionado. Es una puesta en escena de la locura, otras veces es un disfraz perverso que encubre mentiras. Resolver en vez de revolver la podredumbre, honrarla en vez de lamentarse es uno de los modos de liberación menos transitados por implicar la noción de respeto y de perdón, pero tal vez sea bueno darle como dice Lennon “una oportunidad a la paz…”

Si bien sabemos que es imposible volver al pasado aunque ya hemos dicho que nos fascinan e hipnotizan los hechos consumados que están anclados perennes e inamovibles en nuestra cotidianeidad. Dejarlos allí es tener la vida hipotecada, resolver y asumir lo pasado es una de las salidas posibles para liberar el alma social. Al recordarlos con todo el bagaje emotivo a flor de piel significa un paso más hacia la propia destrucción. Nos hemos olvidado del concepto de la piedad tanto propia como ajena. Soltar las cadenas es lo más sensato.
¿Cuál es la actitud que tomamos frente a alguien que se está flagelando? Le diríamos: no lo hagas, deja de lastimarte, o tal vez la respuesta es la frágil indiferencia, y la crítica posterior de lo sucedido no olvidando el regocijo que nos produce el flagelo y el dolor. Tal vez decimos: “se lo merece…” ante nuestra propia impotencia y vulnerabilidad.  Eso es similar a poner un arma en sus manos. Pero la mayoría de las veces deja que su desesperación grite odios antiguos a quienes están tan dormidos como él mismo.  Y liberación no quiere decir “palabras vacías pertenecientes al patrimonio de los guerrilleros de países subdesarrollados”, por el contrario, quiere decir tomar el control de la propia vida, desligar la atención de todos los odios y de  la falta de valores y recuperar la serenidad propia del espíritu en estado de gracia.
                                 
Todo lo que mencionamos anteriormente les sucede a muchos habitantes de países cuya decadencia moral supera en gran medida sus posibilidades de supervivencia. Pero, en general, para la mayoría de los habitantes de países con un alto índice de corrupción, los archivos de su propia memoria personal son una fuente de verdaderas aguas amargas: siempre están tristes y disconformes con su propia existencia, sus recuerdos están anclados en una playa desierta, pero eso no les impide recordar sucesos desgraciados y una y otra vez les dan nueva vida y reabren viejas heridas, en verdad, las heridas de nuestros pueblos nunca terminan de cicatrizar pues siempre están abiertas. (Tenemos la pretensión de que el suceso doloroso nunca hubiera ocurrido)
A causa de una fuerte tendencia muy activa _y nunca admitida del todo_, repetimos miles de veces situaciones de las cuales somos prisioneros, lo que termina por apagar esa chispa de vida que cada ser porta para alumbrar sus días.

Mientras superamos esta lúgubre tendencia, lo más eficiente es permanecer alertas en todo momento, porque un pequeño descuido nos lleva a repetir situaciones que creíamos superadas y regresamos una vez más a los tristes páramos de la frustración y las heridas vuelven a sangrar una vez más.
Es indispensable estar atentos y no caer en la insensatez de revivir los hechos negativos y las historias pasadas, esa historia irremediablemente perdida. Es lo que en las pampas decimos: “el pasado, pisado”, es decir dejar que el pasado no pernocte como pesadilla en el presente. Mirar hacia delante, sin dejar de actuar con gratitud con ese pasado sea cual fuera.
Aquellos episodios y sucesos que influyeron en nuestra sociedad tan negativamente como eficientemente, aquellos errores y equivocaciones que tanto lamentamos durante décadas, hay que estudiarlas y seguir mientras tanto caminando sin detenernos.
Aquellos fracasos que, siempre son doloroso, que tanto han herido, que por mucho tiempo nos dejó sin respiración, aquellas hostilidades nacidas de la envidia, aquellas trampas y mentiras que tanto perjuicio nos han causado, que arruinaron nuestras ganas de vivir, aquellas calumnias que arruinaron nuestra fama…, solo son parte de un descuido que partió de nosotros mismos, analizarlos para resolverlos no significa de ningún modo reprimirlos o relegarlos a la región del olvido, por el contrario significa valorarlo para aprender de esa experiencia pero sin dejar que ella nos destruya.
Los que siempre nos calumnian, los que siempre nos desprecian, aquellas crisis sociales, la intolerancia que fue como un verdadero torturador para nuestras vidas, aquel perjuicio económico, aquellos ideales de la adolescencia que nunca florecieron, es mejor revisarlos y dejar en paz aquello que no pudimos hacer, pero honrando el pasado en vez de quedarnos en el.
El pasado ya pasó, no volverá a pasar. Agradecer a las hojas del calendario antiguo y los amarillos de los cuadernos de la infancia, honrarlos pues ellos nos permitieron llegar hasta el presente, al honrar ese pasado podremos mirar hacia delante con hidalguía y avanzar hacia un mundo lleno de vitalidad.


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