¿Todo tiempo pasado fue mejor?
Fue a partir de una frase tan popular como la que
nos precede aquí que abrimos este punto que se reproduce parcialmente al
comienzo de este trabajo. Es en dicha instancia –en el pasado-, en dónde
ciertas corrientes de las psicoterapias actuales centran todo su trabajo. Corresponde
preguntarse entonces: ¿qué es lo fundamental para estas terapias? Sabemos de
las múltiples ironías que manejan los psicoanalistas apoyándose en las teorías
de Freud y de Lacan, que han vertido respecto del pasado del sujeto, ciento de
comentarios y de tesituras que se rigen de acuerdo a la consigna de que el
analizante debe recurrir al analista para lograr transitar su pasado y
atravesar los pasajes más oscuros que hace mella en su presente.
Siempre nos dicen que el tiempo pasado fue mejor y
que nunca retorna. Por lo tanto no es posible regresar al un pasado efímero y
arreglar o prevenir de esa manera las circunstancias. Nada de lo sucedido
podemos reparar en el pasado si no es desde el presente. No es posible regresar
ni un minuto en el tiempo, pero sabemos que estamos condicionados por los
hechos del pasado y la sumatoria de sus consecuencias. Si bien todo lo que
hacemos en las últimas décadas es rememorar un pasado doloroso que simplemente
se ha convertido en un manantial de aguas amargas que plena la vida de
tristezas y sufrimientos, hay posibilidad de resolver no el pasado en sí sino
las consecuencias que éste acarrea en nuestro presente. Pero para ello primero
hay que estar dispuesto a hacerlo.
A pesar de nuestra aparente hidalguía somos
rencorosos y estamos siempre atentos a la menor posibilidad de hacer saltar el
odio contenido.
Nos asombramos al ver que una persona se arroja
desde lo alto de un edificio, y nos duele ver a un niño desnutridos en la
pantalla de nuestro televisor. Somos los primeros en condenar la locura de
alguien que se golpea la cabeza contra la pared simplemente como un acto que
continúa prolongando el dolor en su vida. Sin embargo no dejamos de amargarnos
la vida y revivir historias dolorosas, tan esclerosadas y tan imposibles de
cambiar como el color del cielo, pero seguimos permitiendo que sus filos corten
nuestra carne.
Solo nos Empeñamos en recordar el pasado para
perdurar el presente doloroso. Nunca escuché hablar del pasado para cerrar su
influencia en el presente.
Múltiples son los avatares de nuestra vida: Hace algunas décadas que perdimos dinero a causa de
un desfalco; hace dos años que nos traicionaron los dirigentes; hace una semana
que nos asaltaron hace diez días nos denegaron un nuevo crédito; hace tres
meses que no tenemos trabajo estable.
Algunos pretenden presentar el problema que surge
cuando el analista se propone como objeto de deseo de su analizante, actuándolo
en consecuencia: otro nuevo problema, otra neurosis que se superpone a la
anterior.
Todos los hechos del pasado están consumados. De nada
vale derramar lágrimas, éstas no cambiarán la naturaleza de lo sucedido, solo
sirven para limpiar el alma cosa que es ya bastante. De nada vale vomitar la
amargura; los hechos no cambian, pero
nosotros sí podemos cambiar a partir de la experiencia y de una conciencia
enriquecida. ¿De qué sirve la resistencia y el falso olvido? Tampoco sirve
darles vida en largos exorcismos dolorosos y carentes de sentido. Al
recordarlos la vida de esos sucesos permanecen intactas en la carne de quien
las pronuncia demostrando que su influencia no se diluye con el tiempo. ¿Qué
hacer cuando todo parece llevarnos a la locura? Mientras tanto seguimos
sufriendo. Y los que son según nuestro entender los que nos dañaron siguen sus
vidas lejos de nuestro dolor, libres de nuestras preocupaciones, centrados en
sus propias miserias y posibilidades. Tal como en el interior de una chimenea
permanecemos hipnotizados después de remover esos recuerdos incendiados como
brasas ardientes, soportando el ahogo y el ardor. Es parte de una locura
colectiva. Simplemente hay que resolver en vez de revolver los recuerdos
dolorosos. Pero esto implica un despertar de conciencia y la firme decisión de
cambiar un destino trágico de frustrados.
Es inútil quedar abrazados a ese fuego: las furias
del corazón jamás nos conducen a la solución, por el contrario simplemente nos
retiene como presas fáciles de la destrucción.
Desde hace varias décadas, cada tanto nos sucede
exactamente igual que al sujeto que sufre una pesadilla y despierta entre
sudores y palpitaciones características del que ha luchado en condiciones de
desigualdad. Del mismo modo, estas personas que conforman un entramado social
de magnitud, reviven en su mente historias siniestras, hasta el punto tal que
quieren de modo casi permanente con el fin de justificar sus propias miserias
ante las cuales sienten culpa y así recuperar la estima perdida. Reviven de
modo individual o colectivo fragmentos de una historia que vuelve al presente,
provoca en mayor o menor grado sentimientos de culpa y de destrucción.
Este tormento insensato, irracional sigue afectando
nuestro diario vivir y lejos está de ser solucionado. Es una puesta en escena
de la locura, otras veces es un disfraz perverso que encubre mentiras. Resolver
en vez de revolver la podredumbre, honrarla en vez de lamentarse es uno de los
modos de liberación menos transitados por implicar la noción de respeto y de
perdón, pero tal vez sea bueno darle como dice Lennon “una oportunidad a la paz…”
Si bien sabemos que es imposible volver al pasado
aunque ya hemos dicho que nos fascinan e hipnotizan los hechos consumados que
están anclados perennes e inamovibles en nuestra cotidianeidad. Dejarlos allí
es tener la vida hipotecada, resolver y asumir lo pasado es una de las salidas
posibles para liberar el alma social. Al recordarlos con todo el bagaje emotivo
a flor de piel significa un paso más hacia la propia destrucción. Nos hemos
olvidado del concepto de la piedad tanto propia como ajena. Soltar las cadenas
es lo más sensato.
¿Cuál es la actitud que tomamos frente a alguien
que se está flagelando? Le diríamos: no lo hagas, deja de lastimarte, o tal vez
la respuesta es la frágil indiferencia, y la crítica posterior de lo sucedido
no olvidando el regocijo que nos produce el flagelo y el dolor. Tal vez
decimos: “se lo merece…” ante nuestra propia impotencia y vulnerabilidad. Eso es similar a poner un arma en sus manos.
Pero la mayoría de las veces deja que su desesperación grite odios antiguos a quienes
están tan dormidos como él mismo. Y
liberación no quiere decir “palabras vacías pertenecientes al patrimonio de los
guerrilleros de países subdesarrollados”, por el contrario, quiere decir tomar
el control de la propia vida, desligar la atención de todos los odios y de la falta de valores y recuperar la serenidad
propia del espíritu en estado de gracia.
Todo lo que mencionamos anteriormente les sucede a
muchos habitantes de países cuya decadencia moral supera en gran medida sus
posibilidades de supervivencia. Pero, en general, para la mayoría de los
habitantes de países con un alto índice de corrupción, los archivos de su
propia memoria personal son una fuente de verdaderas aguas amargas: siempre están
tristes y disconformes con su propia existencia, sus recuerdos están anclados
en una playa desierta, pero eso no les impide recordar sucesos desgraciados y
una y otra vez les dan nueva vida y reabren viejas heridas, en verdad, las
heridas de nuestros pueblos nunca terminan de cicatrizar pues siempre están
abiertas. (Tenemos la pretensión de que el suceso doloroso nunca hubiera
ocurrido)
A causa de una fuerte tendencia muy activa _y nunca
admitida del todo_, repetimos miles de veces situaciones de las cuales somos
prisioneros, lo que termina por apagar esa chispa de vida que cada ser porta
para alumbrar sus días.
Mientras superamos esta lúgubre tendencia, lo más
eficiente es permanecer alertas en todo momento, porque un pequeño descuido nos
lleva a repetir situaciones que creíamos superadas y regresamos una vez más a
los tristes páramos de la frustración y las heridas vuelven a sangrar una vez
más.
Es indispensable estar atentos y no caer en la
insensatez de revivir los hechos negativos y las historias pasadas, esa
historia irremediablemente perdida. Es lo que en las pampas decimos: “el
pasado, pisado”, es decir dejar que el pasado no pernocte como pesadilla en el
presente. Mirar hacia delante, sin dejar de actuar con gratitud con ese pasado
sea cual fuera.
Aquellos episodios y sucesos que influyeron en
nuestra sociedad tan negativamente como eficientemente, aquellos errores y
equivocaciones que tanto lamentamos durante décadas, hay que estudiarlas y
seguir mientras tanto caminando sin detenernos.
Aquellos fracasos que, siempre son doloroso, que
tanto han herido, que por mucho tiempo nos dejó sin respiración, aquellas
hostilidades nacidas de la envidia, aquellas trampas y mentiras que tanto
perjuicio nos han causado, que arruinaron nuestras ganas de vivir, aquellas
calumnias que arruinaron nuestra fama…, solo son parte de un descuido que
partió de nosotros mismos, analizarlos para resolverlos no significa de ningún
modo reprimirlos o relegarlos a la región del olvido, por el contrario
significa valorarlo para aprender de esa experiencia pero sin dejar que ella
nos destruya.
Los que siempre nos calumnian, los que siempre nos
desprecian, aquellas crisis sociales, la intolerancia que fue como un verdadero
torturador para nuestras vidas, aquel perjuicio económico, aquellos ideales de
la adolescencia que nunca florecieron, es mejor revisarlos y dejar en paz
aquello que no pudimos hacer, pero honrando el pasado en vez de quedarnos en
el.
El pasado ya pasó, no volverá a pasar. Agradecer a
las hojas del calendario antiguo y los amarillos de los cuadernos de la
infancia, honrarlos pues ellos nos permitieron llegar hasta el presente, al
honrar ese pasado podremos mirar hacia delante con hidalguía y avanzar hacia un
mundo lleno de vitalidad.
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