El amor de Santiago
Un paisaje de infinitos verdes le dio la
bienvenida al viajero.
Sus románticas neblinas y la poética
atmósfera dibujada en el horizonte gris, dibujan a cada paso el perfil de su
singular naturaleza, tan singular como la voluntad de Aquel que dio todo su ser
en el acto total, tan sublime y definitivo como el amor dado y que todo hombre
puede recibir.
El valle fluvial hundido e inundado por un
transparente y frío mar, excepcionalmente recortado, pleno de rincones y
recovecos mágicos, abierta a los furiosos y bravíos embates marinos, un mar
tempestuoso, tan temperamental como aquel que llegó de tierras lejanas
simplemente para dar aquello que había recibido como legado.
Su ser fue acariciado por vientos
ceñidos y enroscados entre las rocas y peñascos sirvieron como cortinados a los
muros abruptos y de difícil acceso, casi libres de ensenadas y bahías
generosas. Toda la geografía revela el firme propósito de probar el valor de
los hombres de aquella tierra extraña para luchar contra la adversidad.