lunes, 7 de enero de 2019

La actualización soñadora como fraude de nuestro tiempo

La actualización soñadora como fraude de nuestro tiempo

Cuando surge en nosotros, la necesidad de enfrentarse con la realidad de la aparición de una nueva etapa en nuestro desarrollo, o ante un nuevo problema no previsto en tal extensión por la naturaleza, surge la necesidad de evadirse. “El gran fraude de la humanidad es vivir soñando, concediendo alegremente carne de objetividad a lo que, de verdad, es una sombra; llamando verdad a la mentira, y al embuste veracidad.”

Y todos se convierten en actores. Todos cumplen roles y engañan a todos.
Aquí comienza a funcionar la tiranía de la imagen. La luz seduce, cautiva es cómo la pólvora que una vez encendida ilumina todo y enciende rivalidades y guerras. Es el reino de las apariencias. Y estas apariencias acoge al primogénito de ese primitivo falso yo, ese primogénito llamado Yo social. Aquí ante esta falsa diosa los mortales sufren sus aflicciones no tanto por tener sino por exhibir aquello que tienen. Es el reino del “último grito de la moda”. Todo lo que luce bien tiene lugar en este reino. Pero muchas veces es fuente de sufrimiento.

Pero todo es un fuego fatuo del cual es mejor despertar. Mejor dicho es necesario despertar, pues es esta la vía de la liberación.
Esto se institucionaliza: en la actividad profesional, en el quehacer político, en las escuelas, las gentes sufren por encaramarse en los puestos más altos. Se desprecia a la ancianidad y se someten a cualquier sacrificio con tal de disimular el paso de los años; hay una idolatría respecto de la juventud, como si la juventud debiera ser eterna olvidándose de que también a los jóvenes se les acabará la primavera.

Para escalar puestos, tanto en las cortes, en las empresas, como en las curias, incentivan rivalidades, colocan zancadillas, chismes o se  establecen sutiles juegos entre bastidores para desplazar a éste y, en su lugar, colocar al otro. Nada más que temores y sufrimientos. Sólo prevalece la obsesión por el poder y la gloria.

Es legítimo el deseo de triunfo aunque esto casi nunca se entienda como simplemente el  hecho de ser gozoso y productivo; por el contrario en nuestra sociedad actual el triunfo está íntimamente ligada a la proyección de una figura social de gran reconocimiento. Esta actitud lejos de ser patrimonio exclusivo de las personas de clases sociales poderosas también se encuentra entre las clases menos privilegiadas, aunque en un tono diferente: tanto en el Congreso de la Nación como en una Sociedad Vecinal o en una agrupación de trabajadores, aparecen las rivalidades para ocupar los altos cargos y las luchas por el poder.

Lejos queda la alegría y la verdad. El corazón del hombre se vuelve hacia lo ficticio y recorre rutas de sufrimientos. Sólo le resta buscar la liberación por la ruta de la verdad.

En las últimas dos décadas los avances de la neurobiología cerebral, han develado lo que antes era absoluto misterio para los hombres: cómo opera esa masa de células dedicadas a los pensamientos, las imaginaciones, los sueños, las emociones. Esta corriente científica nos permite comprender con claridad cómo los centros de la emoción del cerebro nos lleva al llanto, y cómo sus partes primitivas nos mueve hacia la guerra y hacia el amor, están canalizadas hacia lo bueno y hacia lo malo.

Nos preguntamos ¿por qué sufrimos tanto? Para reducir este sufrimiento recurriremos a la palabra relativizar el sufrimiento. Si bien se trata de una palabra ambigua, muchos tienen la impresión, pues, de que, al relativizar, tenemos que ver las cosas tal como son, para reducirlas a sus exactas dimensiones; en suma, relativizar, aquí, vale tanto como objetivar. Nuestra mente tiene la tendencia de revestir de un valor absoluto a todo cuanto nos sucede, incluso al modo de experimentar la realidad. Para el hombre, cuando se trata de “vivir un hecho” se “identifica”por completo con ese hecho, se enajena de tal modo que compromete todo su ser, como si no hubiera más realidad que esa vivencia momentánea y pasajera, pues al carecer de distancia y perspectiva para apreciar con objetividad la verdadera dimensión de lo vivido, absolutiza todo, y tiene la sensación de que lo que le sucede es desmesurado: todo su mundo se reduce a lo que se acontece. Es por esto que su ser se inunda de angustia y dominado por entero por ella. Para el hombre que absolutiza todo, no existe otra realizada sino la presente y no hay modo de que eso cambie. Una de las propuestas para modificar esta trampa es relativizar los acontecimientos que le acontecen, para de este modo aliviar el sufrimiento, permitiendo que el hombre reconozca la impermanecia y la transitoriedad de los hechos de nuestras vidas. Todo es un constante fluir. La gente sufre a causa de caminar dormidos por la vida. El devenir histórico es un constante pulsar transitorio. La mortaja de la oscuridad lo cubre con su silencio en el mar de lo perecedero y del olvido. Aun las crueles guerras con su carga de dolor, aun los grandes imperios solo son datos históricos, unas breves líneas en un manual de lectura. Todo pasa. Todo deja su huella. Pero hay que caminar despiertos.

El yo y sus innumerables ilusiones y los sentidos exteriores nos ofrecen como real aquello que es ficticio. Pero hay que salir del error de creer que lo aparente es real y comprobar que lo que se creía realidad no era sino una sombra.
El hecho es que también hay que tomar conciencia de la relatividad de los disgustos, y ahorrar energías para elevarse por encima de las emergencias atemorizantes, e instalarse en el fondo inmutable de la presencia de sí, del autocontrol y la serenidad; y, desde esta posición, balancear el peso doloroso de la existencia, las ligaduras del tiempo y del espacio, la amenaza siempre presente de la muerte, los impactos constantes que le vienen al hombre desde el exterior. La vida es combate. Pero las armas para este combate lejos de ser belicosas son la paz y la pasión para hacer las cosas bien, y sólo puede utilizarlas si está libre de tensiones. Pero el hombre es su propio enemigo cuando el falso yo gana y reina; estas fuerzas se le invalidad cuando la angustia todo lo inunda.

Una de las cuestiones mas importantes es la de desasirse. El trabajo que se toma el hombre desde que por la mañana, al abrir los ojos, se encuentra fundamentalmente, con  él mismo y lo que no es él. Y, como entidad libre y consciente que es, comienza a relacionarse consigo mismo y con el otro.

Esta recurrencia convoca, seguramente,  a su par antitético: el y el otro. Y, de acuerdo con ese agrado o desagrado establece dos clases de relaciones: adhesión o rechazo. Adhesión hacia todo aquello que puede resultarle agradable y entonces produce un sentimiento de apropiación o asimiento, un vínculo emotivo de posesión, lo cual conlleva un riesgo: el perderlas, lo que le ocasiona un gran temor. Por otro lado, están las cosas que le resultan desagradables, aquí aparecen los sentimientos negativos, la repulsa y el odio. También aquí aparece el sufrimiento.

Es lícito hacer un rodeo y mencionar que asirse es una acción mas enérgica que, adherirse, es una prensión. Y las adherencias se revisten de diversas formas y colores.

Y el deseo de apropiación siempre deriva en el temor a no poder poseer el objeto de deseo, o que los usurpadores los competidores puedan arrebatárselos, y el temor actúa como detonante, pero también es fuego fatuo.

En casos específicos como por ejemplo el sueño o la locura hay una suspensión del estado de la conciencia de la realidad exterior.
En el caso de muchas personas envueltas pro diversos sufrimientos, sus conciencias están adormecidas con ficciones y fantasías y su conciencia de la realidad se ve afectada. Pero todo esto cambia cuando se da cuenta del carácter ficticio e irreal de su condición, es decir cuando decide despertar. En conclusión: al sufrir, padecemos una pequeña enajenación, pues todo sufrimiento es hijo de la ficción y de la mentira.

Pero si nos convertimos en “desasidos” adquirimos aquel desprendimiento o libertad frente al mundo exterior, logrando así instalarnos definitivamente en la región de la serenidad.

No se trata de cuestiones meramente materiales o económicas. Son los verdaderamente des-poseídos y los des-asidos de sí mismos los que entran en contacto con la verdad. Y, esto, en verdad es igual a libertad. Son ellos, los pobres de corazón, los sabios, los despiertos, los que renunciaron a las ficciones egolátricas, los que poseerán el reino de la serenidad.

Despertar es, en alguna medida, dejar de sufrir.

Pues, al quitarse el velo de la mentira y soltar la amarras adhesivas, las facultades mentales comienzan a funcionar sin inquietud, sin temores y apaciblemente. Al des-asirse, no se altera la actividad del hombre, pero sí el tono interior, el clima general cambia y aparece la serenidad.
 Y cuando el hombre queda desposeído, una gran libertad se apodera al instante de todo su ser, sintoniza fácilmente con la realidad y la percibe en plenitud, no sólo percibe objetivamente el mundo, sino que, al soltarse de sí mismo, entra en la gran corriente unitaria, en el reino del amor, todo se viste de luz. De las altas montañas no bajan aguas sucias, por el contrario: son transparentes y cristalinas.