sábado, 12 de agosto de 2017

Los valores actuales




Los valores del hombre de hoy

Image result for imagenes de paisajes religiososEl problema del hombre contemporáneo es sentirse constantemente mortificado frente a la vida que le toca vivir. Esta palabra es excelente para introducirnos en el tema de la muerte, tema problemático que obra sobre la carne para todo ser humano viviente, sea creyente en una vida sobre natural o no lo sea. La mortificación nos remite a algo que está denigrando nuestra condición humana constantemente, que nos habla de lo degradante, de aquello que no tiene posibilidad alguna de ser reconducido por mucho esfuerzo que haga y por mucho dinero que acumule para pagar una mejor atención para sus necesidades. Entonces, planteamos que el problema del hombre de nuestros días, el problema del hombre contemporáneo es el de equilibrar nuevamente la relación entre valores económicos y valores espirituales.
Atinente a ello, es nuestro deber puntuar respecto de los primeros -que deben distinguirse de los segundos-, más también los valores económicos, como hoy día todo otro valor vital, pueden además  ser espirituales.


Es nuestro deber mencionar que entre los valores económicos y los espirituales hay una visible oposición; pero también un grado de parentesco: esta dialéctica de oposición y de atracción, antitesis y de simbiosis gobierna las relaciones de todas las categorías de los valores. De allí también que crean confusión, cifren y a veces numeren la vida del sujeto.
Decimos que tienen oposición; pero no exclusión; pues, cada valor posee, por decirlo de un modo sencillo, una esencia propia. La esencia propia  de los valores económicos consiste en ser intercambiados y consumidos; la esencia propia de los valores espirituales consiste  en ser comunicados y expresados.
Un valor espiritual como por ejemplo la bondad, la justicia, no se intercambia, se comunica; no se consume, se expresa; y cuanto más se comunica y se expresa y se encarna, más se enriquece, se acrecienta, se potencia.
Adoptemos otro sesgo para expresar nuevamente algo acerca de los valores económicos: éstos, sean dinero o cosas; se intercambian, se usan y se consumen. Hay que tomar en cuenta que  si examinamos a fondo esta diversidad –y cuando decimos diversidad no significa contradicción y por lo tanto una cosa no niega de ningún modo aquellas que le son distintas por el mero hecho de ser distintas-, hallamos que ella puede implicar la presencia de un valor en el otro, aun permaneciendo la irreductible distinción.
En efecto, hemos dicho que los valores económicos se intercambian. Significa que ellos pueden ser comprados o vendidos; en cambio, nadie, puede comprar o vender los valores espirituales, ya que estos no son mercaderías.
Entonces, y por fin, ¿de qué se tratarían los valores económicos? De hecho, no es nuestra intención permanecer en el terreno de la incertidumbre. Par intentar dilucidar este interrogante haremos un breve rodeo.
Sabemos que el comprar y vender implica un criterio y justo precio. También decimos que el justo precio se establece en base a criterios de valuación y de comparación. He aquí que se introduce de modo muy especial, comenzando por apuntar lo que ya es un lugar común a estas alturas: los valores: el intercambio, que es precisamente de valores, económicos, se actúa o mejor dicho: debería actuarse, de acuerdo a un principio de justicia, que es también moral, es decir de acuerdo a un valor espiritual. Empero, así se le asigna también un criterio espiritual a los valores económicos.
En cuanto a la justicia en base a la cual se venden u se compran las cosas no es un valor económico y comporta, permanece siempre un valor espiritual que se comunica y se reconoce pero que no se vende ni tampoco se compra.
Si bien las cosas materiales nos brindan la posibilidad de optar y ser situadas en un terreno muy cercano al de las clásicas imputaciones de la compra venta mercantilista; así como las cosas que se truecan permanecen bienes económicos; mas es cierto también que en el intercambio entra la justicia, y ésta, a su vez hace que lo económico, aun permaneciendo tal, sea acto de justicia. En tal caso, el acto mercantil tanto referido al vender y el comprar, que es propio e valores económicos, encarna y expresa un valor espiritual que, a través de aquellos valores no espirituales, se torna concreto, se actúa en un acto de vida.
La ventaja de cualquier enfoque que incluya los conceptos de la fe y de la espiritualidad, lejos de desvalorizar a los demás conceptos o de convertirlos en puras abstracciones los enriquecen. Este concepto de lo económico es uno de tantos ejemplos. Por consiguiente decimos que es erróneo, por lo tanto, desvalorizar, en nombre de un espiritualismo abstracto, los valores económicos y todos los valores vitales en general, porque la vitalidad misma es, ella también, un valor, y porque va siempre unida a la espiritualidad.
La vitalidad es inherente al ser humano. No hay valor espiritual que no se encarne en un valor vital, así como no hay valor vital, en el hombre que no pueda “espiritualizarse” y hacerse expresión de valores espirituales.
Por otra parte nos parece conveniente destacar que es erróneo, supervalorar, en nombre de un materialismo obtuso, los valores vitales y los económicos en particular, hasta el punto de hacer de los espirituales un subproducto o una sobre-estructura de aquéllos.
Estos valores son valores de orden distinto pero necesarios los unos a los otros. Por otra parte, no se podría ni siquiera hablar de justicia en las relaciones económicas si la justicia fuese, ella también, un valor económico o un epifenómeno.
Abandonamos aquí la idea de que el hombre carece de un espíritu inmortal.
Por consiguiente en nuestros postulados, existe el hombre que es cuerpo y es espíritu, unión de cuerpo y de espíritu; y, por lo tanto, en concreto hay dos categorías de valores, los vitales y los espirituales, unidos en cada acto humano, que es universal e infinito para los valores espirituales y, conjuntamente, concreto para los valores vitales. Más aún: está lo universal del valor espiritual que es concreto en el económico; y el valor económico que adquiere universalidad y espiritualidad en el valor espiritual que expresa y encarna.
De acuerdo con este enfoque, este intento se ve convalidado al insistirse en la potente eficacia lo cual no debe inducirnos al otro error de poner las dos categorías de valores sobre el mismo plano. De los valores económicos el hombre hace uso, de los valores espirituales se disfruta. Los valores espirituales son un medio, los otros son siempre un fin. Los primeros, usándolos, siempre se consumen, en cambio, los segundos, disfrutando de ellos, se acrecientan; a los valores económicos se los poseen, en cambio, a los espirituales se donan, sin mercantilismos, contratos ni justo precio.
También en los valores espirituales hay una justicia, más ésta no tiene precio.
Es verdaderamente curioso. Pues aun en el intercambio de los valores económicos puede haber ímpetu y generosidad. Esto, sin embargo, no significa que sean de por sí generosos, sino que interviene en el intercambio un valor espiritual que es la generosidad.
Por el contrario, los valores espirituales son de por sí generosos, sobreabundantes. No esperan una mercadería en cambio, una recompensa: se donan y nada más; se donan porque el donarse está en su naturaleza, está en la esencia misma de la belleza, de la verdad, de la bondad.
El sentido de todos los valores espirituales es que en todos ellos se halla también otro valor: el amor.
Con cada valor espiritual algo se dona.
Ya que la referencia a los valores espirituales es en esta cita nuevamente explícita, conviene aclarar por lo tanto, que, quien encarne y exprese los valores espirituales, da siempre más de lo que recibe; más aún, da también cuando nada recibe,-tal como se aprecia en las teorías cristianas-, da,  sin ni siquiera pensarlo, sin siquiera pretender recibir nada a cambio, da sin recibir nada en cambio. Y solamente porque da de esa manera gratis, el donante se acrecienta y se enriquece en el don.
Para este modo de pensar se desprende otra distinción, que opone los valores económicos a los espirituales: los primeros son finitos y por ello su ley es precisamente la “economía”; los otros son infinitos y su ley es la expansión.
Para esta forma de pensamiento que valoran los valores espirituales cuando estos más se expanden, más difusivos son y mayormente se manifiesta su infinitud. Y es precisamente el acto espiritual el que siempre se renueva.
Un acto espiritual se renueva siempre, su infinitud lo obliga a renovarse; mientras que un acto económico no puede seguir renovándose, porque de lo contrario se empobrece y extingue. Más aquí también la oposición no excluye la relación.
Pero en efecto, muchas veces, los valores económicos pueden ser el vehículo de los espirituales. Pueden asimismo simbolizarse. El “pan del cuerpo”, es el pan del cuerpo, pero es también el pan del espíritu, aunque éste no se alimente de pan y el pan del espíritu es también el pan del cuerpo.
Además, como se advertirá, los valores espirituales, como hemos dicho más arriba, pueden penetrar los económicos, humanizar las leyes “duras”y darles un significado que sobrepasa sus postulados puramente “económicos” y toda la esfera de la vitalidad. Los valores espirituales pueden descender hasta los económicos y transformarlos; y a su vez, éstos se pueden elevar al nivel de los primeros.
Para ver claramente esta conexión de campos y considerar que hay que tomar, que hay que recobrar, lo que es importante para la vida del sujeto podemos acudir a los valores y su capacidad de ser donados, incluidos los económicos. Entonces decimos: ¿acaso los valores económicos no se venden y se compran siempre? ¿Pueden también donarse?
Los bienes económicos, como materia de don, atestiguan la existencia del espíritu. El hombre, cuerpo y espíritu, se transforma, en ese caso, en el hombre cristiano, el hombre de la caridad. Un paso más, en nuestro recorrido.



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