Nuevamente les comparto otros datos de nuestra página amiga www.corazones.org acerca de la Inmaculada Concepción de María.
Los Padres de la Iglesia y la Inmaculada
Los Padres se referían a la
Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues
ella desató el nudo causado por la primera Eva.
·
Justín (Dialog. cum Tryphone,
100),
·
Ireneo (Contra Haereses, III,
xxii, 4),
·
Tertuliano (De carne Christi, xvii),
·
Julius Firm cus Maternus (De
errore profan. relig xxvi),
·
Cyrilo of
Jerusalem (Catecheses, xii,
29),
·
Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
·
Theodotus
of Ancyra (Or. in S. Deip n.
11), and
·
Sedulius (Carmen paschale, II, 28).
También se refieren a la Virgen
Santísima como la absolutamente pura San Agustín y otros. La iglesia
Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"
En el siglo IX se introdujo en
Occidente la fiesta de la Concepción de María, primero en Nápoles y luego en
Inglaterra.
Hacia el año 1128, un monje de Canterbury llamado Eadmero escribe el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción donde rechaza la objeción de San Agustín contra el privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrina de la transmisión del pecado original en la generación humana.
Hacia el año 1128, un monje de Canterbury llamado Eadmero escribe el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción donde rechaza la objeción de San Agustín contra el privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrina de la transmisión del pecado original en la generación humana.
La castaña, escribe Eadmero, «es
concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero que a pesar de eso queda
al resguardo de sus pinchazos». Incluso bajo las espinas de una generación que
de por sí debería transmitir el pecado original, María permaneció libre de toda
mancha, por voluntad explícita de Dios que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso.
Así pues, si lo quiso, lo hizo».
Los grandes teólogos del siglo XIII presentaban las mismas dificultades de San Agustín: la redención obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado no fuese común a todos los seres humanos. Si María no hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien se encuentra en estado de pecado.
El franciscano Juan Duns Escoto, al principio del siglo XIV, inspirado en algunos teólogos del siglo XII y por el mismo San Francisco (siglo XIII, devoto de la Inmaculada), brindó la clave para superar las objeciones contra la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. El sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso: Cristo la redimió preservándola del pecado original. Se trata una redención aún más admirable: No por liberación del pecado, sino por preservación del pecado.
Escoto preparó el camino para la definición dogmática. Dicen que su inspiración le vino al pasar por frente de una estatua de la Virgen y decirle: "Dignare me laudare te: Virgo Sacrata" (Oh Virgen sacrosanta dadme las palabras propias para hablar bien de Ti).
1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original? - Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para Él.
2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original? -
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.
3. ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Todos respondieron: Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.
Entonces Scotto exclamó: Luego
Los grandes teólogos del siglo XIII presentaban las mismas dificultades de San Agustín: la redención obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado no fuese común a todos los seres humanos. Si María no hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien se encuentra en estado de pecado.
El franciscano Juan Duns Escoto, al principio del siglo XIV, inspirado en algunos teólogos del siglo XII y por el mismo San Francisco (siglo XIII, devoto de la Inmaculada), brindó la clave para superar las objeciones contra la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. El sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso: Cristo la redimió preservándola del pecado original. Se trata una redención aún más admirable: No por liberación del pecado, sino por preservación del pecado.
Escoto preparó el camino para la definición dogmática. Dicen que su inspiración le vino al pasar por frente de una estatua de la Virgen y decirle: "Dignare me laudare te: Virgo Sacrata" (Oh Virgen sacrosanta dadme las palabras propias para hablar bien de Ti).
1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original? - Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para Él.
2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original? -
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.
3. ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Todos respondieron: Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.
Entonces Scotto exclamó: Luego
1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original.
2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha
3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.
Méritos: María
es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que ella es
preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no
tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella
singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa
de este don: El poder y omnipotencia de Dios.
Razón: La
maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se
encarnara.
Frutos
1-María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.
2-María estuvo inmune de todo
pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de María, que
siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la manchara o que
le hiciera perder la gracia que había recibido.
El dogma de la Inmaculada
Concepción de María no ofusca, sino que más bien pone mejor de relieve los
efectos de la gracia redentora de Cristo en la naturaleza humana. Todas
las virtudes y las gracias de María Santísima las recibe de Su Hijo. La Madre
de Cristo debía ser perfectamente santa desde su concepción. Ella desde el
principio recibió la gracia y la fuerza para evitar el influjo del pecado y
responder con todo su ser a la voluntad de Dios. A María, primera redimida por
Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un
instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al modelo
perfecto y a la imagen de la santidad que están llamados a alcanzar, con la
ayuda de la gracia del Señor, en su vida.
En torno a las ideas de Escoto se
suscitó una gran controversia. Después de que el Papa Sixto IV aprobara, en
1477, la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada vez más aceptada en las
escuelas teológicas.
El Papa Sixto IV, en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.
El Papa Sixto IV, en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.
Fue valioso
también el aporte del mundo universitario. Las universidades de París, Maguncia y Colonia y, en España, la de
Valencia (1530), Granada, Alcalá (1617), Salamanca (1618) y otras proclamaron a
María Inmaculada como Patrona. Sus doctores, al recibir el grado, hacían voto y
juramento de enseñar y defender la doctrina de la Inmaculada Concepción de
María.
La Inmaculada Concepción de la
Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:
1-Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2-Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.
"Con la
Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo
lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a
realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad" Juan Pablo II,
5-XII-2003.
Respuesta a los argumentos contra
la Inmaculada Concepción de María.
1- Argumento: La Inmaculada Concepción
contradice la enseñanza de San Pablo: "todos han pecado y están lejos de
la presencia salvadora de Dios" (Romanos 3:23).
Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esta no es la intención de S. Pablo ya que después menciona que Jesús "no conoció pecado" (2Cor 5,21; Cf. Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).
Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esta no es la intención de S. Pablo ya que después menciona que Jesús "no conoció pecado" (2Cor 5,21; Cf. Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).
El dogma de la Inmaculada
Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina en Rm 3:23 sobre la
realidad pecadora de la humanidad en general, la cual estaba encerrada en el
pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San Pablo enseña que
Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5). Esta es
la enseñanza del Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a
la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el
pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales». Pero Jesús tiene la potestad para preservar a su Madre del pecado
aplicando a ella los méritos de su redención.
San Pablo declara que, como
consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo
atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rom 5,12.18). El paralelismo
entre Adán y Cristo se completa con el de Eva y María: La mujer tuvo un papel
importante en la caída y lo tiene también en la redención.
San Ireneo, Padre
de la Iglesia del siglo II, presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y
su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel
en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente
que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el
pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.
El pecado que mancha a toda la humanidad no puede entrar en el Redentor y su colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador. Entonces, lo que Pablo declara en forma general para toda la humanidad no incluye a Jesús y a María.
El pecado que mancha a toda la humanidad no puede entrar en el Redentor y su colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador. Entonces, lo que Pablo declara en forma general para toda la humanidad no incluye a Jesús y a María.
2- Argumento: Según algunos,
María reconoce que ella era pecadora y que necesitó ser rescatada por la gracia
de Dios (Lucas 1: 28, 47).
Respuesta católica: Que María
se declarara pecadora es falso. Que ella se declarara salvada por Dios es
cierto. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada. ¿De qué? Del dominio del
pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar a pecar. Dios la
salvó preservándola del pecado.
El dogma de la Inmaculada
Concepción de María no niega que ella fue salvada por Jesús.
En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su
concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo
pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron
anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible.
¿Cómo sabemos que La Virgen María
fue concebida sin pecado? La fe católica reconoce que la revelación
Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición recibida de los
Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu Santo, ha
ocurrido en la Iglesia. De esta manera lo que está ya en la Biblia en
forma de semilla se llega a entender cada vez mejor.
Llena de Gracia, el nombre más bello de
María.
Benedicto XVI, 2006
Benedicto XVI, 2006
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos hoy una de las fiestas
de la bienaventurada Virgen más bellas y populares: la Inmaculada Concepción.
María no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada incluso de
esa común herencia del género humano que es la culpa original, a causa de la
misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del
Redentor.
Todo esto queda contenido en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Llena de gracia», en el original griego «kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est», 12).
Todo esto queda contenido en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Llena de gracia», en el original griego «kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est», 12).
Podemos preguntarnos: ¿por qué
entre todas las mujeres, Dios ha escogido precisamente a María de Nazaret? La
respuesta se esconde en el misterio insondable de la divina voluntad. Sin
embargo, hay un motivo que el Evangelio destaca: su humildad. Lo subraya Dante
Alighieri en el último canto del «Paraíso»: «Virgen Madre, hija de tu hijo,
humilde y alta más que otra criatura, término fijo del consejo eterno» (Paraíso
XXXIII, 1-3). La Virgen misma en el «Magnificat», su cántico de alabanza, dice
esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto los ojos en la humildad de
su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado por la humildad de
María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1, 30). Se convirtió, de este
modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los
pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla entre toda la familia
humana.
Esta «bendición» es el mismo
Jesucristo. Él es la fuente de la «gracia», de la que María quedó llena desde
el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo
entregó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión, la
vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y
entregarlo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 17).
Queridos hermanos y hermanas: la
fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un
tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al
encuentro de Dios, que viene, miremos a María que «brilla como signo de
esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino» («Lumen
gentium», 68). Con esta conciencia os invito a uniros a mí cuando, en la tarde,
renueve en la plaza de España el tradicional homenaje a esta dulce Madre por la
gracia y de la gracia. A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda
el anuncio del ángel.
Juan Pablo II sobre La Inmaculada Concepción
1. En la reflexión doctrinal de
la Iglesia de oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las
anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de
una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura
así la nueva creación.
Además del relato lucano de la
Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado
Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente escriturística de la verdad de la
Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión
latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de
la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies.
Ya hemos recordado con
anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que
quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su
descendiente. Ese texto por consiguiente, no atribuye a María sino a su Hijo la
victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece
una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente
con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que
aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.
2. En el mismo texto bíblico,
además se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la
serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente
establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión
de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la
serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado.
Y esto desde el primer momento de su existencia.
A este respecto, la encíclica
Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el
centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta
así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado
privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la
mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya –al menos
durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera– la enemistad eterna de
la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la
Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS 45 [1953], 579).
La absoluta enemistad puesta por
Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada
Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su
vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria
anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el
Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio
de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.
3. El apelativo llena de gracia y
el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de
María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás,
nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el
inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en
consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.
Como testimonio bíblico en favor
de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capitulo 12 del
Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12, 1). La
exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de
Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la
interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual cuando
afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las
naciones con cetro de hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se
admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que
dio a luz al Mesías. La mujer comunidad está descrita con los rasgos de la
mujer Madre de Jesús.
Caracterizada por su maternidad,
la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de
dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la
cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por la espada
(cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A
pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del
esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de
Dios con su pueblo.
Estas imágenes, aunque no indican
directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse
como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la
gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.
Por ultimo, el Apocalipsis invita a reconocer mas particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.
4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.
Por ultimo, el Apocalipsis invita a reconocer mas particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.
4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.
El Antiguo Testamento habla de un
contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2).
En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de
Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los
hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por consiguiente, como recuerda el
Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza
humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se
transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de
una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n.
404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no
conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia
«donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).
Estas afirmaciones no llevan
necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El
paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que
establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del
pecado, lo es también en la redención de la humanidad.
San Ireneo presenta a María como
la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la
desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la
ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán,
también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para
cooperar en la redención.
El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.
El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.
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