lunes, 8 de enero de 2018

De los valores actuales: VIII




Del Pensamiento Clásico al Pensamiento Cristiano

Image result for PENSAMIENTO CLASICO Y PENSAMIENTO CRISTIANO IMAGENESMientras que los misterios que penetraban como consecuencia del orfismo en Grecia y de los cuales Eleusis era el más célebre santuario, recibían también las influencias directas de las ideas osiríacas, y la cosmogonía griega contenía elementos babilónicos, cretenses y egipcios; el famoso oráculo de Delfos amonestaba: “Conócete a ti mismo”.  Tal famosa hasta nuestros días amonestación, fue bien acogida por Sócrates, el filósofo de la razón, y, se ha transformado en el estandarte, del humanismo clásico y de otras formas de humanismo que se inspiraron en el antiguo.
Podemos afirmar, que el: “conocerte a ti mismo”es un acto de fe en la razón. Sócrates era optimista.  Más todos los optimistas, tanto cómo los pesimistas son simplemente un producto del pensamiento, un producto de la abstracción de la mente.
Si bien para Sócrates, el fin último de la filosofía es la educación moral del hombre, dentro de sí mismo, dentro de su naturaleza moral, encuentra el hombre su norma de conducta y la determinación de los fines de la vida. Este filosofo considera que el conocimiento de la recta conducta lleva al hombre a vivir moralmente y a alcanzar la felicidad. Simplemente no procede con rectitud aquel que no posee el conocimiento de lo bueno., pues el pecado proviene de la ignorancia.
El humanismo clásico, en efecto, identifica la esencia del hombre con su actividad racional: aquí hablamos del concepto, la definición, la deducción. Para el humanismo clásico toda actividad está sometida  al imperio de la razón y deposita la felicidad misma del hombre en este dominio, con la seguridad de que cuando la razón impera, todo es verdadero y todo se torna claro.
Pero bien sabemos que, por desgracia, o por suerte, en el hombre no se halla solamente el reino de la razón: hay muchas otras cosas que se mezclan, se chocan, se contradicen: otras que sobrepasan la razón y que hallan equilibrio y solución en un nivel que no es el resultado de la deducción y del razonamiento.
Podemos Agregar la pobreza en este sentido que tiene el humanismo clásico, respecto del hombre, precisamente porque es eminentemente racional.
“Conócete a ti mismo”; sí, pero es un riesgo: si bien no niega la posibilidad de conocimiento, tiene un carácter destructivo: nunca sé con precisión qué es lo que hallaré dentro de mí. Ponerme a mí mismo al descubierto puede reservarme siempre una sorpresa: ¿hallaré limpio o sucio mi interior? ¿Y la razón tendrá luego la fuerza y la capacidad de restablecer, por sí misma, el equilibrio que, al querer conocerme, no he podido menos que alterar? ¿Tendrá la potencia de llevar a cabo un movimiento racional que ponga nuevamente en pie mi armonía espiritual? El Humanismo Clásico no es quien da estas respuestas.
Mucho tiempo después aparece en escena el Humanismo Cristiano y con su advenimiento se ha revelado al hombre profundidades espirituales y complejidades de la vida desconocidas para el humanismo clásico. Es superada  la confianza de que, conociéndome a mí mismo, yo he de conquistar la claridad racional y el equilibrio -el cual ahora sabemos que no es solamente intelectual-, ha desaparecido. Tratar de conocerme a mí mismo confiando en la sola razón, es correr el riesgo de no entender ya nada de mí mismo, de perderme en la perfecta redondez de las deducciones, que no coinciden en absoluto con los sinuosos caminos de la vida.
Muchos pensadores opinaron en contra de la amonestación délfica, Dostoiewski, contrariamente a Sócrates, responde: “No, no es bien para el hombre conocerse a sí mismo”. Otros como por ejemplo Bergson, le responde al psicoanalisis que se propone sondear lo “profundo”y lo “inconciente”, y objeta que es más prudente no turbar el equilibrio de la conciencia.
¿Significa todo esto acaso que el mundo moderno aconseja renunciar a conocerse a sí mismo? ¿O que el Cristianismo, habiendo revelado al hombre profundidades antes desconocidas, haya trastornado su equilibrio? No. Todo lo contrario. Es que el Cristianismo ha puesto en evidencia lo abstracto del humanismo clásico, sin perder la verdad que le es propia, y, de hecho la ha integrado. El mundo moderno que es hijo del Cristianismo -aun cuando se vuelve contra él y lo niegue-, ha tenido la pretensión de asumirse la grandeza del hombre, su profunda verdad a través de las modernas ciencias, rechazando la Palabra divina, la Verdad revelada, sin tener en cuenta que el problema del hombre, tal como lo plantea el Cristianismo, tiene su solución tan sólo en la Revelación.
El cristianismo introdujo nuevos elementos en la conciencia dando una base diferente a la vida humana. Frente a la finalidad estética de la educación griega o frente a la practicidad de la educación romana, por ejemplo, el mundo cristiano surge con la idea ético-religiosa: se buscó al problema del hombre y de la vida una solución fundada en la naturaleza moral, la vida adquiere para los cristianos un nuevo significado y más profundo de la interioridad humana. Hay un destino sobrenatural para el hombre.
Pero en estos tiempos desaparecen o tiende a desaparecer el concepto de trascendencia de la vida humana.
He ahí la consecuencia indiscutible: negada la esencia divina del Cristianismo y negado el destino sobrenatural del hombre, el mundo moderno se halló entre manos el problema del hombre, sin la solución adecuada. Da respuestas parciales e inadecuadas, en consecuencia, el hombre cae a cada paso en el desanimo.
Por otro lado, el Cristianismo ha enseñado que conocerse a sí mismo, guiándose por la sola razón, es una tentativa sin esperanzas. La razón por sí misma nada lo resuelve. De ahí el desequilibrio, fruto de soluciones parciales y todas ineficaces. Muchas otras alternativas pseudo religiosas aparecen en nuestro tiempo como respuesta a la falta de consuelo y al vacío que la angustia deja en miles de almas en busca constante de la eterna respuesta.
La solución cristiana vuelve a proponerse imperativa e ineludible. “Conócete a ti mismo”, pero mas bien conócete hasta el punto de saber que tu vocación de hombre no es sólo racional, ni científica, ni artística, ni deportiva y tampoco moral. Son todas estas vocaciones parciales, cuya armonía y cuyo equilibrio, empero, es la vocación religiosa, la única y fundamental. Tan sólo cuando el hombre todo, en la plenitud de su integridad, converge en su intrínseca aspiración a Dios, se orienta hacia su destino sobrenatural, allí y sólo allí, encuentra su verdadera esencia y dignidad humana. Sólo entonces el hombre se conoce a sí mismo en el nivel en que puede componer sus contradicciones, sus aspiraciones a veces dispares, otras tantas alocadas. Sin sentido, allí escucha a su ser, puede dilucidar la oscuridad de la vida, pacificar los conflictos, dar una respuesta a las dudas.

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