jueves, 10 de marzo de 2016

De la vacilación mundana y el desánimo a la interioridad



El hombre y su ambiente en la vida post moderna

En este mundo globalizado que nos toca vivir, el hombre vive en un ambiente o, como suele decirse, está siempre “en situación” la geografía, el clima, la problemática socio política y económica, la lengua, la cultura, la religión, las guerras, las tradiciones, los sindicatos, las reivindicaciones sociales, todo esto y mucho más, constituyen la realidad que, en mayor o en menor grado, actúa sobre cada uno de nosotros y contribuye a nuestra formación, y también nos condiciona.
Hoy en día no hablamos del hombre aislado,  Entre el hombre y su ambiente se establece una relación de colaboración o de conflicto y también de mutua alimentación e intercambio. El hombre es producto de su historia, soporta sus avatares y en parte puede modificarla. De acuerdo con esta condición recíproca, se va formando la   personalidad. Y como podemos ver, esta influencia no permanece extraña a la vida espiritual.

Muy a menudo en nuestra época, es también el organismo social y político el que hace posible por reducirnos a meros individuos, a instrumentos de los partidos políticos, de entes sociales, a meros números de documentos, es decir a engranajes de un sistema económico, a variables de ajuste social, a “funciones”, o “disfunciones” dentro de un sistema social, a ser simplemente un ente sin mayor proyección, sólo en función de: ser instrumentos a la orden de la producción, a la orden de los votos, a la orden de los impuestos y tasas municipales, a la orden de la capacidad productiva, del rendimiento económico o del gasto social, esto lo podemos verificar en cualquier sistema moderno de gobierno tanto sea el sistema capitalista, comunista, socialista, o sus muchas combinaciones.

En cambio, la defensa del ser trascendente del hombre en el mundo exige de nuestra parte que dediquemos un espacio más allá, de que el individuo no consiste simplemente en ocupar un cargo cualquiera dentro del engranaje laboral y social, ni es el sueldo que gana, ni el salario que recibe.
Nadie puede comprender la totalidad de sí mismo a partir de estas premisas externas que el mundo nos presenta; más precisamente porque somos seres espirituales, tenemos la obligación de asumir nuestra propia vocación desde lo interior de nuestro ser. 

Hoy en día se habla mucho, en especial de un síndrome: el síndrome del desanimo o de Burnout, término que surge de la industria aeroespacial y significa que un carburante como resultado de un calentamiento excesivo esta “quemado por dentro” pero a este padecimiento se lo define como a aquel que afecta a una gran parte de la población de profesionales dedicados a tareas abocadas al trato social: sacerdotes, políticos, funcionarios públicos, el  desgaste, el desánimo y la desesperanza. Es un síndrome que padecen en especial personas relacionadas a la enseñanza, al servicio sanitario u otras actividades que exigen grandes demandas sociales.
Nosotros nos proponemos mediante algunas puntuaciones que si bien no agotan el tema del desanimo acercan algunas respuestas ver que el desanimo se puede aplicar a cualquier sujeto que recorre su historia en estos tiempos que nos tocan vivir, ya que los mismos aspectos que se incluye en este síndrome son verificados en personas que no transitan profesionalmente por esas disciplinas antes mencionadas, a saber: la falta de realización profesional, la frustración, el desgaste, la falta de prestigio social la falta de reconocimiento, la extrema burocratización, las dificultades que acarrea una familia disfuncional, en donde los miembros que la componen juegan papeles rígidos y en la cual la comunicación está severamente restringida a las declaraciones actuadas en dichos roles.
En fin el antídoto contra las razones para formular el porqué del desanimo como rey y señor que se pasea por nuestras vidas en estos días recurrirá de un marco teórico más amplio que no agotaremos, pero sí intentaremos despuntar en un primer intento recordando la palabras de San Agustín
De la inconstencia de Porfirio, que anda vacilando entre la confesión de un verdadero Dios y el culto a los demonios no sé cómo, en este particular, Porfirio, a mi entender, pudo tener empacho y pudor de sus amigos los teúrgos, porque los misterios, o más bien, ridiculeces de éstos los comprendió bien, más no por eso se encargó libremente de la defensa del verdadero Dios contra el culto de muchos dioses falsos. Pues efectivamente, llegó a decir que, del número de los ángeles, había unos que descendían a la tierra y daban a entender a los prohombres teúrgos las máximas ordenaciones divinas; otros que en la tierra declaraban los arcanos y atributos que son del padre, su alteza y profundidad de ideas. Pregunto pues: ¿hemos de creer que esos ángeles  cuyo oficio es patentizar la volunta del padre, quieren que nos sujetemos y rindamos a otro que a aquel Señor cuya voluntad nos anuncian?[1]
Es muy difícil hacer frente a un problema sin antes reconocer que el problema existe. Muchas personas acuden al mecanismo de la negación y juegan a no tener el problema aunque de todos modos el problema sigue estando allí. ¿Cuántas veces confundimos como lo hizo Porfirio lo verdadero con lo falso? ¿Cuántas veces nos dejamos iluminar por luces de neón?

Son muchas las estrategias con las cuales tratamos de no enfrentar el problema y la negación es una de las más comunes.  Otras estrategias es realizar actos de violencia, otras es quedar anclado en le papel de víctima, otras es llegar a quitarse la vida. La estrategia mencionada anteriormente y tan difundida en la actualidad: la negación de los problemas existentes, es altamente tóxica, pues desliga al ser humano de toda responsabilidad  que acarrea. 
Tratar de profundizar estas cuestiones a la luz de la fe es uno de los caminos que nos proponemos para futuros trabajos. Es la propuesta transitar de la vacilación mundana hacia nuestra interioridad. Este es simplemente el comienzo de un largo discurrir. A esta tarea nos encomendamos.


















[1] San Agustín, La ciudad de Dios (Antología Filosófica) Hyspamérica Ediciones Argentina, S.A. 1985

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