sábado, 23 de julio de 2016

Santiago de Compostela: un retrato del Hijo del trueno


El amor de Santiago
resultado de la imagen de imagenes de Santiago Apostol 
Un paisaje de infinitos verdes le dio la bienvenida al viajero.
Sus románticas neblinas y la poética atmósfera dibujada en el horizonte gris, dibujan a cada paso el perfil de su singular naturaleza, tan singular como la voluntad de Aquel que dio todo su ser en el acto total, tan sublime y definitivo como el amor dado y que todo hombre puede recibir.
El valle fluvial hundido e inundado por un transparente y frío mar, excepcionalmente recortado, pleno de rincones y recovecos mágicos, abierta a los furiosos y bravíos embates marinos, un mar tempestuoso, tan temperamental como aquel que llegó de tierras lejanas simplemente para dar aquello que había recibido como legado.
resultado de la imagen de imagenes de Santiago de CompostelaSu ser fue acariciado por vientos ceñidos y enroscados entre las rocas y peñascos sirvieron como cortinados a los muros abruptos y de difícil acceso, casi libres de ensenadas y bahías generosas. Toda la geografía revela el firme propósito de probar el valor de los hombres de aquella tierra extraña para luchar contra la adversidad.


El mar bravío encuentra un remanso cuando avanza por las rías profundas y anchas de irregular forma y cada una deja su marca inconfundible como un sello real. El verde severo y generoso de su vegetación, el viento melódico, junto a sus playas y acantilados cantó para recibir al hombre que tenía en su mirada el color del desierto.
El Hijo del Trueno llegó a la tierra gallega.
Una semilla nueva en una tierra de cantares llegó para ser cultivada y para extenderse desde su generosa geografía a todos los rincones de la tierra.
Dejó Jerusalén buscando el exilio en forma precipitada a causa de la persecución por parte de la Sinagoga de los Libertos. Es el espíritu divino quien guía sus pasos junto con algunos otros compañeros hacia la península lejana.
Su prédica en Asturias, Castilla y Aragón previa a su llegada a Galicia lo preparó para el encuentro con aquella tierra, espejo de su firme e impetuoso temperamento. 
Junto a las riberas del Ebro, en Zaragoza, reposa el viajero tenaz durante un tiempo, convirtiendo a muchas almas y eligiendo a quiénes lo ayudarían a conducir en nombre del altísimo a la comunidad toda. Allí, junto a otros ocho, a orillas del Ebro se produce el sorpresivo reencuentro con la mujer sin mancha. La madre de Aquel que derramó su sangre, apareció ante los ojos del viajero posando sus delicados pies sobre un pilar de mármol, le pidió que convocara a los fieles prometiendo protección a todo aquel que así se lo pidiera, ella desapareció de la vista de aquellos luego de prometer consuelo y protección para sus hijos, pero aquel Pilar se convirtió en un símbolo en aquella tierra, el impetuoso varón, con ayuda de otros levantó de inmediato con toda la fuerza de su espíritu luchador, en aquel lugar bendito, una construcción humilde  que se conocería como Santa María del Pilar, primer santuario en honor a la madre del Redentor. Lo mágico es que Ella aún estaba con vida allá en la lejana tierra de viento cálido y desiertos generosos.
El hijo del Trueno también sería el responsable primero de la veneración a la Madre de todos, que, desde allí llegaría luego a las nuevas y aún desconocidas tierras.
Ya en tierra gallega, sus pies recorrieron la que más tarde sería tierra de leyenda. Un atardecer lluvioso perfumó el paisaje de aquel bosquecillo, la generosidad del río Ulla recorrido durante la mañana ayudó al descanso, del infatigable y temperamental Santiago, todo su ser permanentemente hacía presente en cada acto, en cada palabra, cómo comenzó la historia más bella.
El perfume húmedo de la tierra, el verde incomparable de su vegetación eran un bálsamo que invita al descanso y relaja la mente de toda fatiga. Esa tierra tan distante de la suya y sin embargo tan apasionada como él, lo había enamorado. Su destino era darle de alguna manera su ser y todo su amor.
¿Pero quién era ese forastero desconocido y apasionado?
Fue desde el comienzo uno de los más preeminentes.
Su nacimiento en Tebaida a orillas del “mar de Galilea”, marcó su vida de pescador. Su piadosa madre María Salomé cuidó siempre de él, de Juan, su hermano, también elegido, y a su honrado marido Zebedeo.
Lejos quedó sus tiempos de trabajar en el oficio heredado, lejos quedaron los amigos y compañeros de mar, que traían el alimento después de duras batallas contra la naturaleza.
Junto a Pedro y Andrés, los hijos de Jonás, su hermano Juan y otros dos compañeros y amigos, conoce al Nazareno. Si bien no participa con la misma frecuencia que lo hacen su hermano y los hijos de Jonás, pues prefiere ayudar a su padre en los quehaceres del oficio de pescador, siente una gran admiración por las enseñanzas del Maestro.
El destino lo enfrenta a un hecho extraordinario. Una mañana lo encuentra a él, su hermano y los hijos de Jonás de regreso con las redes vacías, después de una noche de trabajo sin frutos, Jesús pide a Pedro subir a la barca para predicar, luego, ordena a éste ir a lo hondo y calar las redes. Confiando en la palabra pronunciada, Pedro obedece, viendo tal cantidad de peces que casi se le rompen las redes. Es Santiago, quien acude en su ayuda. Grande es la admiración de los hombres.
Luego Jesús invita a los cuatro a seguirle. Junto con los otros Apóstoles, Santiago, el impetuoso, convive con el Maestro durante toda la vida pública de éste, escucha sus enseñanzas, testigo de los milagros participa de las confidencias y de los gestos tiernos del Maestro, quien les da el sobrenombre de "Boanerges", -Hijos del Trueno -, retratando de esta manera la naturaleza de los hermanos.
El ímpetu, la personalidad fuerte y entusiasta lo acompañaron siempre en la misión de proclamar la Buena Nueva, sacudiendo como un trueno las conciencias adormecidas de los hombres.
El divino Maestro si bien lo reprende por su ímpetu y ambición, también lo prepara para su misión futura eligiéndolo en momentos y acontecimientos significativos de su vida.
Fue junto a Juan y a Pedro, elegido para acompañar desde un cerro muy alto a Aquel que se transfigurara cambiando su apariencia repentinamente, el rostro brillante tanto como el sol del desierto, su vestimenta blanca, luminosa, recibieron en esa hora a Moisés y a Elías quiénes conversaron con el Señor durante aquel sublime momento.
Juan y Santiago piden un favor, el ¡ímpetu y la arrogancia de los hijos de Zebedeo!, los llevó a pedir sentarse uno a la derecha y uno a la izquierda del hijo de Dios en el reino celestial. Una vez más las enseñanzas llegaron para los hijos del trueno, solo aquel que está preparado ser  grande, y el que es grande debe servir a los demás, debe ser el esclavo de todos.
Muchos fueron los milagros que presenció Santiago, más el mayor de todos lo vivió antes de su momento de cobardía. Presente en la penosa agonía en el Huerto de los Olivos, fue observador y protagonista privilegiado de los momentos más amargos.
Mil veces recordó Santiago mientras aspiraba los olores de la tierra verde y generosa aquella triste noche, tan larga y tan oscura para el corazón.
En la cena memorable poco comieron los doce, bebieron solo unas gotas de vino, pero saciaron su ser con la inmensidad de lo vivido.
En el Getsemaní, en plena primavera, la frescura del aire lo invitó a descansar recostado al pie de un árbol, cubierto con su humilde manto.
El Maestro internado en aquel bosque a veces paseando de un lado a otro, a veces inmovilizado, levantando el rostro hacia el cielo una y otra vez, extendiendo sus brazos de manera incomprensible desde el oriente al poniente.
Aquel que paseaba y meditaba en el Huerto de los Olivos, era quien pronuncia la palabra "Padre" tres veces. Santiago se quedó dormido no pudiendo orar junto a Él, tal como se esperaba.
Cuando lo apresaron, Pedro reaccionó con violencia, otros huyeron, entre ellos Santiago, prisionero del miedo. A pesar de todo su ímpetu en aquel momento definitivo, solo pudo huir. Su primer refugio fue el mismo Huerto de los Olivos, el temor lo paralizó en aquella oscura hora, el amanecer lo descubrió en plena fuga.
El porqué‚ abandonó a Jesús, fue la pregunta que aguijoneó su alma. Pero la respuesta nunca llegó a borrar el acto de cobardía.  Con el alma abatida y el corazón avergonzado regresó a Jerusalén sabiendo lo que le esperaba al prisionero.
El amor de Santiago demostrado durante los años compartidos con el Maestro, maduró día a día, y su mayor anhelo fue cumplir con el compromiso de evangelizar a todos los pueblos.  Al igual que los otros, predica la Buena Nueva en Jerusalén, sufre la cárcel y los azotes, más esto no le pesa, alaba a Dios permanentemente y es su orgullo sufrir por predicar la palabra del Maestro.
Su hermano Juan, lleva a su casa a vivir a María, la madre de Jesús, allí hablan con frecuencia y con frecuencia oran juntos. La ternura y las palabras de alientos de la Mujer, le dan aliento para anunciar la Buena Noticia.
La tierra húmeda y de verdes incomparables recibe con alegría a aquel que ser por siempre defensor de la justicia.
Cumplida su misión en la dulce España, regresa a Jerusalén para celebrar la Pascua con los demás en la comunidad cristiana de la Iglesia Madre.
Diez años pasaron desde que el Salvador regresó a la casa del Padre. Otra fiesta Pascual lo esperaba. Esa Pascua trajo inesperadamente a Agripa, nieto de Herodes el Grande, nombrado rey de Palestina y dispuesto a borrar de la faz de la tierra el recuerdo de Jesús y los huesos de sus Apóstoles. Hombre supersticioso y cruel deseoso de aprehenderlos durante las fiestas pascuales para ajusticiarlos. Traicionero y cauteloso se informa de los movimientos de los Apóstoles, entre los cuales se destacan Pedro y Santiago.
El solemne día de la fiesta judía de los Panes sin levadura, Santiago acude al templo, un hombre se le acerca y lo abraza, de inmediato los soldados lo apresan, para llevarlo de inmediato ante la presencia del verdugo, quien con la espada presta lo esperaba para decapitarlo, Santiago sereno, espera la muerte dirigiendo una mirada de amor y compasión hacia su delator ante los gritos de muchos curiosos que pedían su cabeza. El delator se arroja a sus pies implorando el perdón, y el deseo de convertirse en cristiano, ser decapitado momentos después que el Apóstol.
Pedro desaparece inexplicablemente de la cárcel antes de ser ejecutado, un ángel lo salvó, su misión aun no estaba concluida.
La suerte de Agripa no fue mejor que la de aquellos que hasta la fecha habían perseguido al Nazareno, su abuelo Herodes, Poncio Pilatos, Caifás, Agripa muere de una gangrena.
Los fieles recogieron los restos mortales de Santiago para darles sepultura en Jerusalén, tierra en la que presenció los milagros más grandes, tierra que vio rodar su cabeza, pero el Hijo del Trueno se encontraría una vez más en la húmeda finesterre.
Las leyendas son muchas, pero lo real es que sus huesos fueron trasladados a España por sus fieles, para llegar hasta una dulce colina allá en Compostela desde la cual Santiago velaría por sus hijos.
El río Ulla lo recibió en una barca.
Iria Flavia, principal puerto romano, recibió a aquel que con su llegada, dejaría una marca en todos los hijos de esa tierra, su entierro cerca de un bosque levantando un altar sobre el “Arca Marmórea” y ocho siglos en cauteloso silencio permaneció hasta ver desbrozar la maleza y ver edificar allí un santuario.

Otra leyenda generó, un más entre tantas, la batalla de Clavija, en la cual un jinete montado en un brioso caballo blanco prestó ayuda a Ramiro I, logrando así vencer a las huestes de Abderramán II, el jinete, el mismo que una vez llegó para traer la semilla de la fe. El mito de "Santiago matamoros" fue grande, y al grito de "Santiago y cierra España", vencen a los infieles.
El auge de Santiago vio la decadencia de la Galicia romana en la villa de Iria Flavia.
La decapitación no fue el final, nadie recuerda a Agripa, nadie quiere saber cual fue el nombre del verdugo, pero desde aquellos tiempos Santiago al igual que un trueno despierta los corazones y dejó su impronta en los habitantes de la tierra gallega con su manera impetuosa y feroz de transmitir la Buena Nueva.
La ciudad cita entre los ríos Sar y Sarela esta ubicada en  una suave colina, las huellas de la cultura de los castros y de la romana dejaron innumerables marcas en ella, los restos de Santiago en estas tierras del finisterre europeo alentaron el fervor del peregrino.
La naturaleza de la tierra se vio enriquecida por las huellas de las distintas culturas que, dejando sus marcas desde los tiempos de los celtas le dieron al lugar su singular belleza, único irrepetible, tan singular en su naturaleza como en la cultura, alberga los secretos de las piedras talladas con maestría envidiable.
La belleza de las hortensias y de las camelias, perfuman el aire húmedo y fresco.
Santiago es historia, es presente, y es futuro, la convergencia de los caminos ayer y hoy y siempre para el devoto peregrino.
"Con pan y vino se anda el camino"
El camino de Santiago aun hoy es recorrido por los fieles, mostrando al caminante los testigos de un pasado lejano, antes, jalonado de hospitales, y de centros de ayuda al  peregrino, proporcionándole a este descanso y alimento, hasta un cementerio para aquellos ganados por la enfermedad o la fatiga o por el asalto de algún malviviente.
Hacer el Camino era una proeza en los viejos tiempos, había que vencer muchas dificultades, las climatológicas, las de una geografía no siempre benévola, aquellas de resistencia física, y además eludir los ataques de los salteadores y de los timadores.
En los primeros siglos de la tradición jacobea, la mayoría de los peregrinos hacían el viaje para saldar alguna deuda con Dios, así, se suponía que era un pecador.
Era esperable que todos debieran recibir con caridad y respeto a los peregrinos, sean éstos ricos o pobres, que vuelven o se dirigen al solar de Santiago, pues todo aquel que los hospede con esmero y respeto hospeda no sólo a Santiago, sino también al mismo Señor, según sus palabras en el evangelio: "El que a vosotros recibe, a Mí me recibe".  Sigue siendo un ejercicio de misericordia a través de los siglos.

El finis terrae permitió la confluencia de un símbolo geográfico y de un símbolo teológico, la tumba del hijo del trueno fue signo y símbolo de fortaleza para todos los habitantes desde la que hacer frente a la invasión de falta de fe que amenazaba con no detenerse. Fue Santiago la esperanza a la cual asirse.
La ciudad de piedra, tan bella que refleja la magia de un tiempo eterno y el misterio de sus verdes parajes, acoge a miles de peregrinos que recorren el Camino de Santiago.
Todo huele a esfuerzo, lucha y tenacidad en la tierra santiaguina.
Las artesanías de azabache, carbón negro profundo y petrificado que una vez pulido presenta brillo en sus facetas revelan la naturaleza humana, tosca como carbón pétreo, pero tallada por la mano del Altísimo se convierte en brillosa joya plena de esplendores. Y las de plata, los encajes de Camarillas y los finos bordados, el vino suave y generoso de su tierra, todo ello habla de aquello que se hace con esfuerzo, sudor, y fina devoción, con tiempo, sin prisa, sin pausa, con la conciencia despejada y las manos prontas.
La Catedral románica y barroca, domina el área urbana en el casco histórico, el Pórtico de la Gloria, las cuatro plazas que la rodean, enfrentan al peregrino con significativos exponentes de tenacidad, de fe, de devoción más allá  de lo artístico e histórico, llegó a ser, desde la Edad Media, uno de los lugares más concurridos de peregrinos de toda la cristiandad habla de la veneración y la devoción a Santiago por parte de toda el mundo cristiano, veneración que, rápidamente  se difundió en toda España, donde había predicado la Buena Nueva y reposaban sus restos mortales.
La devoción hispana a Santiago se trasplanta más tarde con el Descubrimiento, a Latinoamérica, donde queda de manifiesto, al fundar tantas ciudades con el nombre de Santiago, y, desde luego, la amplia y difundida piedad popular.
El tiempo en Santiago es el tiempo eterno, todo resplandece una vez que el sol vence a la persistente llovizna que baña de dorado sus piedras.
Los hijos de esta tierra gozan su destino en ella, o lejos de ella, luchan con tenacidad, no se dejan vencer por la adversidad, resisten con grandeza,  con orgullo padecen sus remembranzas, llevan en el alma la marca que dejó desde aquellos días el viajero que llegó para quedarse en el verde paraje de Compostela.






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