Asumir la responsabilidad: I
¿Qué es la fe?
Simultáneamente con la ardua lucha emprendida por
muchos estudiosos para responder a la pregunta sobre el tema que ahora nos
convoca sobre ¿qué es la fe?, comenzó a reposar sobre la fe y dos modos
fundamentales de obrar sobre ella. En primer lugar encontramos sujetos que
reposan sobre el concepto que ellos tienen de la fe sin hacerse demasiados
planteos y sin muchos escrúpulos duermen cómodamente sobre dicho concepto
profundamente. Se sienten cómodos, protegidos. Son seres que entienden la fe
como un escudo protector. Aunque estén llenos de “pecados”y de escrúpulos, nada
se cuestionan, se sienten cómodos y protegidos.
La fe es un blando y cómodo cojín para estos seres en dónde simplemente,
apoyan seguros, reposan con todo su bagaje de miserias. En segundo lugar, hay
otro grupo de seres que consideran que para la paz del alma, hay que estar en
guerra contra el “pecado”. Sólo se conquista la paz haciendo la guerra al
pecado y la fe es algo a conquistar hora tras hora. Por cierto para esta concepción, la fe no es un blando cojín
ni mucho menos un sostén sobre el cual apoyarse en la vida o una póliza de
seguro.
Lo que a continuación emprenderemos es un intento
de rescate de ciertos conceptos que hunden sus raíces en el mundo Cristiano.
Lo
que emprenderemos es un intento modesto de rescate de ciertos conceptos
fundamentales de la cristiandad. A saber: No es la religión del miedo o de la
comodidad y del cálculo.
Si analizamos nuestra naturaleza, mediante una
aproximación metafísica y psicológica ala misma resulta imposible separarla de
la naturaleza psicosocial que implica al hombre y lo instaura en la cultura de
modo definitivo. Si bien en nosotros se da una naturaleza esencial y otra
psicosocial, ambas forman parte complementaria y necesaria del ser humano
aunque la segunda tiene sus bases en la primera, pero la primera de nada sirve
sino llega acompañada de la segunda. Continuando con la necesidad de referirnos
entonces a los conceptos cristianos vemos que el concepto de la verdad es tan
caro como difícil de discernir aun para algunos sujetos practicante de dicha
religión. La verdad no una cosa que está allí simplemente ya confeccionada y nos es regalada
graciosamente para nuestros ojos, ávidos de seguridad y de vida tranquila se
deleiten de encontrarla de modo seguro y certero. Por el contrario, para el
cristiano, la llamada verdad en sí, bien confeccionada, sin relación alguna con
el sujeto, con cada uno de nosotros que es el sujeto, o la inteligencia de la
verdad, es la verdad-cosa, materializada, es el apoyo exterior hacia el cual
nos atrae nuestro temor, nuestra lasitud y nuestra falta de coraje y de iniciativa.
Muchos que no comprenden la doctrina católica creen
que es la religión del miedo, de la comodidad y del cálculo “económico”; ¿puede
acaso ser la religión cristiana, la religión del miedo? Todo lo contrario: es
la religión cristiana la religión del coraje y del amor.
Pero para algunos cristianos se hace evidente que
la religión es simplemente apoyarse en Dios, en Cristo y el la Madre Iglesia,
simplemente porque es muy duro luchar solos; y, además, en esta vida y el la
otra, les está prometido ciertos beneficios “un seguros de vida”contra todo
riesgo. Algunos entienden así a la religión. Y no sólo los cristianos. Muchos
practicantes de distintas creencias –una gran mayoría- consideran que la fe, y
sus creencias son un simple seguro “contra todo riesgo”.
Las palabras Bíblicas “a quien dio uno le será dado
cien”, es entendida como algo que le proporcionará al sujeto con esta
concepción de la fe que, aunque sólo reciba una mínima parte, de lo que dio, se
dará por satisfecho: de todos modos, es buena inversión en términos económicos
y siempre sale ganando. Aun un pícaro, da por conveniencia propia. Es esta una manera de entender la fe
de un modo mortecino, adormecidos en la doctrina y en los dogmas. Es un modo de
vida inauténtico –que le acontece a cualquier creyente de cualquier creencia
religiosa, no solo a los cristianos, laicos o consagrados-, duermen, caminan
dormidos por la vida, se aferran a sus dogmas y no se plantean ninguna
pregunta. No abrazan la fe, por el contrario, simplemente se aferran a las
creencias para sentirse protegidos.
La fe es un proceso que implica cambios, que es
conquistada poco a poco. Pero para esos individuos, cuya fe es sinónimo de
“garantía contra todo riesgo en una existencia inauténtica” la fe no es una
riqueza que se busca con fatiga, sino, por el contrario, es algo que preexiste
a toda fatiga y a todo afán, no es conquistada poco a poco, pedazo por pedazo,
sino que es algo que nos es dado de una
vez; no es deseo indomable e inextinguible, que cuanto más se sacia de la
conquista más se experimenta, sino que está ya enteramente constituida antes de
toda iniciativa personal, siempre nuevamente propuesta y renovada. Para
aquellos, que así viven dormidos, la fe es casi un premio a su pereza
espiritual, asegurado para hoy, para mañana, para siempre. Esto se ve mucho hoy
en día cada vez más en las nuevas doctrinas pseudo cristianas que aparecen en
nuestras tierras.
La fe, en cambio es un proceso que implica cambios
efectivos y complejos en el comportamiento del sujeto.
Ciertamente, hay en ellos mucho amor, -ese es
innegable-, pero lo es de la comodidad y del reposo; buena voluntad también hay
mucha, pero para conformarse sin molestias; y el celo abunda, mas para poner
bien a la vista la etiqueta; y sobreabunda el amor, pero hacia todas las
seguridades terrestres y celestes. Si algo falla, se deba a la falta o carencia
por parte del practicante de la fe, eso es algo que utilizan mucho los “nuevos
pastores”para someter a sus rebaños. La fe no es más que un recurso para
proveer de bienes materiales o espirituales a sus adeptos.
Por consiguiente, decimos que la fe no es un simple
dato, y que verdad no es un mero hecho.
Fe en la verdad, es para un cristiano, que lo es
desde lo profundo de su vida espiritual, una conquista, conquistar la luz en su
eterno caminar a tientas, mientras supera las múltiples incertidumbres y
pesares que a cada paso se presentan durante su vida.
El primer hito que marcaremos es considerar la fe
desde el punto de vista cristiano como una conquista. Podría decirse que, en verdad, la fe es
conquista, tan personal que exige siempre un nuevo empeño de parte de quien la
ejerce: es ese tan precioso tesoro que, una vez hallado y precisamente, por
haberlo hallado, se está siempre a punto de perderlo. El argumento de la fe entendida como una
conquista, cabe responderle, como uno de los más difundidos en el medio
religioso no solo cristiano sino de todas las principales religiones de la
historia de la humanidad.
En tal sentido, cuanto más se la conquista, a este
tesoro, a este territorio de la fe y mejor se tiene, más se arriesga y más se
está en disposición de perderla.
La seguridad tranquila y pacífica de aquellos que
viven una falsa espiritualidad y una existencia inauténtica en donde se apoyan
en la fe pero no viven de acuerdo a ella, o bien es una necesidad de
afianzamiento o es un acto de soberbia. Cuanto más grande es el esfuerzo para
hallar, se torna más imperioso ponerlo en consonancia con el diario vivir, y más sólidamente se mantiene lo que se ha
hallado: más disponibles se está para Dios. Porque, en el fondo, queremos
decir, que sólo por Dios es necesario creer, y no por los beneficios que nos
puedan llegar, por el consuelo que recibimos, por los bienes materiales o
espirituales recibidos o por recibir, por la sociedad que nos observa o por
otro motivo que nos haga la existencia más confortable.
San Agustín, nos dice que “a Dios se le ama gratis”; su concepto
nos pide “amar a Dios sin esperar recompensa”, y nuestro anhelo es querer ese
amar a Dios con la conciencia temer de
perderlo siempre, es el amor de Dios y nada más.
Para San Agustín el mal no proviene de Dios, si hay
mal es porque el hombre así lo quiere. Bien sabida es que la culpa de Adán y su
pecado hace caer a la humanidad.
En tal sentido la fe no es un dato, ni tampoco una
situación; por el contrario, hay que transformar, con nuestra iniciativa
laboriosa, con nuestro hacer diario el dato en el acto de la fe, y la situación
en un status espiritual, siempre inquieto y buscador.
La fe es entonces, una iniciativa permanente y por
lo tanto es un acto siempre actual de libertad. No ya la fe hecha por una
doctrina y repetida, adormecida, sino la fe que se hace a través de la
renovación del acto de fe, el renovado proponerse de la verdad en la conquista
perenne. La fe es indomable solamente cuando no está domada en la pacífica
adquisición.
¿Es acaso compresible la comprensión de la
recompensa de dónde queda la recompensa de esta fe activa? Pues bien,
simplemente la fe es la misma recompensa.
Hay otro concepto que aquí entra en juego: la
caridad.
Más no nos adelantaremos demasiado en nuestros
pasos, simplemente diremos que la caridad no se compra ni se vende.
Para finalizar, querría detenerme en un punto que
dejé de modo deliberado para este instante: la caridad, esa gran señora, la
caridad. Paga sin contar. El límite de la caridad es la caridad misma, y es por
eso que ella sobrepasa todos los límites. Frente a la caridad, todo es
precario, aun la moral, aun cualquier orden social o constituido. Por lo mismo,
creo inoportuno, en este lugar, abundar en sus conocidas postulaciones. La
caridad merece un largo recorrido para ser abordada.
Para la caridad nada es definitivo; ella, sobre lo
definitivo, siembra con mano generosa, nacen espigas nuevas y abundantes
mieses, y todo lo transforma en un bello paisaje. Sobre lo definitivo ella avanza,
barre las escorias y refunda lo que estaba desahuciado.
En lo atinente a las metas de la caridad decimos que ella no alisa, amasa.
Ella, suspendida de la iniciativa irresistible, es la libertad que se
compromete, se expone aún en el borde de los abismos, y sufre.
Según se desprende de nuestra exposición, la fe es
el sufrimiento de la libertad activa, siempre tensa hacia la conquista
laboriosa de la fe. Mas solamente esta fe así entendida, es libre fe en la
verdad, es religión en razón de que es presencia de cada uno en todos y de
todos en cada uno, de cada uno en Dios o de todos en Dios. Es amar a Dios, sin
esperar nada, solo su amor, sin esperar otra recompensa. Esta fe, para los
cristianos, ya no es la fe adormecida, por el contrario, es como una almohada, pero rellena con las
espinas de la corona de Cristo. No está hecha para dormir sueños tranquilos y
así caminar por la vida, soñando con los beneficios de la vida terrenal o
celestial, o -“soñando románticamente con los angelitos y los santitos colgados
al cuello como amuletos de la suerte”-, por el contrario es una fe comprometida
con los concepto de la libertad y de la caridad.
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