El amor de Santiago
Un paisaje de infinitos verdes le dio la
bienvenida al viajero.
Sus románticas neblinas y la poética
atmósfera dibujada en el horizonte gris, dibujan a cada paso el perfil de su
singular naturaleza, tan singular como la voluntad de Aquel que dio todo su ser
en el acto total, tan sublime y definitivo como el amor dado y que todo hombre
puede recibir.
El valle fluvial hundido e inundado por un
transparente y frío mar, excepcionalmente recortado, pleno de rincones y
recovecos mágicos, abierta a los furiosos y bravíos embates marinos, un mar
tempestuoso, tan temperamental como aquel que llegó de tierras lejanas
simplemente para dar aquello que había recibido como legado.
Su ser fue acariciado por vientos
ceñidos y enroscados entre las rocas y peñascos sirvieron como cortinados a los
muros abruptos y de difícil acceso, casi libres de ensenadas y bahías
generosas. Toda la geografía revela el firme propósito de probar el valor de
los hombres de aquella tierra extraña para luchar contra la adversidad.
El mar bravío encuentra un remanso
cuando avanza por las rías profundas y anchas de irregular forma y cada una
deja su marca inconfundible como un sello real. El verde severo y generoso de
su vegetación, el viento melódico, junto a sus playas y acantilados cantó para
recibir al hombre que tenía en su mirada el color del desierto.
El Hijo del Trueno llegó a la tierra
gallega.
Una semilla nueva en una tierra de
cantares llegó para ser cultivada y para extenderse desde su generosa geografía
a todos los rincones de la tierra.
Dejó Jerusalén buscando el exilio en
forma precipitada a causa de la persecución por parte de la Sinagoga de los
Libertos. Es el espíritu divino quien guía sus pasos junto con algunos otros
compañeros hacia la península lejana.
Su prédica en Asturias, Castilla y
Aragón previa a su llegada a Galicia lo preparó para el encuentro con aquella
tierra, espejo de su firme e impetuoso temperamento.
Junto a las riberas del Ebro, en
Zaragoza, reposa el viajero tenaz durante un tiempo, convirtiendo a muchas
almas y eligiendo a quiénes lo ayudarían a conducir en nombre del altísimo a la
comunidad toda. Allí, junto a otros ocho, a orillas del Ebro se produce el
sorpresivo reencuentro con la mujer sin mancha. La madre de Aquel que derramó
su sangre, apareció ante los ojos del viajero posando sus delicados pies sobre
un pilar de mármol, le pidió que convocara a los fieles prometiendo protección
a todo aquel que así se lo pidiera, ella desapareció de la vista de aquellos
luego de prometer consuelo y protección para sus hijos, pero aquel Pilar se
convirtió en un símbolo en aquella tierra, el impetuoso varón, con ayuda de
otros levantó de inmediato con toda la fuerza de su espíritu luchador, en aquel
lugar bendito, una construcción humilde
que se conocería como Santa María del Pilar, primer santuario en honor a
la madre del Redentor. Lo mágico es que Ella aún estaba con vida allá en
la lejana tierra de viento cálido y desiertos generosos.
El hijo del Trueno también sería el
responsable primero de la veneración a la Madre de todos, que, desde allí
llegaría luego a las nuevas y aún desconocidas tierras.
Ya en tierra gallega, sus pies
recorrieron la que más tarde sería tierra de leyenda. Un atardecer lluvioso
perfumó el paisaje de aquel bosquecillo, la generosidad del río Ulla recorrido
durante la mañana ayudó al descanso, del infatigable y temperamental Santiago,
todo su ser permanentemente hacía presente en cada acto, en cada palabra, cómo
comenzó la historia más bella.
El perfume húmedo de la tierra, el verde
incomparable de su vegetación eran un bálsamo que invita al descanso y relaja
la mente de toda fatiga. Esa tierra tan distante de la suya y sin embargo tan
apasionada como él, lo había enamorado. Su destino era darle de alguna manera
su ser y todo su amor.
¿Pero quién era ese forastero
desconocido y apasionado?
Fue desde el comienzo uno de los más
preeminentes.
Su nacimiento en Tebaida a orillas del “mar
de Galilea”, marcó su vida de pescador. Su piadosa madre María Salomé cuidó
siempre de él, de Juan, su hermano, también elegido, y a su honrado marido
Zebedeo.
Lejos quedó sus tiempos de trabajar en
el oficio heredado, lejos quedaron los amigos y compañeros de mar, que traían
el alimento después de duras batallas contra la naturaleza.
Junto a Pedro y Andrés, los hijos de
Jonás, su hermano Juan y otros dos compañeros y amigos, conoce al Nazareno. Si
bien no participa con la misma frecuencia que lo hacen su hermano y los hijos
de Jonás, pues prefiere ayudar a su padre en los quehaceres del oficio de
pescador, siente una gran admiración por las enseñanzas del Maestro.
El destino lo enfrenta a un hecho
extraordinario. Una mañana lo encuentra a él, su hermano y los hijos de Jonás
de regreso con las redes vacías, después de una noche de trabajo sin frutos,
Jesús pide a Pedro subir a la barca para predicar, luego, ordena a éste ir a lo
hondo y calar las redes. Confiando en la palabra pronunciada, Pedro obedece,
viendo tal cantidad de peces que casi se le rompen las redes. Es Santiago,
quien acude en su ayuda. Grande es la admiración de los hombres.
Luego Jesús invita a los cuatro a
seguirle. Junto con los otros Apóstoles, Santiago, el impetuoso, convive con el
Maestro durante toda la vida pública de éste, escucha sus enseñanzas, testigo
de los milagros participa de las confidencias y de los gestos tiernos del
Maestro, quien les da el sobrenombre de "Boanerges", -Hijos del
Trueno -, retratando de esta manera la naturaleza de los hermanos.
El ímpetu, la personalidad fuerte y
entusiasta lo acompañaron siempre en la misión de proclamar la Buena Nueva,
sacudiendo como un trueno las conciencias adormecidas de los hombres.
El divino Maestro si bien lo reprende
por su ímpetu y ambición, también lo prepara para su misión futura eligiéndolo
en momentos y acontecimientos significativos de su vida.
Fue junto a Juan y a Pedro, elegido para
acompañar desde un cerro muy alto a Aquel que se transfigurara cambiando su
apariencia repentinamente, el rostro brillante tanto como el sol del desierto,
su vestimenta blanca, luminosa, recibieron en esa hora a Moisés y a Elías
quiénes conversaron con el Señor durante aquel sublime momento.
Juan y Santiago piden un favor, el
¡ímpetu y la arrogancia de los hijos de Zebedeo!, los llevó a pedir sentarse
uno a la derecha y uno a la izquierda del hijo de Dios en el reino celestial.
Una vez más las enseñanzas llegaron para los hijos del trueno, solo aquel que
está preparado ser grande, y el que es grande debe servir a los demás,
debe ser el esclavo de todos.
Muchos fueron los milagros que presenció
Santiago, más el mayor de todos lo vivió antes de su momento de cobardía. Presente
en la penosa agonía en el Huerto de los Olivos, fue observador y protagonista
privilegiado de los momentos más amargos.
Mil veces recordó Santiago mientras aspiraba
los olores de la tierra verde y generosa aquella triste noche, tan larga y tan
oscura para el corazón.
En la cena memorable poco comieron los
doce, bebieron solo unas gotas de vino, pero saciaron su ser con la inmensidad
de lo vivido.
En el Getsemaní, en plena primavera, la
frescura del aire lo invitó a descansar recostado al pie de un árbol, cubierto
con su humilde manto.
El Maestro internado en aquel bosque a
veces paseando de un lado a otro, a veces inmovilizado, levantando el rostro
hacia el cielo una y otra vez, extendiendo sus brazos de manera incomprensible
desde el oriente al poniente.
Aquel que paseaba y meditaba en el
Huerto de los Olivos, era quien pronuncia la palabra "Padre" tres
veces. Santiago se quedó dormido no pudiendo orar junto a Él, tal como se
esperaba.
Cuando lo apresaron, Pedro reaccionó con
violencia, otros huyeron, entre ellos Santiago, prisionero del miedo. A pesar
de todo su ímpetu en aquel momento definitivo, solo pudo huir. Su primer
refugio fue el mismo Huerto de los Olivos, el temor lo paralizó en aquella
oscura hora, el amanecer lo descubrió en plena fuga.
El porqué‚ abandonó a Jesús, fue la
pregunta que aguijoneó su alma. Pero la respuesta nunca llegó a borrar el acto
de cobardía. Con el alma abatida y el
corazón avergonzado regresó a Jerusalén sabiendo lo que le esperaba al
prisionero.
El amor de Santiago demostrado durante
los años compartidos con el Maestro, maduró día a día, y su mayor anhelo fue
cumplir con el compromiso de evangelizar a todos los pueblos. Al igual que los otros, predica la Buena
Nueva en Jerusalén, sufre la cárcel y los azotes, más esto no le pesa, alaba a
Dios permanentemente y es su orgullo sufrir por predicar la palabra del Maestro.
Su hermano Juan, lleva a su casa a vivir
a María, la madre de Jesús, allí hablan con frecuencia y con frecuencia oran
juntos. La ternura y las palabras de alientos de la Mujer, le dan aliento para
anunciar la Buena Noticia.
La tierra húmeda y de verdes
incomparables recibe con alegría a aquel que ser por siempre defensor de
la justicia.
Cumplida su misión en la dulce España,
regresa a Jerusalén para celebrar la Pascua con los demás en la comunidad
cristiana de la Iglesia Madre.
Diez años pasaron desde que el Salvador
regresó a la casa del Padre. Otra fiesta Pascual lo esperaba. Esa Pascua trajo
inesperadamente a Agripa, nieto de Herodes el Grande, nombrado rey de Palestina
y dispuesto a borrar de la faz de la tierra el recuerdo de Jesús y los huesos
de sus Apóstoles. Hombre supersticioso y cruel deseoso de aprehenderlos durante
las fiestas pascuales para ajusticiarlos. Traicionero y cauteloso se informa de
los movimientos de los Apóstoles, entre los cuales se destacan Pedro y
Santiago.
El solemne día de la fiesta judía de los
Panes sin levadura, Santiago acude al templo, un hombre se le acerca y lo
abraza, de inmediato los soldados lo apresan, para llevarlo de inmediato ante
la presencia del verdugo, quien con la espada presta lo esperaba para
decapitarlo, Santiago sereno, espera la muerte dirigiendo una mirada de amor y compasión
hacia su delator ante los gritos de muchos curiosos que pedían su cabeza. El
delator se arroja a sus pies implorando el perdón, y el deseo de convertirse en
cristiano, ser decapitado momentos después que el Apóstol.
Pedro desaparece inexplicablemente de la
cárcel antes de ser ejecutado, un ángel lo salvó, su misión aun no estaba
concluida.
La suerte de Agripa no fue mejor que la
de aquellos que hasta la fecha habían perseguido al Nazareno, su abuelo
Herodes, Poncio Pilatos, Caifás, Agripa muere de una gangrena.
Los fieles recogieron los restos
mortales de Santiago para darles sepultura en Jerusalén, tierra en la que
presenció los milagros más grandes, tierra que vio rodar su cabeza, pero el
Hijo del Trueno se encontraría una vez más en la húmeda finesterre.
Las leyendas son muchas, pero lo real es
que sus huesos fueron trasladados a España por sus fieles, para llegar hasta
una dulce colina allá en Compostela desde la cual Santiago velaría por sus
hijos.
El río Ulla lo recibió en una barca.
Iria Flavia, principal puerto romano,
recibió a aquel que con su llegada, dejaría una marca en todos los hijos de esa
tierra, su entierro cerca de un bosque levantando un altar sobre el “Arca
Marmórea” y ocho siglos en cauteloso silencio permaneció hasta ver desbrozar la
maleza y ver edificar allí un santuario.
Otra leyenda generó, un más entre
tantas, la batalla de Clavija, en la cual un jinete montado en un brioso
caballo blanco prestó ayuda a Ramiro I, logrando así vencer a las huestes de
Abderramán II, el jinete, el mismo que una vez llegó para traer la semilla de
la fe. El mito de "Santiago matamoros" fue grande, y al grito de
"Santiago y cierra España", vencen a los infieles.
El auge de Santiago vio la decadencia de
la Galicia romana en la villa de Iria Flavia.
La decapitación no fue el final, nadie
recuerda a Agripa, nadie quiere saber cual fue el nombre del verdugo, pero
desde aquellos tiempos Santiago al igual que un trueno despierta los corazones
y dejó su impronta en los habitantes de la tierra gallega con su manera
impetuosa y feroz de transmitir la Buena Nueva.
La ciudad cita entre
los ríos Sar y Sarela esta ubicada en una
suave colina, las huellas de la cultura de los castros y de la romana dejaron
innumerables marcas en ella, los restos de Santiago en estas tierras del
finisterre europeo alentaron el fervor del peregrino.
La naturaleza de la tierra se vio
enriquecida por las huellas de las distintas culturas que, dejando sus marcas
desde los tiempos de los celtas le dieron al lugar su singular belleza, único
irrepetible, tan singular en su naturaleza como en la cultura, alberga los
secretos de las piedras talladas con maestría envidiable.
La belleza de las hortensias y de las
camelias, perfuman el aire húmedo y fresco.
Santiago es historia, es presente, y es
futuro, la convergencia de los caminos ayer y hoy y siempre para el devoto
peregrino.
"Con pan y vino se
anda el camino"
El camino de Santiago aun hoy es
recorrido por los fieles, mostrando al caminante los testigos de un pasado
lejano, antes, jalonado de hospitales, y de centros de ayuda al peregrino, proporcionándole a este descanso y
alimento, hasta un cementerio para aquellos ganados por la enfermedad o la
fatiga o por el asalto de algún malviviente.
Hacer el Camino era una proeza en los
viejos tiempos, había que vencer muchas dificultades, las climatológicas, las
de una geografía no siempre benévola, aquellas de resistencia física, y además
eludir los ataques de los salteadores y de los timadores.
En los primeros siglos de la tradición
jacobea, la mayoría de los peregrinos hacían el viaje para saldar alguna deuda
con Dios, así, se suponía que era un pecador.
Era esperable que todos debieran recibir
con caridad y respeto a los peregrinos, sean éstos ricos o pobres, que vuelven
o se dirigen al solar de Santiago, pues todo aquel que los hospede con esmero y
respeto hospeda no sólo a Santiago, sino también al mismo Señor, según sus
palabras en el evangelio: "El que a vosotros recibe, a Mí me
recibe". Sigue siendo un ejercicio
de misericordia a través de los siglos.
El finis terrae permitió la confluencia
de un símbolo geográfico y de un símbolo teológico, la tumba del hijo del
trueno fue signo y símbolo de fortaleza para todos los habitantes desde la que
hacer frente a la invasión de falta de fe que amenazaba con no detenerse. Fue
Santiago la esperanza a la cual asirse.
La ciudad de piedra, tan bella que
refleja la magia de un tiempo eterno y el misterio de sus verdes parajes, acoge
a miles de peregrinos que recorren el Camino de Santiago.
Todo huele a esfuerzo, lucha y tenacidad
en la tierra santiaguina.
Las artesanías de azabache, carbón negro
profundo y petrificado que una vez pulido presenta brillo en sus facetas
revelan la naturaleza humana, tosca como carbón pétreo, pero tallada por la
mano del Altísimo se convierte en brillosa joya plena de esplendores. Y las de
plata, los encajes de Camarillas y los finos bordados, el vino suave y generoso
de su tierra, todo ello habla de aquello que se hace con esfuerzo, sudor, y
fina devoción, con tiempo, sin prisa, sin pausa, con la conciencia despejada y
las manos prontas.
La Catedral románica y barroca, domina
el área urbana en el casco histórico, el Pórtico de la Gloria, las cuatro
plazas que la rodean, enfrentan al peregrino con significativos exponentes de tenacidad,
de fe, de devoción más allá de lo artístico e histórico, llegó a ser,
desde la Edad Media, uno de los lugares más concurridos de peregrinos de toda
la cristiandad habla de la veneración y la devoción a Santiago por parte de
toda el mundo cristiano, veneración que, rápidamente se difundió en toda España, donde había
predicado la Buena Nueva y reposaban sus restos mortales.
La devoción hispana a Santiago se
trasplanta más tarde con el Descubrimiento, a Latinoamérica, donde queda de
manifiesto, al fundar tantas ciudades con el nombre de Santiago, y, desde
luego, la amplia y difundida piedad popular.
El tiempo en Santiago es el tiempo
eterno, todo resplandece una vez que el sol vence a la persistente llovizna que
baña de dorado sus piedras.
Los hijos de esta tierra gozan su
destino en ella, o lejos de ella, luchan con tenacidad, no se dejan vencer por
la adversidad, resisten con grandeza,
con orgullo padecen sus remembranzas, llevan en el alma la marca que dejó
desde aquellos días el viajero que llegó para quedarse en el verde paraje de
Compostela.
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