San Pablo Miki y compañeros mártires
"Llegado a este momento final de mi existencia
en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a
atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para
conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico."
Fueron 26, martirizados el mismo día, 5 de febrero
del año 1597.
Los mártires jesuitas fueron:
San Pablo Miki: japonés de familia de la alta clase
social, hijo de un capitán del ejército y muy buen predicador:
San Juan Goto y Santiago Kisai: dos hermanos
coadjutores jesuitas.
Los franciscanos eran:
San Felipe de Jesús, un mexicano que
había ido a misionar al Asia.
San Gonzalo García que era de la India,
San Francisco Blanco, San Pedro Bautista, superior de los
franciscanos en el Japón y San Francisco
de San Miguel.
Entre los laicos estaban:
un soldado: San Cayo
Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un Coreano: San Leon Karasuma, y
tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: los niños:
San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky, cuyo padre fue
también martirizado.
A los 26 católicos
les cortaron la oreja izquierda, y así ensangrentados fueron llevados en pleno
invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y
atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos.
Al llegar a Nagasaki
les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron,
atándolos a las cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos
al madero con una argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la
distancia de un metro y medio.
Testigos de su
martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente manera: "Una vez
crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los
sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la
salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los ojos fijos en el
cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias a la bondad de
Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del salmo 30:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El hermano Gonzalo
rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría".
Al Padre Pablo Miki
le parecía que aquella cruz era el púlpito o sitio para predicar más honroso
que le habían conseguido, y empezó a decir a todos los presentes (cristianos y
curiosos) que él era japonés, que pertenecía a la compañía de Jesús, o sociedad
de los Padres jesuitas, que moría por haber predicado el evangelio y que le
daba gracias a Dios por haberle concedido el honor tan enorme de poder morir
por propagar la verdadera religión de Dios. A continuación añadió las
siguientes palabras:
"Llegado a este
momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes
va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues,
que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión
cristiana, ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras
y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que
perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los
que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan
instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar".
Luego, vueltos los
ojos hacia sus compañeros, empezó a darles ánimos en aquella lucha decisiva; en
el rostro de todos se veía una alegría muy grande, especialmente en el del niño
Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo
hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo. El niño
Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de
haber invocado los santísimos nombres de Jesús, José y María, se pudo a cantar
los salmos que había aprendido en la clase de catecismo. A otros se les oía
decir continuamente: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma
mía". Varios de los crucificados aconsejaban a las gentes allí presentes
que permanecieran fieles a nuestra santa religión por siempre.
Luego los verdugos sacaron
sus lanzas y asestaron a cada uno de los crucificados dos lanzazos, con lo que
en unos momentos pusieron fin a sus vidas.
El pueblo cristiano
horrorizado gritaba: ¡Jesús, José y María!
Fuente: ewtn.com
Fecha de canonización: 8 de julio de 1862 por el Papa Pío IX.
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