miércoles, 7 de septiembre de 2016

Clichés sociales y el reino del ego


Image result for imagenes del ego
Los clichés del reino del ego



I
Nuestro querido país tiene la tendencia de describir con frases –muchas veces poco felices-, alguna condición. Los clichés más comunes en nuestra sociedad nos llevan a cuestionar la influencia perniciosa que llegan a tener, decimos: "tenemos los cuatro climas" Dios es argentino, somos los mejores, ya nada se puede hacer somos así, este país no cambia más. El mudo... el charco  y otras definiciones “a la manera argentina”, describen el movimiento pendular constante del ánimo social.

El título que preside este breve artículo, incluye en su formulación un problema, cierto desagrado y la pedantería que nos envuelve en un torbellino de sensaciones. La cuestión que aquí se tratará será las falsas creencias, o dicho de otros modos porque creemos en esas creencias tan difundidas. Será entonces, también, aquello a lo que cabe interrogar de una manera crítica. Nuestra propuesta fluctua entre aspectos históricos y populares; así esta ambigüedad deliberada nos va a permitir –según procuraremos demostrar- establecer algunas precisiones.
Colocar en cuestión creencias tan arraigadas como populares implica, en primer término, interrogarse sobre el concepto de cómo nos definimos al creer en estas frases populares, ellas dicen de cómo hablamos. Es factible indagar en este campo prestando debida atención al recorrido histórico que cada frase ha sufrido desde sus orígenes hasta nuestros días. En tal orden, lo que nos interesa destacar es algo bien distinto –según vemos- a lo largo de nuestra historia, aparecen diversas frases que expresan descripciones infatuadas respecto de nuestra geografía aceptándola como única en el mundo, y, en cambio otras frases que a esa misma geografía la disminuye aludiendo a uno de los ríos más anchos del planeta al adjudicarle el familiar nombre de “el charco”, no menos importante vemos que a uno de los mejores cantantes de todos los tiempos –Gardel- se lo sigue llamando –el mudo-. Al respecto hubo, en el siglo que nos dejó, muchos que reflexionaron sobre estas contradicciones del decir argentino de un modo sin precedentes pero sin la rigidez que la rigurosa investigación nos impone, en cuanto a sus fundamentos nos presenta algunos interrogantes a dilucidar. Por otro lado, la obra psicoanalítica impacta notablemente en la sociedad porteña de las últimas décadas del siglo veinte, donde Lacan es leído en todas las Universidades desde hace algunas décadas y se inserta de esta manera sus conceptos de “lo inconsciente estructurado a la manera del lenguaje”. Ante este panorama la interrogación comienza por la palabra misma que se someta a un riguroso examen ¿qué es hoy día el sufrimiento? ¿Cómo se articula con el concepto de la solidaridad? Ello nos remite a la historia propia de nuestro pueblo.

  Image result for imagenes del ego


 II
Para entender el misterio del sufrimiento del hombre argentino actual, y el por qué caímos en la miseria y casi en la desintegración moral, es necesario remontar las profundas aguas de la historia y llegar hasta las lejanas playas desde donde hemos partido.
Luego de reflexionar en silencio en los mares de las distintas culturas, épocas, corrientes inmigratorias externas e internas, y arribados nuevamente al páramo en que nos encontramos en estos primeros años del nuevo milenio, nos encontramos con que los seres que nos precedieron en la aventura de la vida, los primitivos habitantes de esta tierra, los conquistadores, los colonos, no se hacían más que una pregunta ¿dónde?; por el contrario de lo que hoy nos plantea el hombre moderno, nuestros antecesores si bien no tenían todos sus problemas resueltos y lejos estaban de contar con las comodidades con las que hoy cuenta la mayoría de la población, simplemente aceptaban el hermoso desafío de estar vivos y hacían lo mejor posible. Estos seres que nada conocieron de los tiempos modernos, estaban dotados de un mecanismo de lucha y de arrojo del cual hoy carecemos. Ellos debían solucionar –casi sin ayuda de los Estados de cada época-, cada problema y desafío diario, sostenían sus necesidades y aspiraban al ascenso social. No esperaban más ayuda que la otorgada por Dios, el buen clima y sus propias fuerzas, tal vez por eso no sufrían del mismo vacío espiritual y mental que los nuevos habitantes de esta tierra soportan día a día.
Como puede apreciarse, se trata de un dominio amplio en comparación con el que estamos acostumbrados hoy en día acostumbrado a adjudicarles. La vida recubría un amplio territorio, en el cual cabrían artes y oficios, destrezas y sabidurías. Mucha gente sabía hacer variadas actividades, no existía la hiper-especialización como hoy en día. Vale decir, un saber que, si bien contempla su aplicación práctica, no estaba reñido con el oficio propio por excelencia.

Luego de una breve zambullida en el mar de la historia y arribados a los orígenes de nuestra sociedad y nuestra Nación, nos encontramos con que los seres que anteriormente habitaron este suelo, no se hacían problemas por nada más que sobrevivir; al contrario, todos sus problemas personales los resolverán casi como un alumno que se dispone a afrontar pruebas difíciles. Estos seres que nos precedieron están dotados de menos comodidades pero de un sentido del trabajo y del honor que hoy carecemos. El dato es decisivo, ya que si el caudal instintivo común a todos los seres humanos despliega una serie de conductas fijas, éste se elevará sobre ellas poniendo en acto lo adquirido por medio del aprendizaje, sea una destreza, oficio, una habilidad, un saber. Pero al mismo tiempo todo lo aprendido se orientaba en sentido social e individual muy contrario al marcado individualismo reinante hoy en día.
Un militar, un clérigo, un comerciante, un campesino o un joven estudiante vivían sumergidos, como niños en el seno materno, en una tierra nueva que los albergaba, en el vientre gozoso y armónico de la esperanza sin sentirse oprimidos por el esfuerzo, sí por la injusticia, -temas que bien los diferencian de la actual generación -. Este mundo gozoso lleno de aventuras en un inmenso y nuevo mundo de praderas generosas con agua y tierra suficiente y cielo celeste -que de por sí se convierte en un bello hogar para quien sabe apreciarlo-, fue un inmenso hogar en el que convivieron los seres de razas diversas y muchas veces mezcladas en una aparente armonía con la naturaleza y con el lento pero seguro moderno progreso a la vez, armonía que fue generada por esas fuerzas instintivas que, como un milagro, recorre y unifica a todos los hombres independientemente de su color y de su origen.
Vivieron nuestros antecesores pues, en una especie de unidad vital esperanzada en un futuro mejor. No sabían de aburrimientos ni de interminables esperas de ayuda social. No sufrían por esperar de las macro estructuras una ayuda a sus problemas, no se sentaron a esperar, simplemente echaron manos a la obra. No pudieron ser más felices ni más ricos de lo que fueron, no esquivaron los problemas ni buscaron culpables a cada momento con la esperanza que los culpables del mal clima paguen una sustanciosa indemnización por ello. Se sentían plenamente honrados de haber hecho todo lo que pudieron. Este orgullo lo vivieron a pesar de la injusticia, eterna huésped en todas las épocas y culturas.

Así viven aún cientos y miles de hombres luchadores anónimos en nuestros días, pero la gran mayoría simplemente camina dormido.
Pero en un momento de nuestra evolución como sociedad, aquella criatura humana que hoy ya no se siente atraído por la inmensa aventura de "hacer" al que llamamos hombre de nuestros días, se desvió del camino de tomar conciencia de sí mismo y de su ser integrado a una sociedad: ya no sabe quién es, ya no sabe que sabe, ya no tiene conciencia. Hace mucho tiempo que apareció la conciencia de sí mismo en la historia del hombre. Esta emergencia de la conciencia lanzó al humano hacia un mundo asombroso, para él se abrieron infinitas posibilidades; y al mismo tiempo rompió las ataduras instintivas que lo ligaban al "paraíso perdido", al hogar feliz. Aún así, al sentirse excluido del mundo natural fue lanzado hacia la aventura de crear y ser moldeado por la cultura. Se sintió solo, percibió su ser único y diferente de los demás de su misma especie. Y, por vez primera supo lo que era la tristeza ante la nada y el todo.

Despertó de la larga noche carente de cultura; y, al despertar supo que tenía que aprender de sí y del mundo.
Antes de los tiempos actuales la vida se le daba como legado divino, era espontánea y deliciosa la lucha diaria a pesar del trabajo y la fatiga. Antes el vivir una identidad -aún en formación como la nuestra-, era un hecho aceptado; ahora es un páramo oscuro. Antes, era una delicia saber que una generación ayudaba al avance de la Nación; ahora, una carga: todo lo tendemos a improvisar, sin pensar en sus correspondientes riesgos. De un tiempo en adelante, la sociedad solo piensa en que es deber de los que gobiernan y aún más de los que decidieron trabajar y continuar creando un país grande, mantenerlos, cubrir sus necesidades, complacer todos sus deseos sin esperar nada a cambio. El hombre dormido quiere retornar al paraíso de la bella época pero con todas las comodidades del mundo cibernético y de comidas rápidas.
Este nuevo retorno al mundo del placer sin esfuerzos sin conciencia de sí mismo, es un retorno al seno materno: aquí la criatura todo lo tiene asegurado: el alimento, los cuidados, y todo sin esfuerzo. Vive el niño en perfecta armonía con la madre, en una gozosa unión sin riesgos ni problemas. Pero cuando nace, todo lo que era simple le cuesta un esfuerzo, todo se torna en un problema, hasta la respiración es algo nuevo que tiene que aprender trabajosamente; y esto no cesa sino con la muerte, pues a lo largo de su vida se encontrará con nuevos planteos, nuevos problemas y nuevos desafíos.

Esto mismo está sucediendo con parte de nuestros hermanos que se niegan a la posibilidad de nacer para entrar en la desesperante e incompleta gama del proceso evolutivo humano. Dar y recibir les es ajeno. Y ese es uno de nuestros peores defectos, un tumor que puede llegar a matarnos como sociedad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página.