Hacia un bello despertar: primera parte
En las siguientes líneas propondremos,
desarrollar, múltiples vías para cambiar de un
caminar dormido a un bello despertar.
De todas formas, a la par de emitir cuestiones
prácticas –que no llegan ni quieren llegar a ser consejos bajo ningún punto de
vista-, no dejan de advertir, debo aclarar que lo que afirmo en las siguientes
líneas es que esta metodología es la única que considero idónea para mi modo de
caminar despierta por estar iluminada, por estar bañada por la fe, pero me atrevo a
formular que, aún aquellos que poseen una débil llama de fe o aún quienes no
posee fe alguna podrían verse conducidos
a adoptar una actitud a la vez crítica y capitalizadora de las presentes líneas,
en lo concerniente a sus trabajos terapéuticos y hacia su propia misión y ética
en la vida.
Pero, a modo de anticipo, es válido pensar -de modo
provisorio-, algunos instrumentos para el cambio. Estos aliados para el cambio
son los siguientes:
El primer problema con el que hemos de
enfrentarnos, por consiguiente, en este punto, es intentar el análisis del
hecho de sufrimiento humano y el álgido tema de la salvación, no sólo en sus
elementos reales y concretos que entran en juego, sino en su íntima esencia y
en su fondo conceptual.
Nuestro primer intento será el enfoque descriptivo
de fenómeno social de la salvación, teniendo en cuenta las creencias populares
y su condicionamiento sociológico.
En sus distintas formas, la salvación es una
realidad permanente en la vida individual y social. Atañe al hombre en su
totalidad biopsíquica y espiritual y en su doble condición: como individuo y
como miembro de una sociedad. Esta realidad está tan ligada a todos los
momentos del quehacer humano que sólo mediante un proceso de abstracción
podemos concebirla de modo aislado de nuestra íntegra actuación en la vida. La
salvación no es, pues, un simple accidente circunstancial en nuestra
existencia. Es una realidad que afecta al hombre en su total integridad, de tal
modo que sin la salvación la existencia humana perdería su sentido.
1 La caridad bien entendida empieza por casa: Hay
que salvarse a sí mismo.
Esta realidad permanente de la “salvación” en un
sentido vulgar del término, la podemos comprobar primeramente en nosotros
mismos, que constantemente solemos utilizar la palabra salvación en nuestro
decir cotidiano casi sin darnos cuenta, que constantemente al asimilar nuevos
conocimientos, al corregir defectos, al adquirir un beneficio o un nuevo modo
de obrar que nos modifica para nuestro propio bien decimos “nos salvamos”.
Todos experimentamos los efectos supuestos de una
salvación –o lo que creemos profanamente que es la salvación-; todos somos
influidos en nuestro modo de ser y de actuar por otras personas, y todos
ejercemos, en mayor o menor grado, un estímulo salvador sobre los individuos
que se relacionan con nosotros. En un sentido general, todos somos salvadores y
salvados a la vez.
Ante todo, es necesario definir el término
"salvación". Aquí la expresión "salvarse a sí mismo" es
tomada en una doble vertiente: en primer lugar en su acepción simple y llana, la
popular creencia de salvarse de toda desdicha. En segundo lugar, entendemos el
sentido religioso y trascendente que nos conduce a la obtención de la Gloria.
Cuando hablamos de salvarse, estamos hablando de
una posición activa, dinámica en dónde hacemos y nos comprometemos a obtener la
salvación por medios propios, tener iniciativas para mitigar el sufrimiento.
Si dirigimos una mirada a nuestro alrededor, ella
nos bastará para comprobar la realidad universal y permanente del fenómeno
salvífico. En todos los países del mundo y en todos los tiempos son
innumerables los seres, que concurren a instituciones religiosas, a curadores,
a chamanes, adivinos, a casas de juegos de azar, lugares consagrados a las
divinidades o lugares profanos pero todos sistemáticamente dedicados a la
propuesta de “salvar” de un modo u otro al ser sufriente. Por otra parte, la
historia de la civilización nos revela que este tema es un hecho que se ha
producido en todas las épocas y pueblos, como función igual de la comunidad. Desde
siempre el ser humano ha sido condicionado en su formación por la sociedad en
la cual vive, desde los pueblos primitivos hasta nuestros días con sus
tecnologías de última generación, la sociedad moldea al individuo de
conformidad con las creencias vigentes, con sus costumbres y sus modos de ver
el proceso de la salvación.
Si bien se requiere de profesionales capacitados,
con objetivos claros y buena capacidad de reflexión acerca del problema de la
salvación’ésta se lleva a cabo, no obstante mediante un lento y permanente
proceso de impregnación, resultado de un lento trabajo.
No hay recetas mágicas ni terapias que puedan
salvar a alguien sin que éste trabaje para ello. La vida es el arte de
"salvarse" de modo constante, es un arte que se adquiere únicamente
con la acción, se aprende viviendo y eso es algo que cada uno debe hacer por sí
mismo. No hay terapeuta ni terapia, no hay "plan social" ni Ministros
que sea capaz de transmitir la propia experiencia o de infundir el deseo de
salvarse, de despertar de poner energías elementales para afrontar el diario
vivir con todos sus desafíos, sus amenazas y sus bellezas.
Actualmente, carecemos –en grandes grupos
sociales-, hasta de la elemental educación sistemática de los pobladores de
nuestro planeta. Grandes poblaciones carecen de una educación sistemática,
gratuita y obligatoria. La creciente explosión demográfica, el cambio
climático, que se hace sentir sobre todo en los países poco desarrollados, ha
provocado el aumento del número de analfabetos en todo el mundo, se presume una
disminución del trabajo para las próximas décadas, y, por consiguiente una
mayor desocupación.
En nuestra América Latina nos encontramos con
grandes naciones en las cuales la masa indígena que vive en estado tribal,
constituye una parte considerable de la población, en algunos casos superior al
cincuenta por ciento. Estos pueblos viven en sociedades rurales o al margen de
la sociedad llamada “nacional”, o bien en reducciones organizadas por servicios
indigenistas o por misiones religiosas. Estos grupos participan en la economía
y en la cultura de su país en forma muy variada. En la mayoría de los casos
estas poblaciones están sometidas, no obstante, al aprendizaje de tareas
agrícolas y a las artesanías rudimentarias y milenarias que sus pueblos
mantienen desde siglos.
Si bien el acto educativo es inherente y necesario
a la naturaleza humana, y que, al nacer el infante humano está desprotegido,
abandonado a sus propias fuerzas, es el ser de la naturaleza más desamparado,
sin la intervención de otro no tardaría en sucumbir. La inferioridad de sus
recursos y medios físicos de defensa y la lentitud de su proceso de maduración
le hacen imprescindible la protección ajena durante un lapso de tiempo mayor
que a cualquiera de los demás de los seres vivos. Sin la intervención de ese
otro sin la socialización, sin la educación, el ser humano no adquiriría el
lenguaje, los hábitos, las ideas, los sentimientos que pertenecen a la vida cultural.
Pero la transmisión del lenguaje humano no es sólo
una función necesaria para la vida del individuo. Es también una función
ineludible de la vida de la comunidad. La sociedad humana, para poder subsistir
y progresar de modo indefinido, necesita propagarse espiritualmente mediante la
transmisión a las nuevas generaciones del lenguaje. El hombre posee una
herencia cultural transmisible de generación en generación, que, a la vez se
enriquece sin cesar. Toda sociedad que aspira a perpetuarse y lo consigue lo
hace transmitiendo a los seres jóvenes su tesoro cultural, para que luego que
la muerte de cada individuo corte de modo definitivo el hilo de las tradiciones
que lo unían a la vida colectiva, no se pierdan sino que queden anudados en
cada nuevo nacimiento.
Es el propio hombre quien se salvará a sí mismo
mediante una toma de conciencia, y tomar conciencia de que tiene todo ser
humano un arsenal de capacidades dormidas, que el hombre puede soportar más de
lo que imagina, que dispone de una maravillosa herramienta mental que le abrirá
horizontes insospechados. Pero para acceder a todo su potencial, es necesario
comenzar por creer en sí mismo y en sus capacidades.
El camino de la salvación, no es simplemente un aspecto más de la cultura, y a su encuentro iremos sin pausa en los próximos artículos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en esta página.