viernes, 5 de julio de 2019

Asumir la responsabilidad: II Siempre está



Asumir la responsabilidad: II

Siempre está

La palabra pronunciada por Nuestro Señor Jesucristo hace ya veinte siglos, es excelente, ya que introduce a la problemática de la esencia y trascendencia de la naturaleza divina del hombre y su redención a partir de esta vida misma. Pero sería bueno no dormirnos simplemente en esos laureles y, tirar lejos la almohada rellena de plumas suaves con sus dulces palabras si no las leemos a conciencia.

Atinente a ello, en los Evangelios escritos por sus discípulos, leemos la palabra de Él a través de los textos sagrados, conmemoramos las fechas, los episodios, los sucesos, sus milagros, sus acciones todas. Jesucristo, hombre, ha estado hace veinte siglos en este planeta; ha vivido entre los hombres y mujeres de su época; y ha muerto, ha resucitado, ha vuelto al lado de su Padre. ¡Pero bien sabemos que eso no es todo!

Resultado de imagen para cristo presente imagenesSimplemente Cristo no ha estado como otros tantos en un momento histórico y en un lugar determinado. Cristo está presente a cada momento.

Por eso decimos: Cristo no ha estado, Cristo está en cada cristiano, en cada hombre, aunque no sea cristiano; o Cristo es “contemporáneo” en nosotros o no se es cristianos, aunque se sea practicantes.

Cristo, está, en todas las personas que fueron, son y serán, en todas las que han vivido y en las que vivirán. De allí que también –en cierto sentido- la vida del hombre cobre carácter de inmortalidad.
Si bien sabemos que históricamente Cristo ha vivido hace veinte siglos, pero está siempre en todo cristiano para decirle: “Sed buenos como vuestro Padre lo es”. Cristo nos provoca: nosotros debemos escucharlo y hacer como hace Él; más aún, debemos solicitarlo, provocarlo por nuestra parte. Dejar que entre en nuestra vida y en nuestro corazón. Aquí estamos hablando del verdadero celo del cristiano. Hablamos de este Cristo que es el verdadero Cristo viviente, el que es vivido y no simplemente repetido los días domingos en cultos de diferentes denominaciones.
Un legado nos da el cristianismo: ¿Aquel  hombre es mi hermano? Cristo está en mí y en el otro hombre como hermano; es el modelo perfecto del hermano. Debo imitarlo, a fin de ser verdaderamente hermano del otro hombre. ¿El hombre es pobre? El pobre debe imitarlo, a fin de ser realmente un pobre cristiano, es decir a imitación de Cristo. Y yo debo amarlo como hermano pobre y sentirme yo también hermano y pobre según el modelo, que es siempre el Maestro. ¿Acaso soy yo rico? Cristo es como rico en mí, rico, y debo comportarme como se comportaría Él siendo rico. ¿Soy doctor? La misma cosa; Cristo es como doctor y como tal debo comportarme, Él está en mí. Siempre y cada vez, debo preguntarme: ¿cómo se comportaría Él en esta condición?
Para el cristiano no existen condiciones buenas o malas; para el cristiano, Cristo no es únicamente el Dios que se encarnó y vino a la tierra hace veinte siglos; para el verdadero cristiano, las condiciones son buenas si se comporta como el modelo, malas si se aleja del mismo.
Tan humano como la contradicción: Lo sólido y lo frágil de la existencia humana:
Consideramos en el orden de la naturaleza, tan sólo al hombre como aquel ser privilegiado y que porta la dignidad y el privilegio de ser, valga la redundancia un “ser”y ser  “existente”. Hasta donde nos es posible entender, sólo a él, le pertenecen el orden del pensamiento,  en la luz de la Idea, las emociones superiores, y el orden de la voluntad en la ley, la potencia de sentir, de conocer, de conquistar su propia naturaleza y hasta la naturaleza que lo rodea.
Es de valor incomparable la personalidad como desarrollo y acrecentamiento de la persona humana, de sus valores, y hasta de sus defectos. De esto bien da cuenta el poderoso dominio de las emociones sobre la mente pensante y el complejo desarrollo que tiene el cerebro humano con respecto a los de las otras especies existentes en el planeta.  Sólo el hombre es ser, dentro de la naturaleza. Tiene un fin fundamental, pero de modo constante, con fines múltiples lo reabsorben hacia aspiraciones contrastantes y lo llevan a desilusionarse ante la adversidad, pues, su afán es abarcar el mundo todo, a cada instante siente el deseo de poseerlo todo; tiene iniciativa y libertad, aunque ante las decisiones de mayor compromiso, aquellas que son más suyas son puede, no sabe determinar aquello que realmente está en su poder y aquello que no lo está. Como lo decía Freud: El Yo no es dueño de su propia casa”.
Entre aquel hombre que todo lo hace, todo lo puede, que ocupa su tiempo en todo cuanto puede hacer, que socializa con sus congéneres, que es empleado, deportista, tiene hobbies, múltiples relaciones, -muchas de ellas fracasadas-; y está el hombre que nada puede, el hombre que está al margen de la sociedad laboral, que no encuentra su lugar en el mundo, que no puede ni siquiera cubrir sus gastos para alimentarse, que está en soledad, que no puede confraternizar con sus congéneres, que cada día se aísla más, que ya no confía ni en sus familiares de sangre. En ambos anida la soledad y el ansia de dominar el mundo, la reacción frente a lo que los rodea es diferente. Estos dos ejemplos son dos modelos funestos entre los cuales se debate el hombre contemporáneo. Todo es indiferente. Para muchos de nuestros hermanos la vida nada vale, mejor pasear por ella lo mejor posible, hasta que llegue esa nada llamada muerte. Esto es al menos lo que sostiene cierto existencialismo muy difundido entre nosotros. Hasta sería simplista este modo de pensar. Pues, bien sabemos que ninguna cosa puede devolver al hombre lo que se desprende de él; ninguna cosa puede devolverle el sabor de aquello que ha dejado de amar, ni borrar la amargura de los dolores sufridos, de las ofensas padecidas y de las desilusiones; ninguna fuerza puede hacer que no le pertenezcan a él todas las miserias y todo el mal en el que ha sumergido su propia persona; mas el hombre no se quejaría de lo que ha perdido y de lo que ya no posee, no sufriría del mal y del dolor sufridos, si él no persistiese como aquel ser que es, si no fuese siempre aquella unidad, aquella persona indestructible que es. Aun cuando se cree perdido en el naufragio, el existente es el sujeto y el ser del naufragio. Por lo tanto, puede siempre emerger del abismo, aun cuando menos se lo espera; unifica los trozos de su vida, entre sus manos, para constituirse como persona, siempre constituida y nunca definitivamente hecha, siempre ser, mas nunca todo su ser. Aun cuando el mundo le cae encima, si el llanto desesperado y resentido del dolor sabe transformarse en la sonrisa buena del sufrimiento aceptado. En cualquier circunstancia, la divina fragilidad de la existencia sobrepuja la opaca solidez e las cosas en sí mismas; la divina solidez del hombre supera la caducidad de toda cosa que no merece morir, porque nació perecedera. Vale más un hombre que llora que un gusano que ríe, escribe San Agustín.
Solo lo que el hombre ha sentido realmente y amado hasta el aniquilamiento de sí mismo, permanece hasta el momento de su muerte y muere con él, es inmortal en él, pues solo el existente muere, muere el ser, que no perece porque es indestructible.
El fin de la pura existencialidad y el de la existencialidad esenciada; es que el primero es la falsificación, pues  el verdadero concepto de existencia, es la existencia “inesencial” que es tal solamente si es actualización del valor que ella es y de los valores que puede expresar, es decir, es tal si actúa la esencia que implica y en la cual está implicada. El plano del puro existencial es el de lo temporáneo, convengamos aquí que queremos acotar que no hablamos de lo “temporal”, sino de lo diario, de aquello que no “hace historia”,de aquello que es caduco, perecedero, de lo superficial, de aquello que Kierkegaard llama “estético”. Bajo esta concepción se pasa de un momento existencial a otro, sin esenciar uno solo; de ahí la necesidad de “pasar”de una cosa a la otra, en un torbellino de aplazamientos y solicitaciones en que también las personas son cosas; y los sentimientos puros estados de alma, epidérmicos. Se vive sin que un solo momento de nuestra vida haga historia; se nace y se muere sin historia. De ahí, muchas veces, la tristeza, la compañera fiel de este plano de la existencia, tristeza, ella también, superficial y que sirve para dar un poco de amargo a lo dulce y conferirle sabor. La tristeza de ver que todo pasa, transita, se va. Y el cansancio, el desánimo, y el hastío de variar, suscitador de la necesidad de un arribo no provisorio. De ahí la necesidad de la “evasión”, el   week-end, las horas de placer superficial después de las horas sin sabor de la larga jornada de trabajo frente a una copa llena de alcohol o frente a la pantalla de un televisor, frente a una existencia inútil.
Indudablemente, en este cementerio de existencias múltiples e inútiles algo vive siempre una sonrisa de un niño, un recuerdo grato; porque, por más que se pueda superficializar la existencia, no se consigue nunca arrancarla del ser que la constituye: si se consiguiese se anularía al instante. Pero la plenitud de la vida no está hecha de fragmentos faltos de unidad. Ellos valen sólo cuando se recogen, convergen y se unifican en un instante de esencialidad, pues existir es concentrarse en la profundidad.
En nuestra sociedad es muy apreciada las múltiples experiencias vividas por las celebridades, eso tiene buena prensa, pero nada es más pobre que la llamada riqueza de las múltiples experiencias vividas todas a flor de piel. Es una dolorosa operación, aunque muchas veces necesaria para expresar un valor, pues se empeña de verdad en expresar un valor, en sacrificarse entera aun en un solo palpitar, porque es palpitar de un valor por el valor. Ciertamente puede ser, es, también, existencia pecadora, mas indudablemente buena y verdadera: buena de la bondad del valor que ha amado, verdadera de la verdad por la que ha sufrido. Un solo instante de existencia enteramente votada a la esencialidad, hace, por sí sola, historia, es su historia, más válida que todas las jornadas inútilmente pasadas deleitándose de esto o de aquello en la indiferencia y en el hastío.

En la dinámica de la vida espiritual siempre se da la síntesis renovada y activa de todo existente y de todo valor, pues existir es un proceso inexorable de la trascendencia, y, en la vida espiritual siempre está renovado y activo el proceso activo por un lado de libertad y de amor: algo así como una iniciativa del valor que posee el empuje de donarse a la existencia para que se llene de él, y lo revele a sí mismo existenciándolo, lo haga entrar en la historia; y por otro lado está la iniciativa del existente que, atraído  por el valor se dona a él con todo el tormento de expresarlo, tal vez en la forma menos inadecuada, de existenciarlo: en un sentimiento, en un pensar, en un acto de voluntad, en una obra. Aquí es cuando el valor se sacrifica en la pequeñez de nuestro magro acto existencial de modo que se torne inmortal, aquí el hombre se torna hombre de valor, se aniquila frente al valor, se sacrifica aniquilándose frente al valor a fin de que ese aniquilamiento que es a la vez sufrimiento y purificación, resurja esenciado por el valor para existencializarse en actos esenciales que lo expresan, por ejemplo como en el caso de San Francisco de Asís, que dejó de ser  Francisco Bernardote, se anuló a sí mismo frente al valor de la caridad para ser Francisco de Asís el del Cántico de las Criaturas.