martes, 5 de febrero de 2019

La responsabilidad: introducción




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El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Mt 4-4 b

Asumir la responsabilidad

El proceso de asumir la responsabilidad en todo lo que acontece en nuestras vidas se ha desarrollado en los largos siglos que han transcurrido desde que la humanidad como sociedad puebla la tierra. Y para explicarnos qué significa el sufrimiento humano y para qué sirve, es preciso saber algo de lo que fueron los comportamientos hoy olvidos en algunos casos de hombres bien diferentes, de razas y pueblos de los cuales descendemos, y que han llegado hasta nuestro conocimiento por la transmisión escrita o por la tradición oral que sus pueblos mantienen de ellos.

Es interesante si pensamos por ejemplo, en el caso de Job, cuando estaba caído en el profundo pozo. Qué significa la gran pregunta: ¿qué significan mis sufrimientos? Esta es la pregunta inmemorial del corazón humano.

Si retrocedemos por los senderos de la historia, encontramos los restos de los útiles, de las armas, de las obras de las artes de aquellos que nos precedieron en este plantea y, que develan sus costumbres ancestrales ante nuestros ojos modernos y maravillados.
Si nos asomamos a las civilizaciones casi perdidas en la edad de piedra, también constatamos que esa fue la pregunta que también agitó el turbulento corazón humano.

Primero los sumerios, pueblo tan antiguo que desarrolló parte de su historia en la parte meridional Mesopotámica,  y con una curiosa civilización, portadores de una curiosa lengua que no puede calificarse ni indoeuropea, ni semita, ni caucásica. Si bien, podemos pensar que tanto desde el punto de vista religioso como desde el punto de vista social, los sumerios nos recuerdan en cierta medida a los Egipcios y a la civilización del Indo, sus ideas religiosas estaban concentradas en la Diosa Madre Ishtar, y a un gran dios creador, que en la época, llamada época “urbana”en la civilización sumeria, tomó el nombre de Shamash, el aspecto solar. Luego este culto sufrió varias fracciones en diversas religiones locales, que acabaron por diferenciarse unas de otras. La civilización sumeria prosperó en la industria del cobre, en la agricultura, creció una burguesía de la época, hubo una revolución social y un nuevo régimen urbano. Pero la pregunta por el sufrimiento seguía allí.

Luego los asirios, ejercieron su dominio, enriquecidos por el tráfico marítimo y la industria. Poseedores de una cultura original, de un estilo de vida refinado, lujoso, extendido entre los burgueses; el arte produce magníficas y elegantes obras, en especial pinturas al fresco. Otra civilización. La misma pregunta.
Los egipcios tuvieron un largo camino hasta llegar al poder. Prosperan hasta llegar a ser una de las potencias más importantes de la antigüedad. El primer estado monárquico centralizado iba a constituirse en Egipto de modo tal que la política y la religión, al mismo tiempo, debía ser la base del derecho público del cual vivió, durante más de treinta y cinco siglos la monarquía egipcia. Un panteón de dioses era moneda corriente en la religión oficial de la gran civilización egipcia, al mismo tiempo en que el poder se centraliza, la religión evoluciona hacia un monoteísmo panteísta.  Pero los pesares, los esclavos, los conflictos con otros reinos seguían allí.
Todos ellos personificaron a las divinidades en conflictos eternos entre el bien y el mal.
Inclusive en nuestros días el hombre moderno, sumergido en las llamas del sufrimiento, se hace implícita o explícitamente la misma pregunta: ¿para qué el sufrimiento?
La historia es, en esencia una de las ciencias que nos aportan un conocimiento en nuestro caminar, la Historia es, en esencia “continuidad y solidaridad”[1].

Siempre para comprender la evolución ulterior del problema de la salud mental y en especial de la violencia social  en las naciones, es necesario estudiarlo en la época en que transcurre, analizándolo bajo sus diversos aspectos y en relación con numerosos factores determinantes de orden geográfico, étnico, económico, social, cultural y religioso.
La vieja e interminable polémica sobre si el hombre se provoca el sufrimiento o si el sufrimiento es provocado por la sociedad en que vive no responde el ¿para qué? de ese sufrimiento.
El drama humano no radica en sufrir, sino en sufrir inútilmente.
Hay una noble finalidad, -es el caso de la mujer que al dar a luz sufre dolores pero que sabe que es el precio que está pagando por dar una nueva vida-, esta noble finalidad, da a la persona que sufre el dolor, tal gratificación que hace que el dolor pierda luego de modo total o parcialmente su garra, su poder, incluso luego pierde toda su importancia. En el caso antes mencionado. La mujer, al ver a su hijo en sus brazos, el dolor, pierde su dominio, y solo queda en ella una inmensa alegría. El dolor sufrido dio lugar a una nueva vida. Muy por el contrario es el caso de un hombre o mujer que sufre heridas de guerra, o heridos por causa de la delincuencia y ve cómo su sangre se derrama sin que nadie acuda en su ayuda, mientras su vida se pierde entre el lodo o el asfalto, en silencio, sin saber ¿por qué? pierde su vida sin sentido. Este sin sentido lleva a rebeldías y al resentimiento total y estéril a quienes la padecen.
Pero entonces ¿qué hacemos con el dolor? La eterna e interminable polémica comienza una vez más. Sólo encontramos una respuesta: intentar eliminarlo en la medida de las posibilidades. Si bien esta es la cruzada de todas las ciencias que hasta hoy en día se ocupan de aliviar el sufrimiento del hombre –no agregamos nada nuevo-, sí intentaremos hacerlo a la luz de la fe. Y es más nos preguntaremos en este capítulo el por qué y para que del sufrimiento humano.
Siempre las ciencias del hombre han buscado –comenzando por la medicina-, el mismo objetivo: reducir o eliminar el dolor y el sufrimiento humano. Es más, incluso las ciencias llamadas abstractas  al menos en sus aplicaciones, exaltan las bondades de proyectos y programas organizados para alejar o neutralizar al tan temido huésped llamado “sufrimiento humano”.
En este breve trabajo, también hemos  intentado bucear en las profundidades  de ese poco conocido océano dónde nacen todos los sufrimientos humanos. Y durante el recorrido hemos ido recorriendo recetas y doctrinas variadas con las cuales el ser humano ha buscado amortiguar durante décadas por sí mismo o con ayuda terapéutica amortiguar el dolor mental.
Pero el objetivo de este capítulo y la pregunta es otra: ¿Para qué sirve el dolor? ¿Cuál es su verdadero sentido?
Y la receta, por cierto no puede venir de las terapias convencionales a las que la ciencia nos tiene acostumbrados. Por cierto, la receta será liberadora, eso sí solo se requiere una condición: poseer una sólida Fe.
Asimismo, todos los aportes valiosos de las ciencias, de las distintas escuelas, tuvieron como fin primordial la enseñanza y propagación de la enorme posibilidad humana, que si la alimentamos o “iluminamos desde la fe” –parafraseando a Santo Tomas de Aquino-, se potenciaría aún más.
Entremos, pues, de modo insolente y abrupto en el valle de la fe.  El descubrimiento de la condición humana  y las raíces de su sufrimiento dieron origen a una abundante literatura científica tendiente a dilucidar una serie de problemas, entre ellos, el de determinar cuál es el verdadero origen del sufrimiento humano: si es genético, psíquico, social, familiar, etc., Todo cuanto pudimos exponer y propusimos en las páginas anteriores, -dado que nos hemos movido en un nivel puramente descriptivo desde las ciencias Psicológicas y otras disciplinas afines-, es decir en un nivel puramente humano, puede servir de orientación para aquellas personas que carecen de fe, o para aquellas que tienen una fe débil o tienen una fe recia. Pero las  siguiente propuesta a desarrollar en las próximas páginas será comprensible y liberador, tan sólo para aquellas personas que viven de modo vigoroso el don de la fe.
























[1] Jacques Pirenne, Historia universal, Las grandes corrientes de la historia, Volumen I, Editorial Éxito, Barcelona,1970,P.IX